Entender el mecanismo de mercado exige definir a los actores que interactúan en él, aunque realmente son las mismas acciones de estas unidades económicas las que constituyen al mercado en sí mismo. Los libros tradicionales de economía (véase Pindyck y Rubinfeld, Varian, etc.), en una primera aproximación al tema dividen a los actores económicos en compradores y vendedores. Los primeros son subdivididos en consumidores y empresas, unos adquieren bienes y servicios finales y los otros trabajo y capital para el desarrollo de sus actividades productivas. Los segundos también son subdivididos. Tenemos a las empresas que venden bienes y servicios; los propietarios del factor tierra que arriendan terrenos o venden recursos minerales, y los trabajadores que ofrecen su mano de obra o servicios profesionales.
Las personas, constituidas en familias u otro tipo de asociación, actúan de forma simultánea como compradores y vendedores; no obstante, pudiera resultar útil concebirlas en un momento determinado bajo el primer concepto cuando compran y bajo el segundo cuando venden (Pindyck & Rubinfeld, Microeconomía, 2009); se asume que esto se realiza en aras de simplificar un fenómeno altamente complejo para su mejor comprensión. Esto nos introduce al concepto de modelos, definidos como una representación simplificada de la realidad; la economía como ciencia se basa en la construcción de modelos para entender y dar explicación a los fenómenos sociales (Varian, Microeconomía Intermedia, 2003). Es evidente que al hablar de oferentes y demandantes se están definiendo acciones y no personas en sí mismas, si este fuese el caso, entonces se estaría trabajando bajo conjuntos de individuos que solo ejecutan una acción, consumir o vender, lo cual no tiene ningún sentido. La interacción de los actores — mediante las acciones ya definidas — es lo que forma o constituye los mercados, cuya comprensión parte de un modelo fundamentado en dos principios (Modelo neoclásico):
El principio de la optimización: los individuos tratan de elegir
las mejores pautas de consumo que están a su alcance
El principio del equilibrio: los precios se ajustan hasta que la cantidad
que demandan los individuos de una cosa es igual a la que se ofrece
El principio de optimización lleva implícito elementos de importancia para la comprensión del fenómeno económico. Se sabe que el ser humano tiene múltiples necesidades, su insatisfacción supone la aniquilación de nuestra naturaleza; lo contrario significa vivir y desarrollarse, para ello es necesario disponer de ciertos medios (Menger, Principios de economía, 1871). Así, el ser humano actúa con la finalidad de alcanzar unos determinados fines; Sin embargo, los medios son escasos por definición y esta característica es lo que motiva al ser humano a actuar. Nuestra pretensión de pasar de una situación a una más satisfactoria en un entorno de escasez es lo que nos lleva a escoger esas mejores pautas de consumo dada nuestras posibilidades, capacidades y recursos. Dicho lo anterior, la demanda para un economista no solo implica la necesidad o deseo por un bien, sino que es necesario que se tengan los medios para adquirirlo en el mercado.
El principio del equilibrio lleva implícito por su parte un proceso complejo de interrelación económica que resulta en un ajuste perpetuo de la oferta y de la demanda, el cual tiende al equilibrio. Las variaciones de precios transmiten información muy potente — y a su vez simplificada — al mercado en su conjunto. Por ejemplo, el incremento en el precio de un bien puede tener origen en múltiples acontecimientos; empero, son resumidas en dos posibilidades que pueden ocurrir de forma independiente o simultánea: una disminución de la oferta del bien, manteniéndose su demanda constante, y un aumento en su demanda, manteniéndose la oferta constante. En cualquiera de los casos, este incremento en el precio incentiva a una disminución del consumo por parte de quienes no lo valoran con tanta vehemencia en su escala subjetiva de preferencias, y a su vez, estimula planes de inversión que aumentan su oferta. Tras esta compleja interrelación se supone que la demanda se iguala a la oferta, lo que implicaría un precio sin alteraciones; se está en equilibrio. Esta noción de equilibrio tiene sentido bajo condiciones donde los agentes tienen poco poder de mercado, lo que significa baja o nula capacidad de influir de manera independiente en el precio.
