Siempre la muerte le rondaba muy cerca como condenado al infortunio por sus permanentes laceraciones. Vino a estos pasajes del mundo signado por el inevitable sufrimiento que lo acompaña hasta el fin de su atribulada existencia. Estaba marcado por una terrible e incurable enfermedad de esas que causan terribles padecimientos a los seres vivos y tornan más finito el viaje por esta tierra.
Al principio el tormento de ser lanzado sin contemplación alguna a la calle con su hermanita de parto. Entonces comienza a deambular por vías de la zona industrial donde recibía migajas de alimentos de los generosos vigilantes. Estos se apiadaban de su angustiante drama perruno.
Un aciago día queda en la más completa soledad cuando su acompañante muere arrollada por un vehículo. Desconsolado llora su trágico fallecimiento para resignado “aceptar la realidad de los hechos”, como diría Rafael Cadenas.
Hasta que aparece la buena estrella que lo salva. Gracias a una altruista medica lo aparta de la infelicidad de una vida en la calle. Ésta lo recoge para aliviar en parte su martirizante existencia callejera. Su destino era un refugio de los pocos que hay en esta urbe o ser adoptado por alguien. Es así como Catire llega a mis manos tras su desgraciada travesía.
Lo primero que me llama la atención es la belleza de su silueta por aquella piel blanca como la leche, finísimas orejas, manchas marrones en su cuerpecito y sus vivaces ojos. Pero me impacta una parálisis que le impedía desplazarse normalmente y una rara afección de la piel que de inmediato me pone en alerta.
Tras un seguimiento descubro que es víctima de un trauma producto de maltratos y castigos entre estos el de atarlo con una cadena. El pequeño can se sintió liberado luego de quitarle el collar. La enfermedad de la piel pasa a ser un verdadero misterio que tardó tiempo en aclarar. Luego de consultas por internet y un examen constato que es una sarna genética incurable, la más peligrosa. El menudo perro estaba destinado, temprano o tarde, a una segura muerte. Lo único que lo podía aliviar de su suplicio es una medicina inyectable de efecto temporal. También estaba privado de tener ascendencia biológica lo que conllevó a castrarlo. En fin, una víctima del dolor como nos lo dice César Vallejo: Hay golpes en la vida tan fuertes … ¡Yo no sé!
Su enfermedad rememora el estigma padecido por los leprosos condenados a sobrevivir en completo aislamiento. También a Gregorio Samsa, el protagonista de la novela La metamorfosis, que despierta una mañana convertido en un monstruoso insecto. Pues, se hizo manifiesto el rechazo y desprecio de gente inconsciente que sugerían lo expulsáramos a la calle. Pero me dije: “ya estás aquí, no te abandono, menos echarte a la calle”. Con él ratifico la insensibilidad de algunos seres humanos ante los animales que llega a la crueldad de atacarlos sin piedad alguna. Pero el consuelo es el piropo de una médica veterinaria que lo atendió en una ocasión. Aunque no lo esperaba, sorpresivamente, expresa de éste: ¡Qué lindo!
Pese a la aplastante adversidad, Catire demuestra una increíble inteligencia con un sentido del oído poderoso y único propio de una raza superior. Al sonar alguno de los teléfonos de la casa ladraba a manera de alerta y nos conducía hasta el aparato activado. Eso lo hacía un animal ideal para acompañar a personas con discapacidad. Es además un valiente cazador de roedores de los cuales nos libra en dos ocasiones. Tenía igualmente una singular resistencia y coraje ante el dolor físico pues soportaba por momentos una aguja inyectadora sin quejarse. Con ello se gana la admiración de todos. Un animal muy expresivo por sus sonidos guturales que emitía a manera de respuesta cuando se establece contacto con él. Conmovedores sus ojos tristes e inclinada cabeza evidencias de su martirio.
Cuando las lesiones de la sarna hacían crisis se bañaba en sangre siendo acechado por la peligrosa mosca verde que en varias ocasiones le infestó con sus malignos y devastadores parásitos. El mortífero ataque lo detenía con la aplicación de un spray recomendado por un veterinario. Pero, la muerte, que constantemente lo acechaba, logra su objetivo. Catire sucumbe a un ataque de la mosca luego de una semana de batalla contra la muerte.
El día de su partida definitiva comprobé que ciertamente, los perros son fieles a sus dueños hasta el final de su existencia. Inmovilizado físicamente, se desplaza unos 15 metros para morir a mis pies. Como decía el checo Franz Kafka: “igual que un perro”. El gran Catire que, pese a su torturante existencia, nos hizo felices a todos en casa. Y nos dejó una alentadora lección: en la vida hay que resistir un kilómetro más. ¡Inolvidable, Catire!
Freddy Torrealba Z.