Hace muchos años -más o menos 30- un sábado veía por la TV un juego de beisbol con un pequeño sobrino nieto que hoy tiene 34 años. De pronto aparece en pantalla, a tempranas horas de la tarde, propias para la audiencia infantil, la publicidad de un producto para hombres. El niño, curioso, como es natural, me preguntó: ¿Qué es eso, tía Lilá? El Lilá es el apodo que me dan dos generaciones de sobrinos y por allí ya ha aparecido la tercera, sólo que no es venezolana -producto de la diáspora- y no la conozco sino por fotos y videos. Soy pacata o por lo menos para muchos doy esa impresión, pero no hipócrita, para mí la verdad tiene un valor insustituible. No podía mentirle al sobrinito, que no tenía nada de bobo y le respondí: Eso es algo que usan los hombres para no tener hijos, pero pregúntale a tu mamá. Sí, son temas que corresponden a los padres en primer lugar, no a la escuela, porque son ellos los que conocen el estado de madurez de sus hijos, diferente en cada caso, incluso siendo hermanos y en la escuela los van a tratar en bloque, ¡cuántas veces se hace daño abriendo un telón de la vida antes de tiempo! Porque la vida es así, hay que irla descubriendo poco a poco, como abriendo telones, según el ritmo de maduración de cada niño, de cada joven, para que no haya un golpe de luz inesperado y violento que lacere el alma.
Los tiempos han cambiado, para mí 30 años no hace nada, pero para los menores que yo a lo mejor es un gran lapso. Es posible que para la tía abuela de hoy y hasta la tía bisabuela, dar una explicación completa sobre el asunto sea lo más normal, incluso hasta haría un dibujito. Yo sigo siendo pacata. Fíjense que ni siquiera me refiero al producto por su nombre, me da cosa. En cambio, mi amigo, colega y hasta con nexos de parentesco, Federico Vegas, menor que yo, por supuesto, no le pica ni coquito empezar uno de sus excelentes artículos a lo cuales nos tiene acostumbrados, El país del retorno, nombrando los conocidos preservativos. A mí, pacata al fin, me resultó chabacano. Y una gran chabacanería la narración sobre el amigo que los encuentra en profusión en la gaveta de un hijo que se marchó al extranjero y no siéndoles ya útiles, ¡los dio de propina en la bombas de gasolina durante los meses en que no se pagaba ésta!
El cuento es cómico-trágico, lo primero, porque Federico lo explota, con indiscutible humor, como un punto de partida para meterse luego en la tragedia de los venezolanos fuera y dentro del país y convierte ésta, no ya en un artículo, sino en un profundo tratado sobre la nostalgia, la añoranza, la extrañeza, con interesantes citas de otro autores y poetas. Vegas da un vuelco a la chabacanería y la transforma en belleza. Yo haré lo mismo con la muy desprestigiada pacatería.
La vida íntima es belleza. El pudor la salvaguarda. Una señora me contó. En una tienda de trajes de baño donde había profusión de esos que se pagan por la tela ausente, le preguntó a la vendedora, no hay duda que en forma rebuscada: ¿Aquí no tienen trajes de baños púdicos? Recibió esta contestación: No. Tenemos marca tal o cual, pero esa marca no. El pudor, marca desconocida. Tal vez la palabra desapareció del diccionario. Aquí es donde aparece la pacatería, pudor exagerado, pero quizás arma efectiva para rescatar la belleza.
La belleza de la intimidad, repito. Es doloroso que se airé ante los ojos y oídos del vulgo la intimidad no sólo del cuerpo sino del alma. Algunos cuentan con desparpajos sus aventuras, travesuras y pecados, para alimentar la malsana curiosidad de un público y vanagloriarse ellos mismos.
Jamás ha sido tan perfectamente descriptible la palabra vanagloria: gloria inútil, sin trascendencia, basura.
Tal vez el pacato o la pacata puede despertar un interés un tanto desviado. ¿Cómo será tal en bikini, tanga o hilo dental? ¿Quién pudiera leer su diario, si lo tiene? La imaginación puede poblarse de bellezas escondidas, algo no muy saludable moralmente, ¡pero más divertido que lo explícito!
Alicia Álamo Bartolomé