#OPINIÓN Hay que despertar del sueño populista #10Nov

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Denis Hof (72) mejor conocido como el Rey de los Burdeles en el estado de Nevada fue postulado por el partido Republicano a las elecciones del “mide term” resultando electo diputado por esa entidad con algo más del 68% de los sufragios válidos. Este señor gordo y grande con una sonrisa que roba corazones duplicó en votos a su más cercano contrincante, un caballero postulado por el partido Demócrata de apellido Romanov que obtuvo 32% de los votos y quien llegó detrás de la ambulancia. Esta es una frase ligera a la cual recurro para describir la gran paliza que recibió gracias a ese tsunami de votos efervescentes, que al final solo podrían ser favorables al gobierno del inefable Donald Trump.

Hay un detalle singular en este hecho. Hof, dueño de unos cuantos bares de putas elegantes, había fallecido hacía más de un mes, mientras procrastinaba muy bien acompañado en uno de sus muchos negocios. Pero muerto y todo, logro convocar una altísima votación a su favor mientras a las puertas de cada centro de votación, una notificación oficial advertía que estando en el más allá, no podía ser seleccionado para ningún cargo de elección popular en el más acá. No obstante, ganó su curul en forma aplastante y ahora las autoridades electorales de Nevada deben convocar unas nuevas elecciones para resolver este entuerto.

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Ese mismo día (07.11.2018) Donald Trump presidente de los Estados Unidos, protagonizaba en vivo y directo una agria escaramuza con un periodista de la cadena de noticias CNN. Al no agradarle el tenor de una pregunta formulada por el profesional acreditado ante Casa Blanca, el jefe de gobierno estadounidense atacó como es su costumbre, calificando a los periodistas como los verdaderos enemigos del pueblo. Le urgía al periodista Jim Acosta, puntualizar detalles sobre la renuncia del procurador de ese país y el todavía pendiente affaire por la intromisión de hackers rusos en las elecciones donde fuera electo el gobernante norteamericano.

El propio atajaperros global -trasmitido en vivo a todo el país y el orbe- culminó con el retiro de las credenciales que le permiten ejercer como periodistas en la sede del gobierno de los Estados Unidos de América. Trump les dijo que eran una vergüenza como periodistas, y que no deberían trabajar para la influyente cadena de noticias. Ese escándalo diluyó lo sustantivo de las preguntas formuladas por el periodista y el momento informativo se redujo a la nada. Ahora se discute si Jim Acosta violó a no, las normas elementales del periodismo informativo, o si Trump tiene derecho a patear periodistas como lo hacía con los participantes en su talk show trasmitido hasta hace poco por la cadena CBS.

En las primeras páginas de los diarios de ese día, también había cuenta de la orden de enjuiciar a Rafael Correa por el secuestro de un opositor su gobierno, la prisión de Keiko Fujimori y su marido por el blanqueo de capitales, y las amenazas de Bolsonaro en eliminar ministerios y despachos de la burocracia brasileña. Ese informe diario, contenía a su vez las dudas e incertidumbre que genera el presidente electo de Brasil por su homofobia, misoginia, así como por su recalcitrante estilo de obrar y decir las cosas referidas a su próximo gobierno. La ex enfermera de Hugo Chávez, detenida en España por “distraer” 2 mil millones de dólares del erario público, se negaba a ser repatriada a Venezuela, pues teme que aquí le roben su fortuna.

¿Qué hay en común en todos estos eventos, tomados con pinzas (y al azar) de entre todas las primeras páginas de los pocos diarios y noticieros de TV que sobreviven en el país? Creo que los inspira un profundo sentido de la trasgresión en contra de todo aquello que se considera lo políticamente correcto, y que por lo demás, es una sensación que aterra y paraliza al ciudadano común. Hay una virulenta reacción contra el orden de todo lo establecido, que nos sugiere sin guardarse nada, que a todos estos eventos los motiva y alienta una poderosa ideología del resentimiento y el descontento.

