La vida sin perspectivas se abrevia y achica inexorablemente en el torbellino de las coyunturas. Acosados como andamos por las necesidades y las urgencias, haciendo cola interminable para si acaso entrar al hospital de nuestros abandonos cotidianos, tenemos poco tiempo, convencimiento, y mucho desencanto acumulado, como para encontrarle sentido a la virtud de ser. De ser acompañados. Preferimos estar, solitarios flotar, las vacas pastan, dejarnos llevar por el embrujo del horóscopo.
No hay tiempo ni orgullo, menos aún convicción para la trascendencia; y a quién le importa me dirán trascender en estos tiempos tan postrados por el desengaño; y hoy qué sentido tiene, subirán otros de tono; y eso de trascender qué significa, murmurarán; para qué, por qué, hacia donde, con quién, mirarán de reojo. Otro es a todas luces el diccionario vigente de los sentidos y su imperio, y yo también ando oxidado de luces.
La política como otras tantas actividades expresivas de la vida y de vida, el arte por ejemplo también, se ve igualmente dominada por esa borrasca de la realidad que impone las reglas de lo pasajero, de lo efímero y puntual, de lo sorpresivo, de la inconstancia, de lo absurdo, como formas de vida normalizada. Allí encuentra aliciente el lobo de la dictadura frente al cordero sereno de la libertad y de la democracia.
El tema más que espinoso o espirituoso o hasta reflexivo, es pragmático pues creo permite acercarse a la comprensión de dos aspectos importantes, a saber y primero, que la acción política no parece depender definitivamente de la voluntad sino de las circunstancias, poniendo al revés o de cabeza aquella afirmación según la cual “yo soy yo y mis circunstancias”, ubicando antes bien delante a las circunstancias y luego a la voluntad y al yo; y en segundo lugar agregase que la política sin perspectiva, como simple actuación, “Teatro, lo tuyo es puro teatro”, diría La Lupe, dirigida a logros inmediatos, la más de las veces demagógicos o corruptos, que se agotan en dignidad al nombrarlos, ha perdido vínculo, imán y credibilidad para los pasajeros en tránsito en que hemos devenido los seres humanos en este aeropuerto que la situación que nos acogota ha impuesto con su ley de pasaporte vencido.
Visto así a grandes rasgos estaríamos aceptando la existencia de una supuesta nueva realidad, ya vieja y arrugada por demás porque tiene años así acicalándose y ensayando su monólogo para mostrarse como es hoy en todo su sarcástico esplendor, y frente a la cual no sabemos, inmaduros o torpes o avestruces, cómo comportarnos ni nombrar.Improbables de sentido en común.
Prisioneros de su vértigo hemos terminado siendo esclavos permisivos y acólitos de lo que ocurre y nos sentamos plácidos en las tardes frente a nuestros teléfonos celulares y demás adminículos a regodearnos con lo que fuimos, constructores pues de caracolas místicas por donde se rescata lo perdido, para intentar sin éxito escabullirnos del aire viciado de pandemia que respiramos sin filtro enmascarados.
Además, sin mitos ni héroes valederos que nos otorguen olfato de pertenencia, adheridos si acaso a símbolos desportillados, practicando el nuevo deporte provocado de descabezar monumentos históricos, vandalizar pues los hitos de nuestra identidad, nos hemos descubierto íngrimos, desnudos y huérfanos, en búsqueda de cobija biográfica, arrinconados y pusilánimes, frente a la fuerza discordante de los problemas que andan persiguiéndonos de su cuenta y riesgo.
Mención aparte y que sobresale de bulto es que uno de los aspectos más reveladores de esta crisis es que la política y sus representantes, aquella y aquellos que adornábamos románticos de otroracon el epíteto florido de «la política como vocación de servicio», ha perdido su fuerza paternal de representación, acompañamiento y guía, para convertirse en un cachivache más que anda por allí trastabillando entre nosotros como animal estorboso y familiar de costumbre, en la que se agrupan todos los egos e intereses, la frustración y el descrédito, que las circunstancias imponende porrazo.
Luego de asimilar estas condiciones adversas, podríamos comenzar, para enjuagar esta derrota, con el elixir de la militancia subjetiva con perspectiva, esa que no se deja llevar por el desánimo, y encontrarnos en la angosta calle de nuestros desencuentros para provocar y construir motivos, en unidad y síntesis, para salir de la pandemia de los anonimatos fracasados en los que nos hemos constituido.
Vida y política con perspectiva pudieran hacernos tanto bien o más como mal nos hizo el presente de abatimiento sin horizonte para convertirnos así en biografía colectiva y esperanzadora con un rostro en común de ciudadanos.
Leandro Area Pereira