Desde el año 2017 el tipo de cambio se duplica cada 57 días en promedio. Esto quiere decir que con una periodicidad bimensual hay que entregar el doble de bolívares para adquirir un dólar americano. La devaluación de nuestro signo monetario es una constante, lo que a su vez significa una actuación ineficiente del Banco Central de Venezuela, quien es responsable —tal y como lo establece la ley que rige a esta institución— del valor externo e interno de la unidad monetaria. Con relación a este último, sabemos que desde noviembre de 2017 nuestra economía experimenta variaciones de precios que superan el 50% mensual, lo que es definido en la literatura económica como hiperinflación. Todo este desorden monetario, consecuencia de políticas que en definitiva responden a un desorden fiscal —y muy en el fondo a un desorden político— han llevado a nuestra economía a sufrir un proceso de sustitución monetaria que popularmente se conoce como dolarización; dentro de este proceso ha ocurrido otro simultáneo (2019), que se refiere a variaciones en el poder adquisitivo del mismo dólar. Mientras tanto, en lo que va de 2020 el tipo de cambio se sigue devaluando, con un acumulado a finales de septiembre que alcanza 790% de variación, ¿Qué pasa en materia monetaria en Venezuela?
Recuerdo que entre 2016 y 2017, cuando aún no se aceptaban dólares tal y como ocurre hoy, el poder adquisitivo de 20$ era realmente significativo. Pocas personas manifestaban cobrar salarios o manejar la cotizada divisa; recuerdo varios casos cercanos que ahorraban excedentes en bolívares hasta completar el equivalente a 10$ o 20$, acudían al mercado paralelo —que no es más que una red muy doméstica de compra-venta de divisas entre conocidos vía WhatsApp—y tras hacer el cambio procedían a guardar sus billetes; el dólar servía como ahorro y como refugio ante la inflación. En esta época solo algunos mercados estaban dolarizados, principalmente el inmobiliario y vehículos, el resto seguía manejándose en bolívares. Esto quiere decir que si usted quería hacer uso de sus ahorros para financiar gastos corrientes, era casi obligatorio acudir primero al WhatsApp para vender los dólares necesarios. Lo que ocurría en ese entonces era que las personas preferían reservarse la moneda buena y gastar la moneda mala, siendo por supuesto la primera aquella que cumple mejor con las cualidades del dinero (el dólar). A este fenómeno se le conoce como la Ley de Gresham y solo expresa una situación ante la cual la moneda mala sustituye en el mercado a la moneda buena, no porque la moneda mala sea buena, sino porque nadie la quiere.
En 2018 experimentamos la peor inflación de nuestra historia monetaria; aumentaron las sanciones financieras al Gobierno de Maduro y en agosto se aplicaron un conjunto de medidas entre las que se destacan el libre cambio en todo el territorio nacional y el aumento del encaje legal a niveles exorbitantes. En este año la variación del tipo de cambio fue de más de 65.000%, esto es consecuencia directa de la misma política hiperinflacionaria orquestada por el BCV. Nadie más puede hacer algo similar. La solución para contener la volatilidad en el tipo de cambio fue aumentar el encaje, que influye en los niveles de crédito. A mayor crédito mayor demanda de dólares, dicho de otra manera, una parte de la demanda de divisas se estaba financiando mediante el crédito; mayor encaje, menor el crédito, menor la demanda de divisas, menor la volatilidad del tipo de cambio. Todo suena muy bien, pero no se está solucionando el problema de fondo: la emisión descontrolada de dinero.
Así las cosas, tenemos algunos efectos simultáneos de interés: la hiperinflación estimula un mayor uso de las divisas como medio de cambio, esto se exacerba cuando se comienzan a dolarizar los salarios justo luego de la derogación de la Ley de Ilícitos Cambiarios; la dolarización era inminente. Mientras tanto, el tipo de cambio tenía rezagos en comparación con la variación en el nivel de precios, esto hacía que el dólar estuviese relativamente barato, nada más conveniente para los tenedores de grandes sumas de bolívares (el Gobierno). A su vez, el aumento de sanciones financieras estimuló el retorno de un flujo importante de dólares al territorio nacional, fenómeno que debe sumarse al aumento de remesas como consecuencia de la diáspora de nuestros connacionales, y por último, conviene tomar en consideración que la disminución de la actividad económica fuerza aún más el uso de los ahorros en dólares. Todo lo anterior bajo un escenario de escasez de bolívares en efectivo en un país con un severo atraso tecnológico y fallas en el servicio eléctrico. El cúmulo de estas variables es estímulo suficiente para que las personas prefieran usar la moneda buena en vez de la moneda mala. A este fenómeno se le conoce como la Ley de Thiers.
¿Por qué en 2017 un dólar tenía mayor poder de compra que en 2019? Hace 3 años la demanda de dólares era bastante elevada con relación a su oferta: los salarios no estaban dolarizados y los pocos dólares disponibles en el mercado cambiario eran adquiridos como reserva de valor (y salían de circulación). En 2019había una mayor oferta de dólares en nuestra economía, mientras que se generaba una disminución relativa de su demanda, al ser menos retenido o usado como ahorro, En definitiva, aumentó su circulación en el mercado. Es probable que este aumento de la oferta de dólares por encima de su demanda —o un aumento de la oferta de dólares a una tasa que superó el ritmo de dolarización o de aceptación de la divisas en los comercios— haya sido la causa del incremento de los precios en dólares, lo que causó la percepción de generarse no solo una inflación en bolívares sino también en la cotizada moneda.
En 2020 los precios calculados en dólares han disminuido su nivel de variación, con un acumulado que tiende a cero. La economía está cada vez más dolarizada pese a los costos inherentes de manejar esta divisa, como lo es por ejemplo la poca oferta de billetes de baja denominación, lo que dificulta la fluidez en las transacciones. A pesar de esto, el proceso de sustitución monetaria parece imparable y difícilmente sea reversible, no en el mediano plazo.
Oscar J. Torrealba