#OPINIÓN Calma y cordura #22Oct

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El alarmismo – de lado y lado – con las próximas elecciones en Estados Unidos expone el profundo desconocimiento de muchos – incluso ciudadanos del mismo país – sobre las bases fundamentales que sustentan al sistema político norteamericano.

Unos se agitan por ignorancia, otros ventilan sus propios deseos o fantasías, y aún otros proyectan el extemporáneo recuerdo de otras tierras. Sea por lo que fuere, los agoreros yerran, como se han equivocado cuantos en el pasado subestimaron las fortalezas intrínsecas de este sistema.

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La Constitución de EE.UU lleva vigente 233 años con apenas 27 enmiendas, de las que diez forman la fundamental Carta de los Derechos de 1793. La XII (1804) establece el sistema de elecciones en segundo grado; la XIII (1865) abolió la esclavitud; la XIX (1920) dio el voto a las mujeres; y la XXII (1951) limita los períodos presidenciales a dos por persona.

Todo el sistema fue diseñado en expreso contraste a los excesos, demagogia, caudillismo y populismo de la revolución francesa. La palabra democracia no aparece jamás en su texto, que establece una república federal de estados soberanos que mancomunan sus intereses y políticas generales bajo un solo mando, con principios básicos que se mantienen intactos, y que solo pueden ser interpretados por la Corte Suprema.

Las enmiendas solo pueden ser propuestas conjuntamente por dos tercios del Senado, más dos tercios de la Cámara de Diputados; o por dos tercios de las cámaras legislativas de todos los estados de la unión, y luego ratificadas por tres cuartas partes de los 50 estados en un largo y complicado proceso.

Las salvaguardas y contrapesos del sistema fueron diseñados para sobrevivir cualquier hegemonía parlamentaria, o el riesgo de que a la Casa Blanca llegue un energúmeno, bandido o babieca – todo lo cual ya tiene antecedentes en la historia. Quien intente traspasar los límites corre un muy claro riesgo de pasar el resto de sus días tras los barrotes de una muy segura prisión federal.

Toca entonces bajarle diez a la hipérbole y a los mitos conspirativos porque en Estados Unidos no habrá socialismo ni dictadura, sea cual fuere el resultado de las próximas elecciones, salga sapo o salga rana; y quienes vaticinan el fin de la democracia hiperventilan en fanatismos que ya traspasan los linderos entre lo sublime y lo ridículo.

Más allá de los vociferantes extremismos y de las usuales trompadas electoreras, aumentadas y repotenciadas por medios irresponsables y sensacionalistas que buscan elevar su sintonía, el sistema saldrá a salvo y fortalecido. Calma y cordura.

Antonio A. Herrera-Vaillant

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