Los caminantes aguantan un largo camino, con algo de pan y mucha solidaridad

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Se hablaba del peregrinaje de venezolanos, tras mejores oportunidades de sobrevivencia, como un fenómeno visible en otros países y no tanto del que dio origen a una diáspora que como pocas se ha conocido en la historia.

Hoy ese deambular conmueve a sus connacionales, que como pueden han ayudado, aunque, como cada viajero subraya, ha sido el Táchira una tierra especialmente generosa con ellos. Un altruismo restringido por las propias penurias de los donantes.

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—Queríamos cocinarle un hervido -afirmó una vecina de Zorca Providencia-, pero no tenemos gas en la casa, y no sabemos cuándo se nos va la luz. Tratamos de ponernos de acuerdo entre todos, pues tampoco es mucho lo que tenemos en nuestras neveras.

7 días a pie desde Ciudad Guayana

Un niño que viene de Caracas recibe un par de zapatos viejos, muy emocionado, y antes que estrenarlos, los guarda: “estos me sirven para cuando se me acaben los que llevo puestos”. Un juguetico, algo ya deteriorado, fue también motivo de su contento, que compartió con los adultos que lo acompañaban.

Siendo esta semana de cuarentena rígida, su paso ha sido detenido en algunos puntos de control, e incluso no se les ha permitido el ingreso a Capacho Nuevo, teniendo que desviarse por Rancherías, haciendo más larga aún una ya interminable travesía.

Según lo informan vecinos de El Mirador, la media de cien diarios no ha variado, y preocupa que vaya en aumento.

Pasaje en 100 dólares

Óscar Aguilera y un grupo de alrededor 8 personas buscaron como fuera trasladarse desde Ciudad Guayana hasta San Cristóbal, algunos trechos en colas y otros a pie, y si bien bastante han tenido que gastar, en total no se compara con los más de 100 dólares que les costaba un pasaje expedito a la frontera. Lidiar con niños no le ha sido fácil, así como tampoco las inclemencias climáticas de sol y lluvia.

—Tuvimos trancas, pero con el favor de Dios pudimos superarlas. El primer día tuvimos que quedarnos en Ciudad Bolívar porque los guardias no querían dejarnos pasar, donde quiera que estábamos nos corrían. Y, después de ahí, tuvimos que caminar bastante, al centro del estado Bolívar, y casi al llegar al puente de Angostura nos dieron una cola, porque no había policía ni guardia para ponernos problemas -expresó-.

Aguilera narra que cada vez que un policía los veía, de inmediato los corría, porque no quería que estuvieran cerca.

—Nosotros lo que buscábamos era refugio y esas cosas. En realidad es fuerte. La comida se nos agotó, nos quitaban plata, porque si no teníamos 5 o 10 dólares no nos dejaban pasar, no nos conseguían cola. Es triste y lamentable el hecho de negarle una ayuda a quien más la necesite. Vamos a Colombia a surgir, por lo menos sabemos que somos jóvenes -declaró-.

¿Por qué tomar esta decisión de irse del país?

— Tomé la decisión porque el salario no alcanzaba para nada. Yo trabajaba para una importante empresa nacional de briquetas, y no teníamos un buen seguro; si nos daba el covid-19 no nos permitían el ingreso a las clínicas privadas, por ejemplo.

Hablar del Táchira y de cómo algunos se condolieron de su situación, y especialmente la de los niños, le formó por momentos un nudo en la garganta.

No deja de recordar que tuvo que dejar a su hija, sin sus padres, aunque confía en que el sacrificio a la larga valdrá la pena y de ser posible, con el tiempo, se la llevará.

—Cuando llegamos a San Cristóbal -sostiene

Aguilera-, ¡guao!… nos trataron de maravilla, nos dieron agua, comida, se preocuparon por los niños. Tengo un primo allá, en Colombia, y me dijo que, con el favor de Dios, me conseguiría un trabajito y con eso alcanzaría para mandarle algo a mi hija y darle una mejor calidad de vida. Nosotros vimos mucha gente venirse y estar rezagados, porque se han quedado en alcabalas, donde les revisan todo.

Con tres hijos a cuestas

Neiver León no se vino solo de Caracas, a su lado permanecen sus tres hijos: Cleiver, Jonder y Jesús, y hasta los momentos agradece a Dios por haber hecho su travesía sin mayores inconvenientes, más allá del calvario de 8 días entre aventones y recorrido a campo traviesa.

—Yo trabajaba la siembra y vendía las cosas, pero la sequía no ha ayudado, y la mala situación económica menos. Gracias a Dios, mucha gente nos ha prestado colaboración. Hemos tenido la suerte de pasar la noche en refugios, donde uno se baña y come, pero también nos hemos quedado donde nos agarre la noche.

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