Recibí, de un dilecto amigo, para echarme en cara mi variante de defensora a crítica de la oposición venezolana; y llamarme acomodaticia, como buena hija de la Iglesia Católica, el siguiente párrafo:
Así ha hecho toda la vida nuestra Santa Madre de Roma, que hoy por ejemplo se proclama la más respetuosa partidaria de la misma democracia y de los mismos valores liberales que otrora condenó, persiguió y excomulgó. Y tiempo al tiempo con otros temas. Yo estoy seguro, por ejemplo, de que no pasará mucho antes de que quede en evidencia que la oposición a que las mujeres accedan al sacerdocio se debe a puro y duro inmovilismo. Entonces verá como las Sagradas Escrituras y los Padres de la Iglesia abundan en argumentos para permitir lo mismo que hasta entonces negaron. Porque así ha pasado siempre con todo, y a esa admirable capacidad camaleónica se debe la supervivencia de una institución que, según sus fieles, demuestra su naturaleza divina precisamente en su durabilidad (aunque, medidas las cosas por ese rasero, más divina debería ser la monarquía japonesa, que supera a la Iglesia en unos cuantos siglos). En fin.
Pues sí, esta hija fiel y orgullosa de la Santa Iglesia Católica y Apostólica, va a rebatirlo paso a paso. Nuestra Santa Madre de Roma evoluciona al paso de la historia. Es divina, pero está compuesta de hombres y, como humanidad, es capaz de pasar de la edad de piedra a la era de la conquista del espacio. No le sucede a otras iglesias, se quedan en el pasado hasta en lo largo de sus ceremonias como en los rigores de sus ayunos. La Iglesia camina con el tiempo y está a la altura de su momento. La vemos en sus etapas primitivas condenar una tesis política o científica,
pero al avanzar los conocimientos y ella misma hacia la madurez cultural de sus miembros, reconoce la verdad donde la hay. El Magisterio no ha condenado primero unas tesis y las ha aprobado después, por ejemplo, respecto al liberalismo o la democracia: ha rechazado sólo aquellos aspectos que se oponían a la fe. La Iglesia no es innovadora como institución, guarda celosa una doctrina eterna y, a pesar de que ha estado a veces en manos inicuas, jamás la ha traicionado, pero está de acuerdo en que sus hijos avancen y transformen todas las actividades humanas. De ella nació la universidad, el hospital, la beneficencia y la tolerancia.
Hay cosas que no van a cambiar en la Iglesia, como pueden cambiar otras si no están en contra la doctrina de Cristo, tal, sacerdotes casados, por ejemplo; pero jamás aprobará el divorcio, ni el vínculo matrimonial entre personas del mismo sexo, ni el aborto, ni la eutanasia, ni la ideología de género. Todo eso destruye la piedra angular donde se afinca para ser, crecer y alcanzar su fin último la humanidad: la familia.
Y desengáñate, amigo, tampoco habrá nunca sacerdotisas. Ya hay un misterio de la transubstantación: la trasformación del pan y el vino en el cuerpo y la sangre de Cristo que hace el sacerdote cuando dice en el momento cumbre de la santa misa: Este es mi cuerpo…. Esta es mi sangre… No dice este es su cuerpo, esta es su sangre, porque es el mismo Cristo quien consagra y realiza el misterio. El sacerdote revestido ante el altar está transformado en Jesucristo. Si fuera una mujer, tendría que haber un cambio de género o ser ella una suerte de travesti, ¿te parece lógico? La Iglesia no dará jamás semejante traspié. El Redentor, como ninguno antes, reivindicó a la mujer, lo acompañaban en su misión, veneraba a su Madre, pero no concedió el sacerdocio sino a sus apóstoles, ¿por qué? Supongo que no le parecía bien un cambio de sexo eucarístico. ¿Acaso habría que remendarle la plana? ¿A Dios? ¡Vaya pretensión!
Soy mujer, no me siento desmerecida por no ser sacerdote, sino cuando las de mi sexo andan haciendo ridiculeces por un feminismo exacerbado, envilecedor. Acomplejada servidumbre al machismo, pues el quehacer de los hombres no es el más valioso. Mi orgullo es el nacimiento del Hijo de Dios de un vientre femenino fecundado por semen divino. La carne y la sangre de la Virgen María presentes en la Eucaristía. No hay ADN masculino. Cromosoma XX, nada de XY. Repetición rotunda en la mujer.
Un hombre puede ser padre de un sacerdote, pero ninguno lo lleva 9 meses en la intimidad de su propio cuerpo. Cada quien tiene su misión en este mundo. Todos servimos. El sacerdocio es un servicio más, aunque heroico. La maternidad y la virginidad consagrada también lo son.
Alicia Álamo Bartolomé