Para recordar:
“Y después de esto sepultó Abraham a Sara su mujer en la cueva de la heredad de Macpela al oriente de Mamre, que es Hebrón, en la tierra de Canaán”
(Génesis 23:19)
¿Cuántas personas han fallecido por causa del covid-19, sin familiares a su lado? Puede que la respuesta cambie de país a país, o de ciudad en ciudad. Según las noticias, se han contagiados unas 20 millones de personas y han fallecido tristemente unas 800 mil. Y lamentablemente, algunos entierros han ocurrido sin pena ni gloria; ni sobresalieron ni destacaron.
Desde el momento que entró el pecado en el planeta, recién creado por Dios, la humanidad comenzó a ver la muerte. El primero que murió fue Abel, el segundo hijo de Adán y Eva. Y, en la Biblia no se dice dónde o cuándo lo enterraron.
Al poco tiempo de la creación, por la maldad de casi todos, Dios tuvo que enviar el diluvio. Por ello, encontramos grandes cambios en la tierra, como: Grietas, cañones, placas tectónicas, altas montañas; la mayoría de los cuerpos de animales y humanos quedaron “sepultados” en otras latitudes. Nadie los pudo enterrar.
Hay tres sepelios registrados en la Biblia que nos llaman la atención: 1) Cuando Abraham compró una tierra en Macpela para enterrar su esposa Sara. Se la querían regalar pero él no quiso. Así que la pagó. 2) La otra, es la muerte de Jacob y recibió honores después de fallecer, por parte de José su penúltimo hijo, y lo embalsamaron para que durara 40 días y lloraron por unos 70. 3) La tercera, fue la muerte de Jesús, donde un hombre llamado José de Arimatea, “quien esperaba el reino de Dios”, tuvo el privilegio de colocar el cuerpo del Salvador, de la humanidad, en su propiedad. Y se cumplió una profecía, que Jesús (“siendo pobre”) fue enterrado entre los ricos (Isaías 53:9; Marcos 15: 42-47).
Nadie hasta hoy, ha podido resolver el problema de la muerte. Es por ello, que el mismo Cristo, después de morir tuvo que resucitar y se levantó de la tumba el domingo, el primer día de la semana. Con ello, Dios mostró que para volver a vivir o resucitar: Primero, como es lógico, hay que estar muerto (sin estar hablando de autolisis o suicidio), y segundo, hay que creer en Cristo, el único quien puede darnos la vida de nuevo, en caso de perderla y el límite de esa propuesta ocurrirá en su Segunda venida.
Hace poco, la familia (M) sufrió la muerte de una de sus hijas. La señora (V). Hablando con (A) y (G), nos comentaron que tuvieron problemas para que (V) fuese llevada al cementerio y ser cremada el siguiente día de su deceso. El problema surge, cuando la funeraria contratada para prestar el servicio, se negó a llevar el ataúd porque iban a ser multados, por no ir el día correspondiente.
En nuestra opinión, eso mismo le pasó a muchos patriarcas y hasta algunos discípulos no recibieron un entierro con los honores que las familias quisieran darle a sus deudos.
De manera similar, con esta pandemia, hay muchas personas que penosamente han sido enterrados, según nuestro título y en algunos países, más afectados que Venezuela, sacaron los cuerpos a la calle y en un 50% sin dolientes, para que vinieran las autoridades a llevárselos y sepultar a los mismos ¡Qué tristeza! Tener que recibir este tipo de sepultura. Con dolor, algunos no sabrán dónde están sus deudos.
Como está escrito, cuando venga Jesucristo por Segunda vez, los que no vayan al cielo, se quedarán en la tierra, morirán ese día, y no serán enterrados por nadie (Apocalipsis 20:4,5). Y todos deberíamos luchar para estar en dicha cita de la vida y/o de la resurrección y de seguro, será un hermoso evento, ver de nuevo a nuestros seres queridos que yacían en las tumbas frías, o algunos, que por el tiempo de enterrados, ya se han convertidos en polvo, como lo reza la Biblia (Génesis 3:19).
Pero, para Cristo eso no será ningún problema y cada día nos invita a que coloquemos nuestra confianza en Él y nos dice: “No se turbe vuestro corazón, creéis en Dios, creed también en mí. En la casa de mi Padre muchas moradas hay…” (Juan 14: 1,2).
Eduardo Iván González González
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