#OPINIÓN El frío encanto de las meriendas barquisimetanas (Parte 1) #29Ago

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La salida de los estudiantes de sus diferentes planteles escolares siempre estuvo acompañada por un bullicioso ambiente en el que se confundían las voces de los inquietos escolares, los llamados de los padres o familiares que acudían a buscarlos, las directrices de las maestras que controlaban la salida, los pregones de los diferentes vendedores ambulantes que se agolpaban a las puertas de los planteles y, por encima de todos estos sonidos, las campanas de los carritos de helados. Lo cuento, porque lo viví.

En Barquisimeto siempre fue variada la gama de helados que podían satisfacer los antojos de niños y adultos, desde los tradicionales raspados hasta los cremosos helados hechos en sofisticadas máquinas que ubicaron a la ciudad a la par de las grandes capitales del planeta.Esta primera entrega acerca de los helados que se comían en Barquisimeto en las décadas del 60, 70 y parte de los 80 la quiero dedicar a esos helados de hielo sólido en sus diferentes presentaciones que forman parte de la memoria gustativa de mi generación. En la siguiente entrega me pasearé por la gama de los helados cremosos y los recuerdos que guardo de ellos.

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Cualquier paseo dominical por el Parque Bararida, el Parque Ayacucho o la Redoma de El Obelisco, incluía la degustación de los más variados helados que estuvieran disposición de los transeúntes. Un clásico de estos helados era el tradicional “raspao”, refrescante cono de hielo saborizado con la más variada gama de coloridos jarabes de colita, parchita, menta, limón o tamarindo, todo ello bañado con una generosa capa de leche condensada que acentuaba el contraste entre el ácido y el dulce.

Emparentados con los sorbetes europeos, la historia de este helado puede rastrearse hasta las antiguas civilizaciones china, persa y griega, quienes tenían la costumbre de consumir nieve o trozos de hielo mezclados con jugo de frutas y endulzado con miel.Ya en la Biblia se cuenta cómo el Rey Salomón estaba a la espera de una noticia que era para él como “el refresco de la nieve en los días de las cosechas”.

A tierras americanas llega con los conquistadores españoles quienes a su vez lo habían heredado de los musulmanes que controlaron la península ibérica durante buena parte del medioevo. Gracias al azúcar de caña que introdujeron los moros al continente europeo, esta refrescante preparación cobró nuevas dimensiones, llegando a elaborar sofisticados sorbetes de agua de jazmín y otros más comunes hechos con zumo de limón o naranja. De hecho, la palabra sorbete deriva del árabe “sherbet» que se puede traducir como nieve dulce.

En Venezuela el sorbete adquiere diferentes nombres que varían de una región a otra. Es así como el raspado de las regiones central, centro occidental y andina se convierte en cepillado en los estados Zulia y Falcón, frappe en Caracas y “esnovol”-deformación de la palabra inglesa snowball (bola de nieve)- en el oriente venezolano. Lo que no varía en todo caso es la elaboración del helado, cuya base se obtiene cepillando o raspando un bloque de hielo lo que produce un granizado de milimétricos trozos que se compactan en un vaso de cartón o plástico (los cónicos son los más recordados), se baña con los sabores que demande el cliente y se corona con una espesa capa de leche condensada. Siempre existía la negociación con el vendedor para lograr el mejor “ligadito” de sabores y un extra del dulce manjar lácteo.

En Barquisimeto de las décadas de los 60, 70 y 80,abundaban los carritos de “raspaos” a todo lo largo y ancho de la ciudad, siendo las cercanías de los colegios, iglesias y parques de diversiones en donde se concentraban principalmente. Además de la profusa policromía con que eran adornados los carritos de nuestros “raspaderos” locales también llamaban la atención por otras dos razones: el sonido que producía la afilada hoja de la cuchilla al deslizarse por el bloque de hielo y la gran cantidad de abejas que se arremolinaban sobre la fila de botellas que contenían los dulces jarabes que le daban color y sabor al hielo recién convertido en granizo. Muy recordado el carrito que estaba permanentemente en el acceso al Parque Ayacucho de la carrera 15 con calle 41, que tenía gran variedad de sabores y una clientela garantizada conformada por estudiantes de los colegios de la zona, los visitantes del parque y los conductores que se detenían para disfrutar de una refrescante parada.