Estos eventos son expresión de un descontento general, profundo, visceral y muy arraigado por la forma y manera en que hemos administrado durante años nuestra democracia. Le llaman populismo, y desde sus inicios, se percibió como la reacción de los más excluidos en contra del orden legal y lo considerado lo políticamente correcto. En la Rusia de los Zares y en los Estados Unidos del siglo 18 las masas campesinas irrumpieron contra el establishment suponiendo que la defensa de sus intereses básicos, justificaba la existencia de movimientos y acciones políticas como esta. Actuar bajo la norma de tierra arrasada parece ser el ingrediente más notable del populismo en todas las épocas.

Bajo su influjo el pueblo demanda todo el poder para sí, porque la democracia no había sido todo lo suficientemente justa y equitativa, en lo que de ella se esperaba. De allí que la irrupción contra formas y procederes, estructuras, acuerdos, e instituciones sea la característica de estos movimientos que con frecuencia pendular aparecen entre nosotros. No solo en el tercer mundo subdesarrollado y pobre, sino en las vetustas sociedades europeas también aparece el síntoma. A mayor deterioro de la democracia, es mucho más probable que aparezca un líder mesiánico que sugiera una vía expresa, un fast track hacia el paraíso, demoliendo las instituciones que han dado forma y razón a la democracia. Valga decir, que, desde los albores de la democracia, en la antigua Grecia, esta forma de gobierno contaba con ya con un buen número de declarados enemigos. Les llamaron demagogos desde un principio.

No hay acuerdo a la hora de precisar el origen de una conducta política que ejerce su oficio desde hace ya cierto tiempo, como si fuera el pasaporte ideológico de buena parte de América Latina. Juan Domingo Perón en Argentina, Getulio Vargas en Brasil y Lázaro Cárdenas en México dieron las líneas gruesas para constituir una forma de hacer política en nuestro continente, la cual luego tomó expresiones más explosivas en líderes carismáticos tan visibles como Hugo Chávez, Evo Morales, los esposos Kishner, más recientemente Jair Bolsonaro en Brasil, y obviamente, el señor Donald Trump en los Estados Unidos.

Tampoco puede decirse que es una ideología que responde a un solo patrón o modelo político en particular. Un populista (así les llaman) puede ser de derecha o de izquierda, o de ningún espacio de los conocidos hasta la fecha como el caso de Berlusconi en Italia. Más que una expresión concreta de las elaboraciones políticas de este siglo, debe ser abordado como un síntoma que expresa la magnitud de los males de la democracia, resultando al final algo menos que una ideología, y bastante más cercano a lo que supone debería ser una estrategia para gobernar.

Otras voces nos indican este Populismo new age es un concepto moralizante del mundo postmoderno, con el cual los afectados tratan de descalificar todas esas expresiones políticamente incorrectas que nos asaltan cada día, esas que nos resultan tan difíciles de asimilar y tan duras para comprender. Esa misma luz que trata de orientarnos, nos explica que los populismos de esta época son violentas reacciones al manejo incorrecto de las ofertas reivindicadoras de la modernidad. Son la consecuencia de la frustración que produjo entre los más pobres y desinformados del planeta la globalización tan mal instrumentada. Pobreza y desinformación, son sus dos vectores claves.

Son muchos los factores que influyen sobre el populismo para su consolidación como el estilo forma y habito político de todo un continente. Ahora el modo populista se expresa con ramificaciones tenebrosas en Europa como bien sucede en España con los chicos de Podemos, así como algunas expresiones de la derecha radical en Suecia, Alemania, Francia, Italia, Hungría, Austria y Dinamarca. Hay allí nacionalismos duros con mucho, temor al inmigrante, a la diversidad, a los nuevos patrones de la sexualidad, a los retos que plantea la ciencia y la tecnología, la educación, así como de esa sorpresiva pobreza que se aposenta en la periferia de sus ciudades. El viejo continente y algunas capitales de América Latina tiene lo suyo con expresiones tan torvas como la ideología de género.

