La política, aunque a veces no lo parezca, es actividad en permanente fluir y por tanto de espinoso y esquivo secuestro. Anda por todas partes, se transforma, se disimula, no es dócil doncella, y cuando usted trata de retenerla, enamorarla o apropiársela, ella huye, escapa, se difumina ingrávida en indócil edad para reaparecer anfitriona vibrante cuando nadie lo espera.
Es en verdad cierto que los imperios lograron mantenerse durante siglos y siglos; y han existido también dictaduras con aspiraciones de eternidad, y partidos políticos que en periodos de supuesta democracia han querido y logrado sostenerse durante mucho tiempo en el gobierno. Y cuánto les ha dolido a todos separarse del poder que creían imperecedero. Hoy ya son pasado, ruinas o en vías de serlo. Nada es para siempre, y en este particular caso, menos mal.
Y pareciera igualmente en paralelo, da esa impresión, que las sociedades se adormecen ante los poderes hegemónicos, y que las apremiantes necesidades del hoy confinan las ambiciones de cambio y de mejora las cuales pasan a jugar un papel insignificante frente la impostergable e inhumana agenda de nuestras prioridades; y se creyera también que dicha pesada lentitud es el resultado de un cóctel de elementos que provocados o no originan el marasmo social que hoy conocemos. Pero es humana impresión equivocada esa sensación del tiempo detenido en el que el imperio del constante deterioro, que cobra especial espacio y significación en la política y por ende en nuestras vidas, se impondrá fatalmente sobre nuestras esmirriadas y enjauladas voluntades.
El creciente e indetenible deterioro de todos y en todos los ámbitos imaginables de nuestras vidas individuales y colectivas, es tragedia compartida por la gran mayoría de los venezolanos e igualmente percibido así por tantos que nos miran preocupados o atónitos desde lejos con otros sensores y distinta perspectiva.
Lo cierto es que hoy por hoy se observa a pesar de la lentitud un movimiento en un doble sentido dentro de la realidad venezolana: por un lado y de su cuenta registramos una moderada pero creciente ebullición social expresada en recientes protestas de calle puntuales a lo largo y ancho del país frente a la crisis y deterioro del funcionamiento de los más elementales recursos de la vida cotidiana. Estas protestas sociales en apariencia no tienen conexión entre sí, parecen espontaneas, reclamos acuciantes de la arruinada y adolorida población y que son reprimidas eficientemente, para eso sí, por el gobierno.
En segundo término da la impresión que el liderazgo político mediático de la oposición venezolana estaría tomando un segundo aire como resultado, entre otros, del impacto político global que ha tenido el riguroso Informe de la Misión Internacional Independiente de Determinación de los Hechos sobre la República Bolivariana de Venezuela, conformada mediante la resolución 42/25 del 27 de septiembre de 2019 del Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, que evaluó las presuntas violaciones a los derechos humanos cometidos desde el 2014.
En dicho informe se concluye que en el país se han perpetrado planificadamente, como política de Estado, graves violaciones de Derechos Humanos como son las ejecuciones extrajudiciales, las desapariciones forzadas, las detenciones arbitrarias, las torturas y otros tratos crueles inhumanos y degradantes, que constituyen delitos de lesa humanidad.
Ahora bien, ambas situaciones, el liderazgo político mediático y las crecientes protestas puntuales, no tienen en apariencia relación causal la una con la otra. Las manifestaciones de calle son por su lado y a mi manera de ver espontáneas, más que justificadas y cada vez menos esporádicas. Por su parte el liderazgo de oposición, que incluye lo político pero que no se reduce a él, se asoma hoy con un nuevo ánimo despertando en el seno de la población venezolana expuesta a los medios y redes sociales una nueva esperanza.
No hay hasta ahora la sintonía necesaria entre pueblo y conducción política, así como tampoco la hay entre los distintos liderazgos. Anda esa relación, por el momento, distante cuando no inexistente, si acaso en paralelo, en corto circuito permanente, mientras los rivales festejan. Habrá que esperar a ver si por fin entran en irremplazable conexión y síntesis creativa.
Y a todas estas exigimos que, vistas las reales condiciones de vida interna y los escenarios internacionales en ebullición constante, sumados ambos a la profunda crisis de gobernabilidad, toda la oposición venezolana, incluyendo por supuesto a los partidos políticos aquí tan abreviados, asuma el reto heroico, el compromiso de unidad como exigencia histórica, que nos toca jugar en estos tiempos de secuestro pandémico y marasmo social que tanto favorecen a las dictaduras.
Leandro Area Pereira