7 de cada 10 habitantes de esta urbe -de casi 2 millones de habitantes- son azotados por un apagón cada 24 horas. En recurrentes ocasiones la dosis del apagón es por tanda doble. Te restituyen el servicio y en un breve lapso te lo vuelven a quitar. 9 de cada 10 afectados coinciden en señalar que, a consecuencia de los frecuentes apagones, su vida hoy es mucho más miserable que hace 5 años.
Esta dicho, pero ahora es más que necesario reiterar en la sentencia como si fuera un mantra eterno e infinito. Como si se tratase de una oración desatendida, una plegaria elevada hasta al cielo sin las garantías requeridas para su preciso término de resolución. Hay que gritarlo por encima del silencio que nos impone esta anomia pastosa que nos envuelve, que nos reduce y nos paraliza.
Con los apagones se nos trata como animales de laboratorio, somos los sujetos pasivos de un modo de dominación y control social enajenante y vil.
Todavía no es suficiente el rechazo de los hombres de bien ante esta mezquina imposición. Hay que decirlo de nuevo y cuantas veces sea necesario, para hacer notar que se trata de una situación que erosiona y nos intenta apagar el alma. Cada apagón, es una puñalada en contra de una voluntad a la cual pretenden rendir a costa de lo que sea.
Nos quieren reducir a la oscuridad con la reedición del mito de la caverna o algo todavía más elaborado. La infalible Wikipedia nos ilustra un poco acerca de ello, y nos dice que en la mitología griega Erebó -dicho en griego antiguo- era la oscuridad, negrura o la sombra total.
Nombraba a un dios primordial que era la personificación de la oscuridad y la sombra. Lo irremediablemente perdido. Su presencia llenaba todos los rincones y agujeros del mundo. También se le llamaba Skotos y se decía que sus densas nieblas de oscuridad, rodeaban los bordes del mundo y llenaban los sombríos lugares subterráneos.
Erebó era parte del inframundo, e incluso a veces se usaba como su sinónimo para designarla. Era el lugar por donde los muertos tenían que pasar inmediatamente después de fallecer, para que después Caronte, los portaba cruzando el río Aqquronte y entraban al Tártaro, el verdadero inframundo. El miedo a la oscuridad, los especialistas en salud mental lo llaman escotofobia.
Intento describir una imprecisa realidad -indefinida también- que se oculta detrás de la tragedia diaria que se traduce en cada arbitrario racionamiento eléctrico.
Un poco más del 74% de los barquisimetanos son sometidos con una cruel frecuencia, a una rutina de apagones que con suerte pueden mediar entre las tres y las seis horas diarias.
Te apagan la luz y te inmovilizan como un pollo de engorde en tránsito para el matadero. Para cada sector de la ciudad la mediana es de 28 horas semanales de corte. Algo así como experimentar dos días continuos sin electricidad en tu hogar.
Cerca del 90% de los larenses están convencidos que a diario le sustraen el servicio eléctrico para garantizarlo en Caracas, mientras el 56% aprecia que en los últimos meses la frecuencia de los apagones es cada vez mayor.
Mis estadísticos juicios los sustentan un solo hecho. Un fáctico apoyo representado por la decidida voluntad de un total de 820 ciudadanos, todos avecindados en Barquisimeto y el aledaño municipio de Palavecino, que han respondido las 20 preguntas de un escueto cuestionario que trata de identificar el grado de afectación de los apagones en cada uno de ellos.
Durante la primera semana de septiembre la gente respondió como Corpoelec les joroba la vida. Como les altera la cotidianidad a los sufridos habitantes del eje metropolitano -conformado por las dos urbes- el obligado apagón de cada día. La gestión es promovida por el Grupo Ciudadano Activos por la LUZ, una iniciativa local de activismo a favor de la calidad de los servicios públicos.
La idea fue tratar de indagar que tan profundo es el daño causado por la irregular condición del servicio eléctrico. De todos los males que se lograron detectar como consecuencia de los nefastos apagones, el deterioro emocional entre los encuestados, es uno de los más grave efectos. El mas preocupante por su efecto en el mediano y largo plazo sobre toda la población.
Todo sucede en plena época de lluvias con el embalse Gurí lleno sobre sus límites operativos, pero los imprevistos cortes no son más que la declaratoria de senectud del sistema eléctrico nacional. El 85% del público afectado dice que la duración de los apagones siempre varia y que no tiene un patrón de frecuencia determinado.
En todo caso los apagones -o los racionamientos eléctricos- son un karma que comienza a definir los límites de un deterioro en la calidad de vida de los larenses que vas más allá de ser un malestar pasajero. Hasta julio pasado en todo el país se estimaron 50.000 apagones contados desde el mes de enero. Si la frecuencia de los apagones se incrementó durante la cuarentena, entonces la realidad de estos momentos deber exponencialmente más dramática.
