Un suceso ligado a los hechos de Navidad, al que no le damos demasiada importancia es la Huida a Egipto de Jesús, María y José.
Se les presenta el problema de salir apurados en medio de la noche para huir escondidos, porque Herodes buscaba al Niño para matarlo!
Después de una larga travesía por el desierto, llegan entonces de inmigrantes a un país extraño, con los problemas típicos de cualquier exiliado.
A todas estas incertidumbres se agrega la impresión y el dolor al conocer el terrible crimen cometido por Herodes contra los niños inocentes. Pensar que por el Hijo de Dios había sucedido este asesinato masivo. Jesús había venido para salvar al mundo y ya comenzaba a ser signo de contradicción. (cf. Lc. 2, 34)
Y la verdad es que Jesús ha seguido siendo signo de contradicción para todo aquél que no desee aceptar la salvación que Él nos vino a traer.
La salvación fue realizada por Jesús, pero somos libres de aceptarla o de rechazarla. Es el misterio de la libertad humana. Jesús lo ha hecho todo y desea que todos aprovechemos la salvación que Él nos ha regalado, pero requiere que respondamos a ese gran regalo con algo muy pequeño e insignificante.
Lo que sucede es que eso tan pequeño que se nos pide a veces nos parece muy grande e importante. Es nuestra voluntad, otro regalo que también Dios nos ha dado.
Pero, ¿por qué nos cuesta tanto entregar nuestra voluntad y renunciar a nuestra libertad? ¿Por qué no imitamos a María y José en todos estos eventos navideños?
La Virgen entrega su voluntad en cuanto recibe el anuncio del Ángel Gabriel de que el Hijo de Dios sería concebido en su seno. Ella se hizo y se reconoció “esclava del Señor” (Lc. 1, 38), y siguió siéndolo toda su vida. Así, gracias a Ella y a su entrega, Dios realizó su obra de salvación de la humanidad.
San José no duda ni por un momento cuando el Ángel le anuncia a él también que María ha concebido por obra del Espíritu Santo (cf. Mt. 1, 20). Tampoco titubea al recibir este otro anuncio de huir a Egipto (Mt 2, 13-15). Confía en Dios y se lanza de inmediato a lo desconocido del desierto para llegar a ese exilio inesperado.
Por cierto, la crueldad de Herodes no quedó sin castigo en la tierra. Dios a veces castiga aquí también, como a veces podemos constatar. El historiador Flavio Josefo describe con todo detalle la horrible muerte que sufrió Herodes poco después de estos terribles hechos. Acabó consumido por una enfermedad intestinal putrefacta que despedía un hedor insoportable. Murió unos tres años después del nacimiento de Jesús.
Después de la muerte de este tirano, la Sagrada Familia se estableció en Nazaret posiblemente cuando Jesús tenía unos 3 a 4 años de edad.
Isabel Vidal de Tenreiro
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