Lo anunciado a finales del año 2019 se cumplió, para asombro de todos: 15 importantes naciones de Asia y Oceanía se han juntado en el acuerdo de libre comercio de mayor dimensión planetaria: el RCEP en inglés, o Acuerdo de Asociación Económica Integral Regional en español. Se trata de los diez países del sudeste asiático agrupados en la ASEAN: Birmania, Brunei, Camboya, Filipinas, Indonesia, Laos, Malasia, Singapur, Tailandia y Vietnam, a los cuales se suman tres potencias asiáticas: China, Japón y Corea del Sur, y del lado de Oceanía, Australia y Nueva Zelanda. India no suscribió el acuerdo por consideraciones económicas internas, pero no descarta su incorporación futura, ya que en la actualidad tiene vigentes acuerdos de libre comercio con los países de la ASEAN, con Japón, Corea del Sur, Australia y Nueva Zelanda, es decir, que tiene parte de la tarea hecha, aparte desde luego, de China. Es la primera vez que China, Japón y Corea del Sur participan de un mismo Tratado de Libre Comercio, y es el primer tratado multilateral en el que participa China.
Las negociaciones del RCEP tomaron cerca de ocho años, y concluyeron con la firma del tratado en Vietnam el pasado 15 de noviembre, a pesar de la crisis generalizada de la pandemia. El acuerdo se propone reducir en un 92% las barreras arancelarias al comercio de bienes entre sus miembros, y en un 65% al comercio de servicios. El texto suscrito aborda además temas como: economía digital, propiedad intelectual, solución de diferencias, telecomunicaciones, servicios financieros, comercio electrónico, servicios profesionales y cadenas globales de suministro, absteniéndose de incursionar en temas como la regulación sobre derechos laborales o los aspectos medioambientales.
El área del RCEP supera en dimensión económica a la del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (T-MEC) entre EE.UU., México y Canadá, y supera también a la de la Unión Europea, el acuerdo de integración más exitoso y profundo hasta ahora conocido. Las cifras son de veras impactantes: los 15 países aglutinan a 2.200 millones de personas, un tercio de los habitantes del planeta; el PIB total es de US$ 26,2 billones (millones de millones), equivalente al 30% del PIB global, y suma el 28% del comercio mundial, con lo cual agrega valor, pese a que, desde hace años, el mundo se mueve aceleradamente en dirección al Asia Oriental. De hecho, ya en la actualidad más del 40% del comercio mundial cruza las aguas del Asia-Pacífico, y las proyecciones indican que, en el año 2050, el 60% del PIB global se concentrará en esa región. El RCEP potenciará aún más el desarrollo de la región, mientras que EE.UU. y Europa, economías más maduras, mantendrán tasas de crecimiento bajas, en promedio de no más del 2% interanual. En el caso de EE.UU., si siguiera ensimismado en la miopía del “America First”, continuaría perdiendo presencia y gravitación global. Ha sido un error de Trump suponer que, solo colocando trabas a los asiáticos y aislándose, lograría impulsar su economía, cuando en realidad precisaría reinsertar con vigor a su país en el mundo, y dinamizar el avance tecnológico en medio de la competida revolución 4.0 o 5.0, la cual catapulta a la humanidad hacia dimensiones inimaginables de transformación digital presente y futura.
La idea del RCEP, gestada desde el año 2012, fue vista inicialmente por China como una forma de contrarrestar la influencia que EE.UU. estaba logrando en el Asia-Pacífico, durante la administración de Barack Obama. En efecto, Obama había promovido el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (Trans-Pacific Partnership o TPP), del que harían parte EE.UU., México, Chile, Perú, junto a Australia, Brunei, Canadá, Japón, Malasia, Nueva Zelanda, Vietnam y Singapur, y excluyendo explícitamente a China. Luego, ante la decisión de Trump al asumir el poder de excluir a su país de dicho acuerdo, las once naciones restantes decidieron seguir adelante y firmarlo, en lo que es hoy el llamado TPP-11. De inmediato creció el interés de China en la idea del RCEP, pues EE.UU., que había sido impulsor del TPP, había quedado fuera por voluntad propia. Así, la decisión de Trump de excluirse del TPP, fue vista por China como la oportunidad de oro para liderar la agenda comercial regional, y expandir su influencia en el Asia-Pacífico, que era lo que justamente trató de evitar la administración Obama con la promoción del TPP, sin China.
He insistido en mis escritos en la opinión de que, dentro de las paradojas del mundo de hoy, los países paradigmáticos del liberalismo económico: los EE.UU. de Trump y el Reino Unido de Boris Johnson, dos almas gemelas, han ido aislando a sus países, uno con el “America First” y otro con el Brexit, dejando vacíos de liderazgo que ocupan sin vacilación otras naciones. No sorprende por ello que el líder chino Xijinping, se haya expresado no hace mucho en una forma tan llamativa como la siguiente: “”El aislamiento conduce al retraso. La apertura es como una mariposa saliendo de su capullo. Va acompañada de dolor, pero crea una vida nueva”.
Por su parte, respecto al RCEP, el Primer Ministro chino Li Keqiang, manifestó: “La firma de la RCEP no es sólo un logro histórico de la cooperación regional de Asia Oriental, sino también una victoria del multilateralismo y del libre comercio”. Es así que, independientemente de las críticas que ha recibido China a raíz de la pandemia, avanza en su política de enarbolar las banderas del libre comercio, de la nueva globalización y del multilateralismo que arrió EE.UU., e impulsa hábiles iniciativas como “La nueva ruta de la Seda”, que promueven una fuerte presencia en más de 60 países, principalmente con la construcción de obras de infraestructura. Ello amén del incremento de otras inversiones en África, Asia y América Latina, estrategias que contrastan el repliegue de EE.UU., de distanciamiento de sus tradicionales aliados de occidente, y del costo político que le supone el bloqueo a varios acuerdos o instituciones internacionales, como también de marginarse de algunas de sus mayores responsabilidades planetarias. De allí que el presidente electo Joe Biden, haya expresado: “Es tiempo de que EE.UU. vuelva al mundo”, y que la primera medida que prevea al asumir el gobierno sea reincorporar a EE.UU. al Acuerdo de París sobre Cambio Climático y Emisiones de Efecto Invernadero, para beneplácito del maltratado globo terráqueo.
No obstante, es de destacar que aunque Biden ofrece regresar a una política de multilateralismo, es prematuro saber cuál será su postura ante los acuerdos comerciales, dados los retos que enfrenta a nivel interno, ya que no querría poner en riesgo el apoyo que recibió de los sindicatos para conseguir el triunfo en los estados de la unión que forman el cinturón industrial. Se espera sí que Biden permita desbloquear a la Organización Mundial del Comercio (OMC) de la crisis en que la sumió la administración Trump, y que a su vez impulse algunos cambios en dicha organización. Pero no es previsible que EE.UU. regrese al TPP en corto plazo, aunque si lo hiciera, reconectaría a EE.UU. con Asia-Pacífico, y equilibraría la influencia de China en la región.
Se inicia ahora el proceso de aprobación legislativa para la entrada en vigor del RCEP, lo cual ocurrirá cuando al menos seis países lo hayan ratificado, y que de ellos tres de ellos no sean parte de la ASEAN. La proyección geopolítica y mundial del RCEP es enorme, y motivará un atento seguimiento global, pues marca un hito de gran significación geopolítica y económica, que revolucionará también el comercio y los negocios a nivel planetario.
Pedro F. Carmona Estanga