El mundo cambió. Se oye esta afirmación en por lo menos unas tres o cuatrocientas lenguas diversas y quien sabe en cuantos dialectos más. El mundo se ha minimizado de tal modo y forma, que de cualquier pequeño suceso en una remota isla del Océano Pacífico puedes quedar enterado unas pocas horas después, y en algunos casos hasta en minutos.
La realidad concreta, dicho al estilo de Karel Kosik, es un escenario de muy elevado dinamismo, por definición, en cambio constante, entonces…
Eh, eh, deténgase señor escribiente. Debemos ser prolijos en las precisiones conceptuales o armaremos tremendo pasticho cerebral a los lectores. Volvamos a intentarlo.
Dinamismo es una cualidad. La velocidad es una dimensión física. Un cambio es una transformación. Como elementos estructurales de un “organon” de cualquier tipo o género existe la tendencia a considerarlos metafóricamente análogos, más son conceptos diferentes y no debemos olvidarlo. En cuanto al supuesto “cambio” del mundo que ahora se pregona a los cuatro vientos en todas las lenguas, dialectos y jergas, tenemos severas dudas. En primer lugar lo que hay es una inquietud muy justificada, acerca de las conductas sociales y los comportamientos de convivencia que serán necesarios para lidiar con lo que queda de la pandemia, y/o lo que siga después de haberla controlado. Es decir, la medida del intento por normalizar las actividades ordinarias de la vida en sociedad: Trabajar, producir los necesarios bienes de consumo indispensables, más las actividades complementarias propias de lacivilidad sembrada en la humanidad después de haberse cubierto bajo las cotas civilizadas de Grecia y Roma, a saber: Conocer, saber y operar el hacer manual o técnico de los implementos, insumos y maquinarias que sostienen el nivel de vida existente (instruir, formar, educar). Manejo del tiempo de ocio en recreación, diversión, y cultivo artístico y espiritual. Como puede verse hasta hoy no existe cambio alguno en propiedad, más allá del confinamiento obligado para evitar el riesgo del contagio y el alto margen de paralización de la armazón económica-financiera y productiva del planeta con sus consecuencias naturales.
¿Habrá un cambio? Nos será posible cambiar.
La transformación que significa cambiar es uno de los pasos más difíciles de dar. Por lo general existen personas humanas. Lo ideal es que fuesen seres humanos conscientes de su esencialidad. Hay una diferencia de grado entre uno y otro. Una persona, hombre o mujer en la condición de humanidad que le da forma, gracias a su programa genético, y cuya educación y ambiente (entorno social y geografía) terminan por confirmar y darle ingreso a una condición transitoria: la dimensión de humanidad. Repito, una condición dimensional de tránsito, cuál un camino que va desde el animal que le dio origen, (Teilhard du Chardin dixit) hasta el umbral de la divinidad.
El ente vivo común, hombre o mujer cree y asume la condición de ser un resultado definitivo, ha conformado su mente y espíritu mediante hábitos de conducta que le otorgan un sustituto de esencialidad comúnmente conocido como “personalidad”. El ser humano auténtico, hombre o mujer, se ha estructurado mental y espiritualmente cultivando a conciencia una presencia constante de ser y estar que se revela sin dilución alguna en recordarse a si mismo como producto no terminado, aún en evolución, por lo que realiza elintento de ser consciente al pensar, al decir y al actuar.
La llamada personalidad es una de las más interesantes creaciones del genio filosófico de Grecia. Es una “margarina conceptual” creada en razón de la imposibilidad general de asumirse a conciencia y en esencia como un ser único, particular, modelo que debe culminar por si mismo, a voluntad, el cultivo de la plántula anímica que se le otorga al cesar la vida oceánica del vientre materno y debe al mismo tiempo, gestionar y fortalecer el ascenso del espíritu divino inserto en cada género de vida, tal cual nos lo recuerda Patanjali en sus “Aforismos”.
“Dios duerme en la piedra, vibra en el árbol, sueña en el animal y despierta en el hombre”.
Cambiar: Alterar, transformar, modificar, reemplazar. Todas y cada una, acepciones que definen lo que con la mejor precisión se define como “Cambio”.
Ahora las afirmaciones tendrán el terreno suficiente donde insertarse en amplitud, con la diversa elasticidad marcada por los intereses sociales en pugna. Hay por lo menos tres clases de barómetros –la tendencia pendular de una época, la moda y las ideologías—que imponen el ritmo de las alteraciones constantes en las rutinas y acomodos de adaptación que exige la natural evolución de la vida en sociedad. Puede predominar uno u otro y siempre, sea cual sea el efecto que impriman a la dinámica del momento, generan en primer término la sensación de cambio, de transformación. Como realidad actuante es solo una percepción de movilidad y dado que se mantiene la pugna por el predominio y dirección del ritmo a tomar por la velocidad del sucederse, se fortalece la percepción generalizada de un cambio real, una transformación trascendente en tanto significase la obsolescencia de métodos, procesos y formas de conducta individual y grupal, ante el surgir de nuevas formas y valores sustitutivos.
No es una situación o estado fácil de diagnosticar. Se enfrenta un modo límite –según los parámetros aún vigentes– del que solo sabemos que es nuevo y por tal, diferente, pero ignoramos la profundidad que podría alcanzar, como tampoco conocemos el horizonte hasta donde podrá llegar su influencia. La verdad relativa del momento se llama confusión y el intento de un análisis que le comprenda como fenómeno, solo puede generar lo observado por doquier: Especulaciones, expectativas, inquietudes. Un estado de cosas muy similar al que se ha visto otras veces como supuestos cambios revolucionarios a realizar por el grupo político llegado al poder, cobijados por cualquier consigna populista que propone el máximo bienestar con el menor esfuerzo, a la manera de esas máquinas mágicas de gimnasio que te ofrecen un cuerpo espléndido en pocos días con solo pocos minutos diarios… APROVECHE, LLAME YA.
Y poco tiempo después todo se desmorona, ilusiones, espectativas, promesas. “Los Leones –guardianes del viejo orden— han sido sustituidos por chacales, alimañas” decía el príncipe Don Fabrizio (Burt Lancaster) en el film “El Gatopardo” basada en la novela de GiussepeTomasi deLampedusa, noble siciliano que describe la decadenciadel viejo régimen ante la llegada de las tropas garibaldinas a Sicilia, quienes con toda la parafernalia propagandística en sus manos prometen y prometen, para sucumbir al poco tiempo a la grave tarea de disfrutar los privilegios del poder y nada más, como no fuese la preocupación de llenar los bolsillos. Panorama que permite a don Fabrizio decir, a título de aceptación de la circunstancia, más vencido por el tiempo que por el acontecer histórico-político:
“Es necesario que todo cambie, para que todo siga igual”.
Pedro J. Lozada