#FOTOS Decir adiós a enfermos COVID-19 toma fuerza en Argentina

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Cuando el argentino Augusto Briceño acarició a su madre gravemente enferma en una sala de terapia intensiva para infectados de COVID-19 sintió que el calor del cuerpo de la anciana atravesaba los guantes que lo protegían. Esa despedida lo llenó de paz.

“Cerré los ojos y traté de abstraerme del guante y la toqué con el alma, con mi espíritu…pude traspasar esa barrera”, narró este pediatra a The Associated Press días atrás cuando recordaba el día en que, provisto de barbijo, pantalla facial, camisolín y otros medios de protección, acarició el pelo de su madre, Ines Nivia Frascino, cuya vida se apagaba irremediablemente.

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Pese al dolor que siente por la pérdida de la mujer que tanto amor le brindó, Briceño, de 59 años, se siente un afortunado.

“Yo no hubiera querido que esté luchando sola… Estaba feliz porque podía decirle todo lo que quería, todo lo importante y que ella había cumplido con creces”, explicó emocionado.

El sanatorio Mater Dei de Buenos Aires, donde la anciana falleció el 26 de julio, integra el número creciente de centros médicos de Argentina que permiten a los allegados de ciertos enfermos de COVID-19 acompañarlos durante su internación y, en última instancia, tener la posibilidad de despedirse de ellos en el lecho de muerte, poniendo a un lado la práctica generalizada de evitar la cercanía física con los infectados debido a la alta contagiosidad del nuevo coronavirus.

Para ello, adoptando protocolos aplicados en España y Brasil, aplica severas medidas sanitarias con el fin de garantizar la protección adecuada de los visitantes, a los que entrenan previamente en el uso de máscaras, camisolines, guantes, pantallas y otros dispositivos. Estas políticas de mayor empatía con pacientes y familiares que no se registran en la mayor parte de la región están más presentes en Argentina en momentos en que han aumentado los contagios y los fallecidos.

Desde que la pandemia impactó en el país sudamericano en marzo, se han registrado cerca de 360.000 infectados y más de 7.500 muertos.

Al contrario que Briceño, la también pediatra Fernanda Mariotti se sintió atormentada luego de la experiencia que vivió con su madre, Martha Pedrotti, quien se contagió en el geriátrico donde residía y fue internada el mes pasado en otro sanatorio capitalino con un cuadro leve de COVID-19.

Anegada en lágrimas, Mariotti contó a AP que le pidió insistentemente al médico que seguía el cuadro de la anciana mujer que le permitiera visitarla, ya que el aislamiento la alteraba profundamente, tal como percibía cuando hablaba con ella por teléfono. Sin embargo, Mariotti siempre se topaba con la misma respuesta como un muro infranqueable: el protocolo de ese lugar lo prohibía.

La mujer está convencida de que finalmente su madre murió el 20 de julio de insuficiencia cardiaca en gran parte gatillada “por la pena y el miedo” de sentirse separada de su familia. Para esta médica de 53 años, la pandemia vino a poner a prueba a la sociedad para discernir “cuáles son las prioridades” y la importancia de morir dignamente, y está difundiendo su experiencia para contribuir a que se modifiquen las “frías” prácticas por las cuales los pacientes pierden el contacto físico con sus allegados.

Mariotti, desolada por lo ocurrido, escribió una carta contando su experiencia con gran repercusión en redes sociales que provocó que compatriotas y ciudadanos de países como Chile o Perú le narraran “las mismas historias de la desolación, de gente que decía mi familiar entró caminando y luego no lo vi más hasta que me llamaron y me dijeron que estaba muerto”.

La mujer transformó la carta en una petición en la plataforma change.org para humanizar el trato con aquellos pacientes con “necesidades especiales” como los de edad avanzada o con trastornos previos que necesitan mayor asistencia, la cual puede ser brindada por un familiar con el que se internan conjuntamente.

“El miedo nunca es buen consejero cuando convierte al prójimo en factor de riesgo, en amenaza”, dice en su propuesta, que cuenta hasta ahora con más de 25.000 adherentes.

