«¡OH Macbeth! los muros de tu poder se desmoronan ante las hachas del destino»
(Shakespeare)
Es ley, que las fortalezas construidas sobre la mentira terminen derrumbadas.
Los dictadores deliran creyendo en la impunidad de sus acciones, en la pretensión del poder de la brujería, creencias, trucos y engaños, aunado a la crueldad de sus acciones, forman parte de su gran derrumbe humano, político y moral. Su pretendida autoridad absoluta se diluye en la fuerza de su relato grotesco, lleno de furia y de venganza.
Mussolini se creía inamovible en el poder, sus descalabros y miedos cada día se agigantaban, sudaba como sudan hoy los déspotas, sus perturbaciones y degradación fueron atizadas dentro de su propia candela.
El oscurecimiento de su espíritu, el torcimiento del recto camino surge de su violenta negación al orden natural del hombre. Lo aparente de su fortalecimiento edificado sobre la mentira cae por si solo. El sueño de mantenerse en el poder se ciñe con los horrores de la pesadilla, la insensibilidad y la ruina, ya que no tiene reparo en llegar a lo peor por su codicia enloquecida.
Las luchas del hombre son su pan nuestro de cada día y como tal, no hay tregua en este camino que enfrenta por sus valores, por sus hijos, por su patria, su libertad y felicidad. La libertad siempre va en pos de la felicidad, en cambio la felicidad no siempre nos hace libres.
Los pueblos jamás se resignaran a vivir bajo la tiranía, solo los que se resignan mueren aplastados por la bota de su verdugo.
Los pueblos sufren la crisis a qué los lleva este modelo, que no toma medidas para resolver las necesidades del pueblo, arremetiendo contra todo lo que se le oponga.
El gran filósofo Voltaire empleó todas las armas de la razón, luchó con toda su alma contra el azote de la intolerancia que es más horrible que el de las fieras salvajes que no se matan sino para comer, mientras que los seres pensantes matan y destrozan mediante su odio y la letal influencia que ejerce sobre otros de aborrecer y arremeter contra su propio hermano.
La necesidad de los pueblos ha sido siempre la mejor oportunidad de los políticos para disfrutar de los jugosos beneficios que otorga el poder.
Para nadie es un secreto que nuestro barco nacional cabecea sobre las aguas borrascosas de la intolerancia, el abuso, la matraca y la imposición.
La intolerancia es el guirigay de los vengadores, seres de noche oscura, cuyas almas al final parecerán eternas sequías, graves enfermedades, soledades, remordimientos y miedos que no dará tranquilidad a su conciencia ni a su espíritu.
El déspota promueve la fe a través del terror y el temor es semilla que se va arraigando en el alma, demostrando cuán frágil es la fe cuando cualquier brisa llena de mañas, adiestra o amedrenta desviando al hombre de todo sentimiento; incluso del amor, respeto y temor a Dios, porque para él es más fácil el camino del mal para sentirse dios a punta de fuerza, de limosnas y de miedos antes que de la bondad.
El odio es la maldición desde donde han nacido las causas productoras de la guerra, de la inestabilidad de los pueblos, de la violencia, de países contra países como vicios que tienen la vida sumergida en un apocalipsis de esos feos sentimientos que no terminan nunca.
La paciencia de los pueblos aguanta hasta que se le desborda el dique.
La rabia del prejuicio que nos lleva a creer culpables a todos los que no son de nuestra opinión, la rabia del fanatismo, de la persecución y la superstición ha sido siempre, como lo es hoy la epidemia que nos afecta a todos de las raras enfermedades y del Coronavirus.
A Venezuela le queda la esperanza de su espíritu luchador y el coraje de sus acciones.
Dios no nos dio el corazón para aborrecernos, ni las manos para degollarnos.
¡¡¡Todo en la vida es un reto que no es en si lo que representa la lucha, el reto es levantar la cabeza después de tanto sufrir y disponerse a Vencer!!!
Amanda Niño de Victoria