La modernidad y su indetenible avance plantó una seria competencia a los tradicionales raspados al ofrecer una opción más rápida que ya venía elaborada de fábrica en contenedores de plástico y sólo requería que el cliente solicitara el sabor deseado para que le fuera servido en un vaso plástico. Bajo la marca comercial de CepiFreez se comercializó este producto en buena parte del país, expendido en carritos de novedoso diseño que ofrecían sombra tanto al vendedor como al comprador. También, a mediados de los 70’s, se instalaron en los pocos centros comerciales existentes para la época, Arca y Los Leones de los que recuerdo, unas máquinas de granizados, con su contenido a la vista del cliente dando vueltas permanentemente en su contenedor y que se servían delicadamente en su vaso gracias a una especie de dispensador mecánico. De consistencia menos sólida, se le colocaba un pitillo a través de cual se iba sorbiendo el contenido del vaso.

Cuando el ancestral antojo de combinar hielo con dulces jugos no era posible satisfacerlo con la visita al vendedor de raspados, siempre había una opción casera que muchas de las madres de mi generación aplicaron y que garantizaba una refrescante y nutritiva merienda. Se trataba de los “helados de vasito” elaborados de jugos de frutas naturales como parchita, naranja, piña, guanábana, fresa, coco o de productos comerciales como refrescos, mezclas saborizadas en polvo o achocolatados que una vez vertidos en los pequeños recipientes formaban largas filas en los congeladores hogareños para aliviar las demandas calóricas vespertinas de los niños de la casa.

Más de un hogar barquisimetano complementó sus ingresos económicos “formales” ofreciendo a la venta estos helados caseros que originalmente consistía en un vaso de plástico lleno hasta el tope con el helado y posteriormente se le agregó una paleta para poder manipular mejor su contenido. Era común ver en una misma cuadra letreritos hechos a mano que los ofrecían en venta y,través de una puerta o una ventana, los clientes adquirían los heladitos  que se consumían rápidamente sentados en una acera o en el banco de la plaza más cercana antes de que el calor barquisimetano derritiera aquellas deliciosas y heladas combinaciones de sabores.

Entre la variedad de sabores y combinaciones que se pudieran hacer para satisfacer los exigentes paladares de la chiquillería guara, aparte de los jugos naturales ya mencionados, particularmente recuerdo los elaborados con una mezcla química en polvo para preparar bebidas cuyas principales marcas comerciales para la época era KoolAid y Tang, los cuales ofrecían vibrantes sabores de cereza, uva, lima-limón, naranja, frambuesa y fresa. Otra opción eran los refrescos embotellados, en especial las marcas locales como la Colita Marbel. Las bebidas achocolatadas como el Toddy y la Ovomaltina también eran usadas para hacer este tipo de helados y gozaban de gran popularidad.

Una variante de estos helados de hielo compacto con sabor a frutas eran los Bambinos, posteriormente rebautizados en otras regiones del país como ChupiChupi, una versión más aséptica de sus primos hermanos caseros. Se trataba de líquidos con sabores y colores intensos que se empacaban en unas bolsitas de plástico cilíndricas y transparentes que se llevaban a congelar y que para consumirlos había que romper la bolsa para disfrutar de la barra de hielo con intensos sabores. Una versión casera fue la llamada “teta”, para la cual se usaban bolsitas plásticas, no necesariamente cilíndricas, en la que se depositaba el líquido y se anudaba para mantenerlo adentro. Finalmente, amparado en las modernas tendencias del marketing, llega a Venezuela en la primera década del siglo XXIla versión más conocida de este tipo de helados bajo la marca comercial BonIce, con su vistoso empaque y su agresiva estrategia de distribución directa.

Estoy seguro de que cada uno recordó al “raspadero” de la plaza más cercana o los heladitos caseros agolpado en el congelador del hogar materno, cada uno de ellos tan diferentes en sus ingredientes y elaboración pero tan cercanos en el propósito de brindarnos no sólo una refrescante merienda sino un vínculo con la esencia de un país que cada día demanda mayor apego a sus tradiciones.

Miguel Peña Samuel

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