Varios temas de que hablar en esta oportunidad: La nueva encíclica del Papa Francisco, Fratelli Tutti; la así llamada Ley Antibloqueo, que ninguna ley es; las elecciones de Estados Unidos; las crecientes protestas en todo el país; la decisión tan esperada del tribunal británico sobre la entrega de los lingotes de oro al gobierno legítimo de Venezuela; el aumento de violaciones a los Derechos Humanos por parte del régimen venezolano; la también muy esperada decisión sobre la extradición a Estados Unidos del señor Alex Saab; la recurrente lucha contra el famoso e indeseable virus Covid-19. En fin, estamos frente a una gran cantidad de serios e importantes temas en el mundo entero, que nos ocupará tiempo y espacio reflexionarlos y poder así opinar sobre ellos. Espero ser luz y no tinieblas cuando los aborde. Como católico me siento obligado a orientar sobre los mismos, pues tocan aspectos morales muy graves. Pero hoy escribo sobre otra luz, sobre la luz que el ser humano utiliza como signo de progreso y calidad de vida, la luz eléctrica. Nunca habíamos retrocedido tanto en el desarrollo y progreso del país, como en estos tiempos, no tenemos luz eléctrica estable, permanente y segura. A la falta de luz permanente, hay que sumar la falta de gas, de gasolina, no hay vías de comunicación en buen estado, no hay transporte terrestre ni aéreo, no hay internet, a pesar de que se nos pide, en razón de la pandemia, educación desde la casa para nuestros niños y a través del internet. Contradictorio y malvado el régimen al exigir computadoras, teléfonos inteligentes y no proporcionar las herramientas para su utilización. He visto los rostros pequeños de los niños frustrados porque no pueden estudiar ni hacer sus tareas, como lo hacíamos hace cincuenta y más años.
Son interminables las horas que pasamos sin luz eléctrica. A veces desde las seis de la tarde hasta bien entrada la madrugada del día siguiente, sin explicación alguna de quienes administran ese servicio. Tengo hijos ya profesionales fuera del país y nos cuentan que cuando ellos explican lo que ocurre con el servicio eléctrico en Venezuela, no les creen. Seis, siete, ocho horas sin luz. Y qué ocurre con los niños en incubadoras, los ancianos con colchones antiescaras, qué ocurre con los alimentos que requieren refrigeración, qué ocurre con los hospitales si llega alguien que debe operarse de urgencia o una parturienta a punto de dar a luz, qué ocurre con quien requiere un respirador porque tiene problemas con esa función natural del cuerpo humano. De verdad vivimos una tragedia de dimensiones colosales. Y el régimen se comporta como si el problema no fuera con él, como si eso no es de su competencia. No sabemos cuándo nos corresponderá estar sin luz y qué días nos toca, no sabemos por cuánto tiempo, puede ser de día o puede ser de noche. La incertidumbre crece cada vez más. La falta de luz eléctrica conlleva la falta de agua potable, el servicio de ascensores, no puede utilizarse la cocina eléctrica y el daño a los aparatos domésticos es grande. Quién responde por todo eso. Y el régimen no ha vuelto a referirse a este problema, un silencio impresionante contra la dignidad del venezolano, incluyendo, como señalé antes, contra niños y ancianos. Hay alguna explicación a todo esto, parece que no. Nadie ha dicho nada acerca de lo que ocurre y de lo que pueda estar haciéndose para algún día solucionar en forma definitiva esta tortura. Y cuidado con aquel que ose preguntar algo sobre este tema. He visto a la sociedad civil organizándose (Activos por la luz es un muy buen ejemplo) para reclamar la solución definitiva de esta situación, protestar y presentar propuestas. Oír a la sociedad sí es obligación de quienes detentan el poder, su misión no es eternizarse en la función de gobernar.
Joel Rodríguez Ramos