La historia de Alexei no es de esperanza ni de superación. Su nombre jamás salió en las estadísticas del gobierno u otras organizaciones que registran los casos de COVID-19 en el país. Es más, su prueba PCR jamás llegó a manos de los médicos que lo trataron ni de sus familiares que hoy aún lo lloran.
Alexei Guerra pasó 12 días internado en la Unidad de Cuidados Intensivos de una clínica al este de la ciudad de Barquisimeto. El día 03 de octubre de 2020 entró caminando pero a regañadientes. Su esposa María Eugenia lo sacó obligado de la casa luego de que notara que se quedaba dormido mientras hacía cualquier tarea en casa y el malestar seguía.
Aunque aseguraba sentirse bien, por dentro el escenario era otro.
María Eugenia no sabe hoy a ciencia cierta dónde se contagió Alexei. Lo cierto es que el virus llegó a su hogar y también la contagió a ella y a su hija de 13 años de edad, Luisana, quien perdió el olfato y el sabor con un leve malestar.
Mismos síntomas que presentó la mamá pero a pesar de sufrir de rinitis, no llegó a complicarse pero tampoco ha recuperado de todo el sentido del olfato.
Pero Alexei, un hombre activo, alegre, emprendedor y relativamente saludable, hoy no puede contar su historia. Con 44 años de edad, comenzó síntomas de fiebre de 39 grados y tos que empeoraba al hablar.
Hablar era su pasión
Precisamente Alexei amaba hablar. Amaba la radio y el cine también. Desde hace muchos años su voz sonaba en distintas emisoras de la ciudad para acompañar a la audiencia entre la rutina del día a día pero también para compartir sus recomendaciones y reseñas de cine.
Era coordinador general de la Asociación Civil Medianálisis. Igualmente era docente del Decanato de Ciencias Económicas y Empresariales de la Universidad Centrooccidental Lisandro Alvarado (UCLA), así como asesor y facilitador de talleres de oratoria y comunicación.
Otro de los proyectos que asumió este año fue compartir la conducción del programa En Este País de la Red de Nacional de Radio Fe y Alegría.
12 días de angustia
Una frase trillada para definir lo que vivieron en casa desde ese 3 de octubre sería “el principio del fin”. Fueron 12 días internado en UCI “y mi sufrimiento infinito”, como dice María Eugenia.
María Eugenia cuenta que apenas lograba dormir dos horas en las noches. La angustia de no saber nada era más grande que ella misma.
“El paciente está totalmente aislado. No permitieron, por más que rogué, aunque fuera pasarle un teléfono. (Estuvo) sin redes sociales”, relata.
Alexei era el único paciente consciente en esa UCI. Llegó saturando apenas 38% de oxígeno pero allí logró subir sus niveles con una máscara CPAP por lo que no fue necesario entubarlo.
“Por más que yo iba para allá, no tenía acceso, no podía ingresar”, cuenta. Siempre estuvo pendiente de lo que Alexei pudiera necesitar del otro lado de esa pared blanca, desde cobijas hasta medicamentos.
La ayuda de familiares, amigos y hasta (des)conocidos no se hizo esperar. Un día después de haber sido hospitalizado, activaron una campaña de recolección de fondos con lo que pudieron costear el tratamiento que necesitó Alexei, incluso medicinas que eran usadas en pacientes en Europa.
Fueron doce días “en un profundo dolor y bajo tragedia. No comíamos, la angustia era evidente”.
Y en medio de esa angustia, ella solo tenía dos momentos al día para saber de él.
A eso de las 9:00 de la mañana salían a informarle cómo había pasado él la noche. Pero esto no era consuelo alguno pues “era angustiante. En realidad, horrible, el no saber cuando abría mis ojos cómo había pasado la noche (él) en ese lugar tan frío y hostil”.
El segundo momento llegaba a las 7:00 de la noche, cuando un mensaje a su celular le indicaba cómo había pasado el día.
Dos días antes de Alexei morir, María Eugenia logró colarse en UCI con la gran responsabilidad de subirle el ánimo y ver si de esta manera ayudaba a sus valores. “El hecho de estar consciente le desarrolló estados de ansiedad muy fuertes”, cuenta María Eugenia.
Por lo que, en complicidad con algunas personas, logró hacerle llegar una carta y una foto de Luisana, “todo lo que fuera posible para hacerle sentir que, a pesar de que él no nos estaba viendo, nosotros estábamos allí”.
“Todos los días, cuando uno tiene COVID, es una ansiedad tan horrible porque no se sabe si al día siguiente vas a amanecer mejor o peor. Como esta es una enfermedad que trabaja y socava, los médicos dicen que hay pacientes que hasta por un trombo en el dedo pequeño del pie, se han complicado. Este virus ha hecho de cada paciente, una enfermedad”. agrega.
“Yo voy a contar cómo es esto”
“Yo me siento mejor, yo voy a salir de aquí, espérame. Yo voy a contar cómo esto”
La angustia no solo se había apoderado de la casa Guerra Giménez sino también de él mismo. Preguntaba por su familia, por su trabajo, por su programa en radio, en cómo harían para grabar sin él.
De allí que le permitieran hacerle llegar un papel como símbolo de su amor y compañía para calmar sus inquietudes y ayudarlo a estabilizarse por completo.
