El debate político venezolano entre oposiciones y régimen, así como entre las diversas expresiones opositoras con sus efectos desorientadores, ocurre en un país que se siente indefenso mientras sufre, cada vez más amenazado por la pandemia, cada vez más estrechadas sus posibilidades por la crisis económica, la decadencia de los servicios de agua y electricidad y la escasez de gasolina, mal informada por la opacidad, las restricciones y las inyecciones tendenciosas en las redes.
Son datos reales de la vida de carne y hueso. El grave deterioro del funcionamiento político por el autoritarismo creciente con vocación total es un condicionante restrictivo para la convivencia libre, la paz y el progreso. Mientras tanto, millones de venezolanos libran su diaria batalla por la supervivencia.
No estamos ante un debate político normal, ni mucho menos. A dónde se nos empuja es a la ley de la selva antipolítica. El mundo de la afirmación rotunda que no admite prueba en contrario, de la negación absoluta. La guerra de trincheras donde nadie avanza pero que mientras tanto, sirve para preservar el status quo. No en el mismo grado pero sin diferencia radical de naturaleza, fabricarse una realidad a la medida afecta la voluntad de unos, otros y otras. Pero el grupo en el poder de facto cobra los impuestos, abusa de la fuerza que ejerce, aunque no la monopoliza pues de hecho se ve forzado a compartirla con grupos delictivos, paramilitares propios y ajenos, guerrilleros y disidentes de la guerrilla.
Negado a aceptar el poder dividido en nacional, estadal y municipal y distribuido en ejecutivo, legislativo, judicial, ciudadano y electoral, la boligarquía dominante opta por conservar su hegemonía como sea, sin darse cuenta que no es tal. Prefiere compartir el poder con una coalición sin reglas, cuya única racionalidad es la de la coerción, la fuerza pura y dura. Pan de hoy y hambre de mañana. Por no compartirlo con actores legítimos, se deslegitima al recabar el concurso de actores ilegítimos.
Alguien dirá, seguro, que así llevan veintiún años, pero no es exactamente cierto. Antes eran mucho más poderosos que ahora, cuando su voluntad pasa por varios filtros que preferiría no tener. Antes ellos eran los que ayudaban a Cuba, ahora dependen mucho más del auxilio de la nomenklatura habanera y su red. Antes apetecida fruta jugosa de la flora tropical, hoy mustia matica que se riega por motivos geopolíticos.
La elección “como sea” a medida del poder terco y de ciertos mercaderes de migajas es estéril. Hace falta una elección creíble que permita cierto alegato de legitimidad. Ya la Unión Europea le dijo, así no. Necesito al menos seis meses para organizar una observación. Ésta daría a la convocatoria un chance que hoy no tiene. Así que además de la pandemia y la gasolina, hay otra razón para diferir. El potente informe de la ONU no aconseja acelerar el paso autoritario. Lo contrario.
La posposición puede dar otra oportunidad a la política. Poner de lado la antipolítica, sea participacionista por imposición o abstencionista por resistencia, abre una rendija por donde pueden colarse la inteligencia, el realismo y la aspiración de cambio. Una rendija para las soluciones.
Y eso es lo que quiere el venezolano atribulado: Soluciones, para variar.
Ramón Guillermo Aveledo