Para varios médicos consultados, siempre que sea con las medidas de protección adecuadas y bajo estricta supervisión médica, este procedimiento aporta beneficios para los enfermos, sus seres queridos y para el personal de salud que también sufre al ser testigo de la muerte en soledad.

Según Cristian García Roig, jefe de terapia intensiva de pediatría del Mater Dei, si médicos y enfermeros pueden tratar a pacientes con coronavirus sin contagiarse, los familiares de infectados pueden visitarlos con los mismos recaudos para evitar que no se sientan como “los nuevos leprosos”.

Ese centro médico, perteneciente al Instituto Secular Hermanas de María de Schoenstatt, habilita despedidas en terapia intensiva de unos 15 minutos para un único visitante que debe estar adecuadamente protegido y acompañado de personal médico. Allí también, enfermos moderados de COVID que no pueden valerse por sí mismos por ser añosos, menores de edad o discapacitados psíquicos son asistidos por un familiar con el que comparten la internación, quien posteriormente deberá cumplir una cuarentena de dos semanas.

Según Roberto Dupuy de Lome, director médico del Mater Dei, los contactos y despedidas con pacientes se realizan en varios establecimientos médicos argentinos “con la tablet o el teléfono, que es un buen paso, pero no es un contacto directo con la mirada y agarrando la mano con todas las medidas de precaución”.

Dupuy de Lome contó que el programa del Mater Dei se inspiró en el caso del adolescente de 13 años Ismail Mohamed Abdulwahab que a fines de marzo murió en soledad en el hospital King’s College de Londres, lo cual generó que expertos en cuidados paliativos pidieran la implementación de despedidas presenciales entre los moribundos y sus allegados.

El sanatorio capitalino también siguió las guías en materia de visitas a pacientes de COVID-19 del Hospital Clínico Universitario Virgen de la Arrixaca, en Murcia, España, y del Hospital Israelita Albert Einstein de San Pablo, Brasil. Este último autoriza que allegados acompañados de psicólogos se despidan de pacientes hospitalizados en cuidados paliativos bajo estrictos protocolos de seguridad.

En la región, otro de los países avanzados es Chile, donde un par de familiares pueden despedirse de su ser querido en centros de salud públicos y privados.

El programa del Mater Dei ha despertado el interés de centros de internación de algunas provincias argentinas para su aplicación, mientras que las autoridades capitalinas comenzarán a evaluar un protocolo que contemple estas prácticas de forma generalizada en la ciudad de Buenos Aires.

Por ahora, en cerca de una decena de hospitales públicos de la capital argentina se está aplicando el derecho a decir adiós a los enfermos desde hace un par de meses con la aprobación de las autoridades, flexibilizando así prácticas que vedaban el contacto físico por miedo a la propagación del virus.

“Al principio era como una guerra; había que tener una conducta militar y evitar el contagio… ahora se está humanizando mucho la atención y se procura preservar la salud psicológica de los familiares”, dijo Gustavo de Simone, jefe de docencia e investigación del Hospital de Gastroenterología “Dr. Carlos Bonorino Udaondo”.

El hospital Udaondo también permite en ocasiones que visitantes asistan por unas horas a sus familiares con síntomas moderados en salas de aislamiento, respetando las medidas de protección personal.

Por su lado, el Hospital Interzonal General de Agudos “Dr. Rodolfo Rossi” de la ciudad de La Plata -unos 60 kilómetros al sur de la capital- creó un programa para acompañar a pacientes bajo tratamiento paliativo con sospecha o confirmación de COVID-19.

El acompañante no puede integrar un grupo de riesgo y debe guardar las mayores medidas de higiene dentro de habitación, explicó a AP María de los Ángeles Mori, licenciada en trabajo social y jefa del servicio de cuidados paliativos.

Existe la posibilidad de permanecer con el enfermo hasta el último momento de su vida y lo ideal es que entonces no haya contacto físico o sea el mínimo posible, pero la palabra y la posibilidad de escucharse logran que ese momento sea más humano.

“No es lo mismo morir acompañado que en soledad, y no es lo mismo despedirse que no hacerlo”, destacó Mori.

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