A su consecuencia, hay graves secuelas en el equilibrio emocional de los afectados, mientras el régimen y sus funcionarios actúan como si el problema no existiera.
Un eufemismo, subproducto de la neo lengua imperante, llama al asunto con una procaz imprecisión: La Administración de Carga. La gente afectada, desarrolló un también procaz mecanismo de defensa. Una vez que se interrumpe el servicio eléctrico en sus hogares, de inmediato se envían saludos y recordatorios a la señora madre del jefe de gobierno.
La solución es efímera, pero el deterioro avanza en todos los ámbitos de la vida de los Barquisimetanos y sus vecinos Cabudareños. También sucede con el agua, el gas, internet, los puestos de trabajo, los hospitales con prácticamente todo.
7 de cada 10 habitantes de esta urbe -de casi 2 millones de habitantes- son azotados por un apagón cada 24 horas. En recurrentes ocasiones la dosis del apagón es por tanda doble. Te restituyen el servicio y en un breve lapso te lo vuelven a quitar. 9 de cada 10 afectados coinciden en señalar que, a consecuencia de los frecuentes apagones, su vida hoy es mucho más miserable que hace 5 años.
La mitad de la población nos asegura que durante la cuarentena el rigor de este castigo fue todavía mayor. El 99% de los encuestados admiten que viven mucho peor que en el 2015, año de la ascensión de Nicolás Maduro.
A partir de marzo los apagones tuvieron una mayor frecuencia y su duración se prolongó todavía más allá de lo habitual. Lo dramático del evento, es que las autoridades locales y la empresa Corpoelec no parecen percatarse de la gravedad de este hecho. La crisis es ignorada y excluida de toda expresión contenida en la narrativa oficialista. Para el régimen y para la gobernadora Carmen Meléndez esta situación no existe, porque no la invocan nunca. Pero a siete de cada 10 barquisimetanos la luz se la suspenden todos los días. Los más recalcitrantes la llaman su obligada ración de patria.
Además de ello, 8 de cada diez Barquisimetanos están de acuerdo en afirmar que el gobierno nunca habla del asunto. Un 12% asegura no estar debidamente informado por Corpoelec de lo que acontece con el servicio, mientras un crítico margen de 9% asegura que cuando el gobierno accede a declarar sobre el tema de los apagones, lo hace presionado por la demanda real de los pocos medios que quedan en pie.
El derecho constitucional a recibir y solicitar información ante los despachos públicos es violentado de manera reiterada y progresiva.
Un peligroso coctel
Los continuos apagones no solo están afectando la capacidad productiva de la sociedad larense en general, sino que también están generando una severa crisis en la salud emocional en todos y cada uno de los afectados.
La escotofobia o miedo a la oscuridad es una patología que refiere miedo a los ambientes no iluminados. Ella se manifiesta con un severo nivel de afectación en los comportamientos físicos, cognitivos, incluso con reacciones que incluyen miedo, ansiedad, la confusión, o creencias irracionales. Incluso con una marcada falta de atención.
Desde el macro apagón de 2.019 la escotofobia está con nosotros. Esta patología puede tener un gran impacto en la vida cotidiana de la persona que la sufre, principalmente porque el individuo tiende a estar deprimido, ansioso o muy nervioso todo el tiempo. En las redes sociales se percibe una leve alegría en algunos sus usuarios, justo cuando se percatan que por este día no les quitaron la electricidad. La cita invocando al mitológico skoto no es un simple juego de palabras.
Con cada suspensión del servicio eléctrico se marcha también un poco de nuestra tranquilidad y nuestra amada calma. Mi nieta de tres años de edad, ante los frecuentes apagones, se defiende de la súbita y cruel oscuridad, invocando la protección mágica que le ofrece una pequeña linterna disponible para ella, en mi mesa de noche.
El 48.7% de los barquisimetanos se protege del mismo acecho con el auxilio de los llamados bombillos ahorradores. 5 de cada 10 familias barquisimetanas se han aprovisionado de la tecnología de la supervivencia que facilitan unos bombillos que encienden, así no haya electricidad. Los ciudadanos de Lara se iluminan durante cada apagón, con bombillos ahorradores para exorcizar los malos influjos de ese atávico miedo a la oscuridad.
Indagamos -en la encuesta- qué tan mal se siente cada persona durante su apagón interdiario. Qué emociones afloran en ese mar de arrechera y sorpresa en que se le trastoca la vida justo cuando la electricidad es suspendida por una orden de arriba.
