Ahora cuando a causa de la bendita pandemia estamos encerrados en casa, buscar los libros de Víctor Valera Mora –poeta venezolano perteneciente a la Generación del 58– puede ser una hermosa tarea de hallar en sus poesías un lugar muy grato para apreciar el sentido irreverente del más reconocido poeta de las décadas 60 y 70.
Valera Mora vino al mundo en Valera, estado Trujillo el 20 de septiembre de 1935 en una familia muy humilde, hijo del obrero Antonio Isidro Valera quien murió joven de tuberculosis y de Elena Mora, con quienes se fue a vivir a San Juan de los Morros, donde transcurre su adolescencia.
Luego se va a la capital y se gradúa de bachiller en filosofía y letras en el Liceo Santa María de Caracas en 1956. Se inicia en la lucha política como militante del Partido Comunista y fue detenido por la policía política del dictador Marcos Pérez Jiménez durante las manifestaciones contra el régimen y sale de prisión con la fuga del tirano en enero de 1958.
Comienza estudios de Sociología en la Universidad Central de Venezuela y se gradúa en 1961 e inicia su labor docente en los liceos y en los 60’ comparte la poesía en panfletos, volantines y escritos políticos con la actividad revolucionaria contra los gobiernos de Rómulo Betancourt y Raúl Leoni.
En 1961 publica su primer libro de poesía La canción del soldado justo, edición muy modesta, casi artesanal por Ediciones Luxor, según Harold Alvarado Tenorio, “un vademécum y proclama de las esperanzas y los sueños revolucionarios de la hora. Y la cosecha de haber leído en Vladimir Maiakovsky, Jacques Prévert, Nazim Himet, Walt Whitman, Pablo Neruda o Dylan Thomas. Es la lucha de clases la que nos salvará de las garras de los grandes monopolios, pero ya es evidente que el tono de su canto no será panfletario sino lírico, una suerte de soliloquio o diálogo con un consigo mismo que, haciendo que nuestras conciencias rueden ante los otros mediante anacolutos, elipsis y roturas sintácticas, es nosotros”.
“A la derrota de los poderes iremos –agrega Alvarado Tenorio– como será en toda su obra, de la mano del amor. Un amor que se expresa haciendo del yo del cantor la imagen misma de la historia, de la lucha contra la opresión y el desamparo, imaginando sus palabras como catapultas contra las acciones del régimen combatido, acusado por el poeta de llevar el país a la catástrofe”.
Canción del soldado justo
A los montes me voy, me voy completo
y espero regresar de igual manera.
Si me cortan las piernas y las manos
asiré el caminar con los anhelos.
Si me arrancan los ojos y la lengua
nueva guitarra agitará banderas.
Si me quitan la tierra donde piso,
yo vengo desde un río de asperezas
qué antes me llevó y ahora me lleva.
Si me tapan los oídos con que oigo
a mis hermanos pálidos y hambrientos,
hablaré seriamente con el aire
para que se abra paso hasta los sesos.
Y si una bala loca se enamora
de mis sienes violentas,
yo seguiré pensando con los huesos.
Me voy a despeñar sobre los crueles
que han hecho de la patria un agujero
y si no asiste el pecho a la camisa
y me matan de muerte sin lucero,
esperadme, os los pido caminando,
que yo regresaré como los pueblos
cantando y más cantando y más cantando.
Comparte con los poetas Caupolicán Ovalles, Ángel Eduardo Acevedo y Luis Camilo Guevara como miembro de la “Pandilla Lautréamont” que se reunía en bares y restaurantes de Sabana Grande, con un puñado de narradores en una imaginaria República del Este.
En 1969 se marcha a Mérida y se incorpora al departamento de planificación de la Dirección de Cultura de la Universidad de los Andes y prepara –diez años más tarde de su primer poemario– su segundo libro de poesía Amanecí de bala (1971), presentado por Salvador Garmendia, ilustrado por Carlos Contramaestre. El poeta habría contado a uno de sus amigos que un general de la Dirección de Inteligencia Militar dijo que el libro era más subversivo que los pocos focos guerrilleros aún existentes y que debían ponerle preso por lo cual Valera Mora se fue a Roma con una beca que le consiguieron algunos amigos y el rector de la universidad andina.
Según Harold Alvarado Tenorio, “Valera Mora supera con Amanecí de bala a mucha de la poesía de agitación y propaganda de esos años, ofreciendo al lector un libro que es al tiempo protesta política, propuesta revolucionaria, sátira y burla de una realidad y también un intertextual homenaje al amor por las mujeres. Una poesía que desde el cuerpo mismo del poeta, desde su carne y su sangre, defiende lo único valedero de esta vida: la cultura como contraparte de las sociedades de consumo, las aplastantes ofertas del capitalismo triunfante.
