El devenir de la historia bajo determinadas circunstancias y parámetros de
desarrollo cuyo origen nace con los primeros escarceos de organización en la prehistoria, es indetenible. Las próximas formas de gobierno a imponerse en las naciones del mundo son un Socialismo humanista y el Gobierno Universal, lo que hoy parece a los tirios una utopía y a los troyanos una herejía, será cierto más temprano que tarde, argumentos que ampliaremos posteriormente y dedicar la observación a la evolución y desarrollo del concepto de orden y organización.
Toda cultura gana en civilización en la medida que aumenta su organización, lo grave y paradójico es que el grado de orden nunca es perfecto y ni siquiera se convierte en perfectible a causa de errores o decisiones de compromiso entre los diversos intereses de una sociedad, lo que obliga al liderazgo, primero de forma imperceptible y deliberadamente después, a dogmatizar los conceptos de ordenamiento. Así lo que ayer fue celebrado y aprobado genera por la presión del dogma una reacción de incomodidad y protesta, que enfrentando la respuesta del liderazgo conduce al conflicto o al acuerdo de un nuevo compromiso.
La teoría argumentada como principio de sustentación, aunque en su grado de más crasa elementalidad, llevó al individuo, cazador nómada y solitario, a la horda y tal vez a los primeros intentos de sedentarización, Si bien la horda no es una organización es un remedo inicial que intenta establecer una forma más productiva y menos arriesgada de vivir. En estos grupos primitivos va naciendo por necesidad, el concepto de jerarquía y jefatura. Las inter-relaciones de los grupos humanos van acumulando lazos, compromisos y promesas que marcan tendencia a un ordenamiento mayor, Así el orden social aumenta y avanza.
Los primeros pasos de organización conducen al orden tribal y los clanes. El concepto de ordenamiento tanto como su necesidad aumentan con el grado de civilización en razón de las complejidades resultantes de la incorporación de nuevos actores al tejido social,Se cubren diversos grados en busca de una mejor convivencia social, se pasa por las autocracias sacerdotales, los reyes divinos, el feudalismo, decenas de variantes en el marco de una misma concepción de orden. Se observan otros ensayos como el de las clases, etc y llegamos al conflicto actual entre socialismo –así, a secas sin más cognomentos– y el capitalismo, asimismo también sin anestesia.
En el transcurso del tiempo desde Adan Smith y Carlos Marx hasta hoy, se han sucedido varios ensayos, de reacomodo y adecuación del concepto general de estas formas de organización social y sus principios, a las necesidades particulares de un pueblo o de un momento histórico, pero han sido más nominales que realizables. Es un hecho que todo modelo teórico intenta ´plasmarse en realidades concretas, el desengaño se presenta casi de inmediato. La dinámica concreta que el ideólogo toma como referencia es válida solo para el momento en que fue fijada. Sus datos conforman una realidad que existió en ese instante pero como elemento real, concreto, tangible y mensurable, se convierte en fotograma de las tendencias y caminos posibles de aquel momento.
No hay forma de contrarrestar el dinamismo de la realidad afincados en planes y modelos rígidos de acción, pecado constante del socialismo actuando en funciones gerenciales. La mejor forma de adecuación al desfase generado entre realidad y planes formulados con base a datos de un fotograma, es aplicar los nuevos parámetros de carácter sistémico, que permiten un margen de elasticidad en el enfoque y realización de lo planificado. Esta manera de afrontar los problemas y necesidades marca puntos favorables al capital. No obstante se le anota como salvaje por algunas prácticas de carácter monopólico y acciones que atan préstamos y otras supuestas facilidades a encadenar sin posibilidades de liberación al cliente o usuario “favorecido”.
Son estas conductas del capitalismo y los pecados del socialismo dogmático, observados y estudiados analíticamente como vicios d,e comportamiento de unos y otros.
Pedro J. Lozada