Preguntamos y obtuvimos como respuesta un diagrama que refleja un peligroso coctel de emociones. El 30% de la muestra identifica el estrés como la emoción prevaleciente. Un 17% sabe muy bien que lo que siente en pleno apagón es ira pura y dura, mientras 13% reconoce sentir mucha ansiedad.
Como integrantes del club de los deprimidos se identifica un 14% de la muestra, mientras el 12% señala que incertidumbre es la emoción más notable que ellos logran percibir en sí mismos.
El 9% se autodefine como angustiado y 5% admite que lo suyo no es más que pura tristeza. La certera conclusión es que estamos en presencia de un abanico de opciones nada saludables desde el punto de vista nuestra salud emocional. Las emociones toxicas prevalecen.
Mary Carmen Rivas, psicólogo clínico de reconocida solvencia profesional en esta ciudad, nos dice que ese coctel de emociones que produce la prolongada crisis del servicio eléctrico es algo muy letal. Nos advierte un detalle que a su juicio es determinante para entender la parálisis que se aprecia en cada uno de los afectados y en la sociedad en general.
Ese pequeño margen de la proporción de la rabia (17%) frente al estrés (30%) a mi juicio es clave. El venezolano definitivamente es abusado, porque no se permite sentir la rabia que es la emoción que nos hace reaccionar frente al abuso y la injusticia. Por otro lado, prevalecen el estrés y la depresión que son las dos emociones más paralizantes que hay.
Por eso parece difícil presagiar que la solución venga desde adentro de nosotros. Al sentir ira nos vemos como inadecuados, conflictivos o personas muy difíciles. La ira ha sido y sigue siendo una emoción proscrita socioculturalmente y por eso estamos condicionados a presentar un comportamiento sumiso ante el abuso trasgresor.
Otra opinión prevalente es la del también psicólogo clínico y consultor gerencial, Pedro Torrellas, quien apunta a identificar que el cuadro resultante que arroja la encuesta, denota a su criterio un afecto devastador del estado emocional del barquisimetano. Esa es la razón que soporta los niveles de desesperanza que están expresados en los rostros que vemos a diario en nuestras calles. La calidad de vida está en jaque y pareciera que estos resultados, son similares a los observados en sociedades que experimentan largos periodos de agresión, por ejemplo, durante los tiempos de guerras, así como sus correspondientes daños colaterales.
Son daños que se extienden en el tiempo, ya que al estar afectado un solo miembro de la familia, esta situación se irradia al resto de los integrantes del grupo familiar, creando focos de irritabilidad que son sostenidos en el tiempo. Yo creo –nos dice- que Venezuela está pagando un alto precio expresado en nuestra salud mental, con consecuencias graves que las veremos durante varias generaciones.
La psicóloga clínico María Adela Alvarado, miembro de la Sociedad Psicoanalítica de Caracas (SPC) advierte que esta tragedia que vivimos hoy los venezolanos nos viene golpeando desde hace muchos años.
Los ciudadanos adaptaron sus rutinas a la escasez de los servicios y las necesidades más básicas. Esto significa que muchos ya tienen mermados sus recursos mentales y emocionales. Esta situación nos enfrenta a miedos y angustias primarias, relacionadas con la subsistencia del día a día.
La incertidumbre va mermando la capacidad para las respuestas adaptativas y resolutivas, las capacidades cognitivas y de procesamiento de información interna y externa.
Las personas se encuentran en un constante estado de alerta y la precariedad en la que estamos puede tener consecuencias a largo plazo. Ya podemos observar los efectos de la violencia y la confrontación.
Otra opinión consultada es correspondiente al también psicólogo Cinthya Maza Reyes quien nos indica que tanto el estrés como la incertidumbre están íntimamente relacionados con el estado de ansiedad.
Cuando las fuerzas se agotan las personas afectadas entran en estado de depresión, por lo cual Cinthya Maza estima que el número de personas afectadas por la depresión continuará en aumento, y eso en forma subsiguiente incrementará las estadísticas correspondientes a los suicidios. Esas cifras también se verán incrementadas. Con los apagones todos estamos en un modo de supervivencia.
Lo que también nos afecta
No tan sólo te fastidian la salud emocional. Los apagones te impiden vivir en un modo decente y adecuado, y así los números del estudio de evaluación nos indican que la gente reconoce que los apagones aumentaron en una proporción de 70% con el agravante de que también crecieron las alteraciones en la continuidad del servicio o los también llamados de picos en el voltaje.
Se trata de súbitas variaciones de tensión que resultan ser las peores asesinas de los electrodomésticos y demás instalaciones eléctricas. La muestra indica que 44% de los encuestados afirman que los picos son más frecuentes que nunca, un margen correspondiente al 32% de la muestra reconoce que se producen frecuentemente y 15% admite que son una vieja dolencia.