“Un poquitico mejor”
Los médicos le dijeron a María Eugenia que Alexei fue un paciente que no retrocedió. “Nunca estuvo peor sino que todos los días avanzaba un poquito, pero los médicos lo asumían como un diagnóstico reservado”, explica.
La información que les daban a diario era que estaba ‘un poquitico mejor, un poquitico mejor’.
Luego de esa carta y la foto de Luisana, sus valores empezaron a mejorar y hasta en los médicos empezó a sentir una voz más aliviada.
Con ese cuadro de mejoría, decidieron trasladarlo a Cuidados Intermedios dos días después: el jueves 15 de octubre.
Pero el mensaje que recibió María Eugenia esa mañana llevaba un rumbo completamente opuesto. Un coágulo se fue a su corazón y ocurrió un infarto fulminante. Así lo decreta su acta de defunción.
Alexei no es el único paciente que manifestó mejoría días antes de morir. El médico neumonólogo Franklin Camacaro compartió con sus colegas una nota de voz expresando su confianza en que “saldría de esa”, que se iba a lograr levantar de la cama. Sin embargo, murió el 26 de noviembre.
“Di gracias hasta de que ese audio salió al público porque yo cuando comenté lo que Alexei me había dicho, creo que la gente no me creyó porque dos días después murió. Yo decía que la gente iba a creer que lo estaba inventando porque cómo alguien que está mejor, va a morir como murió él, dos días después” se cuestionó María Eugenia.
La PCR nunca llegó
A Alexei le hicieron cuatro pruebas de despistaje de COVID-19. Las primeras dos fueron de las rápidas que salieron negativas. La tercera iba a ser enviada al nuevo laboratorio de biología molecular en San Felipe, estado Yaracuy, pero luego le dijeron que por error había sido llevada a Caracas.
Según le explicaron en la clínica, las pruebas que van a la capital del país pueden demorar entre 20 y 30 días para regresar con los resultados.
La cuarta prueba se la hicieron dos días antes de morir y esa sí la enviaron a San Felipe pero aún hoy, dos meses después, su familia no tiene el resultado final.
Una esposa paciente
María Eugenia tenía mil razones para quedarse en casa. Aún sin recuperar el sentido del gusto ni del olfato, fue cada día que el horario de restricción de movilidad se lo permitía a la clínica.
Como paciente, prefirió abandonar la idea de hacerse las pruebas necesarias porque “ya era suficiente con los gastos de él para yo confirmar que tengo COVID-19 porque sé que lo tenía. Era una sintomatología tan evidente, era obvio”.
Un día después de haber dejado a Alexei en la clínica, madre e hija se hicieron una tomografía pero solo la de María Eugenia arrojó manchas blancas en un pulmón. Aunque aclara que el diagnóstico no era de gravedad, recibió tratamiento “y lo superé”.
“Yo también fui una paciente COVID y nunca estuve en estadísticas. Y como yo, mucha gente que está siendo monitoreada por médicos vía online desde sus casas”, declara.
Pero la angustia bloqueó todo malestar, todo síntoma de enfermedad. Apenas durmiendo y comiendo, sacaba fuerzas para estar firme cada día en la puerta de la clínica esperando saber de su esposo, de su compañero de vida. El miedo le hizo pasar el COVID sin molestarse.
El día después
A pesar de que Luisana y María Eugenia pasaron en virus, aún sin confirmación oficial, hoy mantienen las medidas de prevención. A la adolescente, su madre no le permite salir a fiestas con otros chamos de su edad.
“Asumiendo que tenemos una carga viral en el organismo donde hipotéticamente sí nos dio, la probabilidad de que nos vuelva a repetir no debería ser, aún así nos cuidamos demasiado porque no hay garantía y ahora peor, con una segunda oleada en Europa y en el resto del mundo con unos aeropuertos abiertos, qué sabemos nosotros de alguna mutación del virus”, razona.
“Quedé paranoica, sí. Emocionalmente quedé afectada, esto no es un juego”, afirma. Su tiempo libre después de ese 15 de octubre lo ha dedicado a estudiar y leer mucho sobre el tema.
También se ocupa de la casa, de su hija y del trabajo. Pero se divide en aconsejar a familiares de otros pacientes que acuden a ella por su experiencia con el caso de Alexei. Un hombre aparentemente sano con un poco de fiebre y molestia al hablar.
“La de Alexei fue silenciosa. Nadie se iba a imaginar que él saturaba niveles tan bárbaros como a los que llegó más abajo del 50% y estar caminando. La gente me pregunta cómo y no lo sé. Ni él mismo lo sentía”, dice María Eugenia.
Hoy Alexei Guerra cumple dos meses y dos días de fallecido. Hace una semana fuera además su cumpleaños número 45.
La noche anterior a ese cumpleaños, María Eugenia trataba de rememorar lo que estarían haciendo en otro tiempo: planificar la torta, invitar a los amigos, celebrar la vida.
Hoy ella y todas las personas que lo conocieron y compartieron con él lo lloran. Lloran al hombre talentoso, carismático, encantador que era. Lloran al hijo, al esposo, al padre, al socio, al profesor que ya no está.