Lo que si queda claro es que el populismo como expresión de la política contemporánea actúa como un duro y critico rival de la democracia; que en algunos casos tiende a mimetizarse con las proclamas de los nacionalismos más radicales, así como con las reinterpretaciones audaces del marxismo clásico, las utopías políticas más desactualizadas, el indigenismo, los cultos paganos y pare usted de contar. Una cadena de Nicolás Maduro es un buen catálogo de imprecisiones descomunales, un compendio de las más grandes calamidades teóricas, de un sincretismo obsceno, por la ignorancia que los caracteriza, pero que emerge violentamente en la narrativa de un pueblo mitológico y mal idealizado.

El populismo no es más que la búsqueda utópica de una mayor participación política por parte de ese pueblo idealizado. Una masa conducida e impulsada por la alucinación desmedida de un líder carismático, en el cual se concentra al mismo tiempo, el severo temor que habita en las masas ante las transiciones que nos aguardan, y que deben darse en el mundo que nos describe la compleja postmodernidad. No es posible imaginar mayor contradicción. Temor al cambio y decepción ante las promesas incumplidas de la democracia, aunada a la ayuda mágica de un salvador. Por ello recurren a la fuerza homogeneizadora de un líder fuerte que les guie en ese complicado y complejo camino. Así que, de esta manera, las grandes masas podrán renunciar y liberarse del demandante habito que nos exige la responsabilidad de ser y actuar como ciudadanos libres. Podría decirse que el populismo es una novedosa forma de esclavitud.

La devoción por un líder es requisito fundamental. Se trata de un sujeto muy singular el cual enajena y se apropia del espacio público para construir una relación directa, entre él, el partido y el pueblo. No existe así, otra posibilidad para construir un intercambio plural, rico y diverso. La otra condición de las formas del populismo es que toda relación formal es derivada y sustituida por otras nuevas relaciones que se dan fuera del plano formal-institucional. Es una demencial informalización de la vida política, lo cual no es otra cosa que su negación, para adscribirse a la ritualidad oficial, la única posible. Remenber Orwell.

Sobre la base de un discurso muy simple, nada complejo ni vinculante, el líder populista acude a una creación simbólica, mitológica y recurrente para la elaboración de su narrativa. No habrá otra forma de hablarnos sino al recurrir a una neo lengua que designa las mismas cosas, pero de otra forma, ampliamente vaciada de contenido, pero que incorpora una escueta simbología, para monopolizar el concepto de pueblo y nación como la nueva verdad política.

Se monopoliza la realidad y se le reduce a un combate singular entre los buenos y malos. Entre los negros y los blancos, los patriotas y los antipatriotas, lucha permanente donde obviamente los buenos son ellos y los malos todos aquellos que se opongan a esa realidad construida a partir de grandes mentiras y prejuicios ideológicos El populismo rechaza al sistema democrático convencional y oferta como solución mágica un consenso autoritario y excluyente.

Por lo general, estas discusiones concluyen con la pregunta tautológica que nos exige decir ¿qué es lo que proponemos para salir del oscuro universo donde habita el mundo populista? Bueno, primero creo y confieso, que las democracias modernas tienen grandes deudas que saldar con los menos favorecidos, sobre todo en lo atinente a la salud, la educación y el empleo. Habría que gestar acciones que permitan la creación de una gran franja de clase media dueña de una movilidad social única y emprendedora. Esa victoria ya la logró en su momento la sociedad venezolana justo entre los años 60-90.

Hay que despertar del sueño populista. Debemos lograr que nuestros niños asistan a más horas de clase, que existan menos asuetos y puentes festivos en el mundo laboral. Las empresas e industrias deben producir más y mejores productos. Ese estado interventor y abusivo debe dar más espacio a la iniciativa privada, esa que más empleo genera, por cierto. Garantizar un servicio de salud pública de excelencia. Impulsar y favorecer una cultura que prestigie la competencia como norma y práctica habitual entre nosotros. Reivindicar los valores de la libertad, para lo cual creo que no nos haría daño restaurar las clases de moral y cívica entre nuestros jóvenes adolescentes.

Es imperativo despertar de la pesadilla populista, habrá que respetar más y seriamente la vida, el trabajo y las leyes. Todo eso será posible, cuando hagamos de la política bien entendida un saludable habito ciudadano. Rescatar la democracia y despertar del sueño populista.

Alfredo Álvarez

@AlfredoKbza

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