Existe la admisión en un rango de 76% de toda la muestra, que las variaciones de tensión han dañado sus equipos electrodomésticos. El 58% señala no poder reponer los equipos por su alto valor, el 28% ni se ocupa de ello por tener otras prioridades más urgentes de inversión en su economía doméstica, mientras un margen de 9% reconoce haber podido solventar la situación.
En otras palabras, del total de equipos dañados un 86% de los afectados se encuentra sin capacidad para poder reponerlos. Se les pregunto si habían solicitado la indemnización procedente, por parte de la empresa Corpoelec, y más del 60% no cree que el tramite valga la pena intentarlo. Un 23% no sabía que algo así se puede hacer, mientras 10% admite haber concurrido a las oficinas de la empresa eléctrica, pero no hubo manera que le respondieran a su reclamo.
Durante un apagón la gente se ve impedida para cocinar sus alimentos (23%) y un margen similar de los encuestados refiere que una suspensión del servicio le vulnera la posibilidad de descansar y reponer sus fuerzas para enfrentar con solvencia al otro día su jornada laboral. Un margen de 21% refiere que no puede abastecerse de agua, 19% reconocen no poder refrigerar-conservar sus alimentos, mientras que un discreto 10% se inclina por identificar obstáculos a la diversión-ocio creador cada que le suspenden el servicio de electricidad. Quisimos identificar un segmento del grupo familiar que se viera más afectado por los cortes, pero la respuesta global optó por decir que 76% de los encuestados se siente afectado sin discriminar su grupo etario. Un apagón no discrimina, y afecta a toda la familia.
La torpeza corporativa
A la empresa eléctrica debería interesarle la opinión que los suscriptores tienen acerca de la calidad de su servicio. Bueno, eso sería cierto si existiese el decidido interés en mejorarlo en el mediano plazo. Como empresa del servicio público no suministra la información pertinente que es demandada por sus clientes y eso lo certifican ocho de cada diez de los encuestados. Solo 9% de los participantes en el estudio aseguran que en algún momento esa expectativa fue resuelta de alguna manera.
Otra circunstancia que también debería preocuparle a los responsables de la administración de esta empresa es la percepción -en el mediano y largo plazo- que acerca del servicio poseen los suscriptores. Siete de cada diez encuestados (68%) aseguran que a la actual gerencia de Corpoelec no le interesa bajo ninguna circunstancia resolver la situación que presenta la administración y la calidad del servicio. Y a la hora en que se les pregunta cómo calificaría la gestión de las actuales autoridades de la empresa, 25% asegura que lo hacen a nivel de desastre.
La expectativa de todo el universo que fue encuestado e invitado a imaginar un lapso para la resolución de la crisis del servicio eléctrico en la entidad es igualmente patética. 7 de cada 10 encuestados nos aseguran que a los responsables de la empresa eléctrica les interesa para nada resolver la actual crisis. Un 23% supone que tomaría algo más a los cinco años resolver todo este entuerto, mientras un 10% se inclina por pensar que el servicio eléctrico nacional habría que refundarlo de nuevo.
Una solicitud de valoración sobre la calidad en la respuesta a las demandas de los suscriptores cada vez que es solicitada, revela una muy precaria valoración respecto al esfuerzo que la empresa Corpoelec lleva adelante. Preguntamos qué tan satisfactoria fue la respuesta de la eléctrica estatal en cada contingencia, y el 45% aseguró que la respuesta fue para nada satisfactoria, otro 40% nos aseguró que su demanda de auxilio nunca fue atendida y solo un 14% del total manifestó haber sido una respuesta “algo satisfactoria”.
En términos globales 85% manifiesta una valoración muy negativa en lo que calidad en la repuesta de auxilio se refiere. 9 de cada diez ciudadanos están muy insatisfechos con la calidad del servicio que la empresa suministra. Un estudio anterior recomendaba con márgenes de 67% la conveniencia de privatizar el servicio.
Entonces cuál sería el real propósito que se persigue con la disociada conducta corporativa de la empresa eléctrica. Un 66% de la muestra se inclina por estimar que estamos en presencia de un perverso mecanismo de control social y 14% asegura que es una medida política del régimen para controlar el poder por tiempo indefinido. Llama la atención que un 20% de los participantes en la evaluación se inclina a pensar que la opción control social y control del poder son dos eventos completamente diferenciados. En todo caso lo relevante de los resultados de este estudio es que 80% del total encuestado aprecia que los apagones le permiten al regimen ejercer un modo de control sobre la ciudadanía.
Sobre el tema no queda duda. Hay que gritarlo por encima del silencio que nos impone esta anomia pastosa que nos envuelve, que nos reduce y nos paraliza. Con los apagones se nos trata como animales de laboratorio.