La brisa gélida les quemaba el rostro y el ruido que producían las olas al golpear el pequeño muelle, era estremecedor. La noche permanecía oscura y ni las estrellas podían disipar la tétrica sombra que amparaba a casi 100 hombres que decidieron aventurarse al mar en busca de un mejor porvenir. España estaba hundida en la miseria y machacada por la represión franquista.
Faltaba poco para las nueve de la noche de aquel 12 de octubre de 1949. No era fácil para aquel grupo de personas caminar a oscuras entre las piedras, en absoluto sigilo, más cuando iban niños acompañando a sus madres. Se respiraba melancolía y a ratos algunos reprimidos sollozos. Habían permanecido varios días escondidos en casas particulares, muy cerca del lugar de abordaje.
Un velero aguardaba en la playa. Saturnino tenía como nombre de bautizo. Era muy pequeño-de solo 20 metros de eslora por unos seis de manga-, lo que significaba que el grupo entraría apretado. La bodega del barco, de sólo 9 metros de eslora, al final de la viaje parecía un vomitorio y expelía un hedor insoportable.
El investigador Manuel Hernández González, profesor titular de Historia de América en la Universidad de La Laguna, Tenerife, asegura que cada persona debió cancelar 4.000 pesetas por la plaza para convertirse en emigrante con destino a América. Una pequeña fortuna para la época. “Se jugarán la vida. No les importa. Huyen de la pobreza y sueñan con un futuro lejos de su tierra”.
El “Saturnino”, zarpó de Las Playas, Isla de El Hierro, en la más prudente clandestinidad con rumbo a Venezuela. En su interior había 110 almas, entre ellas dos mujeres y dos niños; y según la reseña del capitán del navío, entre los pasajeros había 51 herreños (26 de Isora, 13 de San Andrés, 8 de El Pinar, 2 de Valverde y 2 de El Golfo).
Los viajeros pronto se llenaron de piojos. El ácido de los vómitos y el salitre del mar convirtieron sus ropas en harapos
Entre los pocos alimentos recibieron gofio, dado podía conservarse muchos días, así como papas de las cuales en su mayoría en mal estado, granos con gorgojos, carne disecada y pescado salado. El gran problema fue el agua para beber, que se daban en raciones entre un cuarto y medio litro por persona. Debido a que este recurso no alcanzaría para toda la travesía, fueron varios los días que recogieron de la lluvia, instalando una lona. Durante las tormentas, muchos plegaban sus labios a la madera para beber agua dulce.
Sometidos a un viaje desastroso con numerosas tormentas eléctricas, aluviones de magnitudes bíblicas, hacinados y con escases de comida y agua potable, finalmente, el 25 de noviembre -al amanecer- avistaron las costas de Cayena, capital de la Guayana Francesa, en donde pernoctaron hasta el 4 de diciembre, que levaron anclas nuevamente.
Agobiados, famélicos, sucios y con las ropas hechas harapos por la titánica travesía de cruzar el Atlántico, luego de 62 días de su partida de la Provincia de Santa Cruz de Tenerife, llegaron a Carúpano, estado Sucre, el 13 de diciembre de 1949. Todos fueron retenidos e interrogados, pero inmediatamente liberados sin ninguna acción penal. Más tarde fueron nacionalizados, al igual que sus antecesores. La mayoría rehicieron sus vidas y prosperaron. Hoy son un ejemplo de comunidad.
El periódico Agencia Comercial, de Carúpano, informaría el 26 de mayo de 1949 el apresamiento de 106 inmigrantes del velero El Elvira, subrayando en la misma noticia, que hacía pocos meses “también fue apresado el velero Rafael Orive con 57 inmigrantes más para nuestro país”. Datos verificados apuntan que 34 barcos conocidos arribaron a Venezuela procedentes de Islas Canarias con 3.586 pasajeros de los cuales 3.573 eran hombres y 13 mujeres.
Se calcula que entre 1948 y 1952 entraron de manera ilegal por las costas venezolanas, alrededor de 12.000 españoles a bordo de los llamados “veleros fantasma”. Venezuela fue por más de cinco décadas, una tierra de promisión, una nación emergente.
Luis Alberto Perozo Padua
Twitter: @LuisPerozoPadua