Cuando se aborda el comportamiento de la oferta y de la demanda por medio de las Tijeras de Marshall (las famosas curvas de oferta y de demanda), se establece una relación causal entre precios y cantidades. Conviene al respecto preguntar qué es lo que origina esta inicial y aparentemente arbitraria variación en el precio, pues siempre queda sobreentendida en la explicación. Lo anterior nos lleva a ampliar inevitablemente esta lacónica forma de explicar el comportamiento de los agentes económicos: una curva de oferta parte del supuesto de constancia de los factores que afectan las cantidades ofrecidas, excepto el precio (p), cuando se asumen arbitrarias variaciones de P, realmente lo que se está vinculando de forma implícita son alteraciones en la demanda que, ante una oferta estática, es lo que le da sentido a estos movimientos de P. Sucede de igual forma con la curva de demanda, si bien es cierto que está claro el efecto de los precios en las cantidades demandadas, queda explícita una relación superficial ante variaciones arbitrarias de P, cuando lo único que puede darle sentido a dichas variaciones son movimientos previos en la oferta. La intención con lo expuesto es hacer énfasis en la idea de que los precios no se establecen de forma arbitraria ni aleatoria, son resultado de la interacción entre unidades económicas. Así las cosas, las curvas de oferta y demanda conllevan implícitas relaciones mucho más complejas que las aparentemente inmediatas por medio de los movimientos entre precio y cantidad.
Mediante las Tijeras de Marshall también se pueden expresar variaciones en la oferta y en la demanda que no son ocasionadas por movimientos en los precios, esto se representa gráficamente a través del acercamiento o alejamiento de las curvas con respecto al origen en el plano cartesiano. A esto se le denomina variaciones del equilibrio de mercado (Pindyck & Rubinfeld, Microeconomía, 2009).
Entre estas otras variables que pueden influir en la demanda se encuentran las variaciones en el ingreso de las personas (o empresas); variaciones en los precios de otros bienes o servicios; usos, costumbres, edad, sexo, educación, moda, gustos, prestigio y religión; aparición de bienes sustitutos o complementarios; la publicidad, y la inflación (Véase Pazos, Ciencia y Teoría Económica, 2005). Por su parte, entre las variables que influyen en la oferta se tiene el comportamiento del precio de los demás bienes, lo que influye en las decisiones de inversión; los precios de los factores de producción, que influye en los costos y en los márgenes de beneficio; el estado tecnológico; la aparición de sustitutos, y cambios en los objetivos empresariales hacia paradigmas más trascendentes. En resumen, la demanda y oferta de un bien no solo responde a su precio sino a otros factores ya descritos; de nuevo, las tijeras de Marshall encierran (o ignoran, dependiendo del punto de vista) esta complejidad implícita en los procesos de mercado.
El mecanismo de mercado descrito en los libros de economía, a simple vista, puede parecer un recurso muy simple para una realidad altamente compleja. Este modelo simplifica las variables que influyen en las acciones y decisiones de las personas; empero, cada elemento puede ser desagregado, exponiendo un abanico de variables y relaciones que van formando capas que se superponen, que incluso escapan del estudio de la ciencia económica y atañen más a la ciencia política, la sicología y la sociología. Dicho esto, no será extraño afirmar que el grado de complejidad detrás del modelo que describe el mecanismo de mercado es incalculable (o el que ignora, de nuevo, dependiendo del punto de vista). Así, se sugiere no subestimar su capacidad explicativa; de la misma manera, se recomienda no conformarse con los elementos visibles, cayendo en una profunda ignorancia de elementos que de ninguna manera pueden ser dejados de lado para el análisis económico.
Oscar José Torrealba