Valera Mora, para Alvarado Tenorio, “habla por y para los condenados de la tierra, para las bacantes y los sobrios, las putas y las bienaventuradas, los letrados y las proletarias, los precisos y los imprecisos, los idos y las prudentes, los reales y las abstrusas. Un alucinado cronista de su tiempo que dejaba tras su paso el testimonio de las tragedias y esperanzas humanas mediante un eterno grito que fuese oído por todo el mundo y en todas partes, porque la poesía era su única forma de acercase a los otros, los suyos mismos, continuando una tradición de los poetas desafiantes e indignados, que en el fondo de sus almas sólo tenían amor y ternura”.
Relación para un amor llamado amanecer
En la galaxia espiral de Andrómeda existe
un florido planeta donde los ríos no ahogan el mar
donde fuego y hielo queman las contradicciones
Donde no hay necesidad de regreso
Donde O x O es más que el infinito
Donde los puntos cardinales son más de cien millones
Norte y Lía Sur y Símbalo Espliego y Araceli
Miguel y Adriana Orfeo y Atabal Cedro y Valkiria
Misterio y prodigio Neón y Asfalto Rosa Ercilia y Dionisius
Antonio y Elena mis pobres padres mis pobres Virreyes de Indias Mi viaje a Europa Este y Adelfa Oeste y Clavicordio
Donde todos viven en éxtasis
Donde nada ni nadie es vil
Donde el sol es anillo y ritual de bodas
donde somos ráfagas de luz y nos desplazamos en silbos
Un planeta limpio y pulido
Donde los enamorados viven en palacios flotantes
Donde Dios tiene un puesto de revistas mal atendido y mata el tiempo hablando del pasado con Buda y Mahoma y el Vendedor de verduras de la esquina y la gente ya los conoce y la gente cuando pasa dice «esos cuatro vagos son panita burda»
Donde el hijo de Dios y los ángeles del desenfado
beben el aire de las avenidas sobre sus motos trepidantes
Donde no hay academias militares ni policías ni cárceles ni monedas Donde somos sabios Donde somos buenos
Donde los últimos insidiosos
escaparon por un túnel y cayeron al vacío
Astro paradisíaco amado y defendido
por francotiradores y poetas
Donde la muerte está de capa caída
Donde los hombres son gentiles
Donde las mujeres son ramos de jacintos
de labios y de ojos cambiantes de colores
Un astro moderato cantábile
Donde la noche es vino y alegría hasta el amanecer
Su capital es una ciudad resplandeciente llamada Estefanía
Donde tú tienes señorío Donde eres reina
Ese planeta es mi corazón errante.
Dos años después, publica Amanecí de bala, portada de Carlos Contramaestre en Impresora Regional Andina. En 1972 aparece Con un pie en el estribo en Ediciones la Draga y el Dragón. Entre 1974 y 1976 trabaja en la exposición de La Gran Papelería del Mundo.
Confesiones de un papelero estrafalario al viejo Caupo, a Elí y Aquiles
Confieso que mi ya famosa terquedad
ha de permitirme un día
conducir la patria de papeles por un desierto
Confieso que mi desprestigio no tiene límites
que soy desdeñoso en el vestir
lo que se dice un desastre de la moda
Confieso que me gusta estar
entre mis viejos alegatos y los amigos
y las canciones que dan en el alma
y los tragos y los asuntos del corazón
y no colgar deshecho en llanto de una viga de corbatas
Confieso que la novela camina más rápido que la poesía
pero no llega tan lejos
que en mi primer millón de años
de posteridad seré llamado
el impecable caballero de las tinieblas
En 1979 publica 70 poemas stalinistas, con portada de Mateo Manaure, con el cual gana el Premio de Poesía del Consejo Nacional de la Cultura en 1980. Entre 1976 y 1981 se desempeña como promotor cultural del Consejo Nacional de la Cultura (CONAC). Falleció el 29 de abril de 1984 en la ciudad de Caracas.
Todos sus libros salen de su peculio y diez años después aparece Del ridículo arte de componer poesía, publicación póstuma que recoge su producción poética entre 1979 y 1984. En 2002 el Fondo Editorial Fundarte publica sus Obras completas.
“Ha sido el que ha nutrido más a la Revolución con su palabra, sin cobrarle un centavo, ni mucho menos vivir a costa de ella”, escribió Manuel Bermúdez.
Juan José Peralta