#OPINIÓN Por la puerta del Sol (81): Huellas del corazón #15Ago

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Aprende hijo mío que «Lo importante en la vida es luchar por un objetivo y poseer la suficiente capacidad y constancia para alcanzarlo»
(Goethe)

Hoy estamos en el sitio a donde nos llevaron los pensamientos y los sueños, mañana estaremos donde los pensamientos y los sueños nos lleven.

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Cualquiera haya sido el ambiente en el que hayamos crecido y desarrollado, es seguro que hubo momentos en que caímos, permanecimos caídos o nos elevamos con nuestros pensamientos, sueños e ideales.

El tiempo es el maestro que muy pocos observan ni escuchan. Verlo y captarlo como lo dijera el genio Chaplin «es reconocer que él es el mejor autor porque siempre encuentra un final perfecto«

Lleva años comprender que las cosas que verdaderamente cuentan son aquellas que nos es imposible contar.

En algún momento todos emigramos del hogar paterno, atrás quedó el camino que regaron de escarcha los querubes, dejamos padres, hermanos, travesuras y emociones que nos acompañaron día a día, trayéndonos de principio a fin ese chorro de delicias que aunque pasen muchos años, nunca olvidaremos.

Este es justo el momento en que empezamos a trepar el árbol de la vida cuyo néctar fluye ricamente distribuyendo sus beneficios por todo el cuerpo. Aparece la fortaleza y los sueños que vuelan por parajes encantados, momento de crecimiento en el que gozamos a plenitud y la vida se nos antoja perfecta. De allí parte la razón por la que Dostoievski escribiera «Nada existe más valioso, más fuerte, más dulce, más sano ni más útil para el porvenir que el querido recuerdo de la infancia y la casa paterna».

Desde este ciclo empezamos a captar y aplicar modales y principios al calor del hogar, igualmente vamos recibiendo la ganancia afectiva, reconociendo y apreciando los desvelos recibidos desde la cuna. Mientras fuimos creciendo un ángel cuidaba nuestra educación, inculcándonos valores que por siempre nos acompañarán.

Llegando los hijos empezamos nosotros la labor educativa: no fue necesario enseñarles el sendero del amor, bastó con que educáramos sus sentimientos, no fue necesario revelarles el camino de la vida que ellos mismos han sabido interpretar, no les enseñamos cómo coronar la cima, les enseñamos a escalarla, no les enseñamos a evitar las confusiones, el destino se encargó de llevarlos al equilibrio, no pudimos evitar que cometieran errores, les enseñamos a consultar la imagen del espejo, no es posible guardarles las alegrías de la infancia, pero podemos mostrarle el rostro sereno de la vejez.

El egoísmo no cabe en un hogar bien constituido, es allí donde entre hermanos, mejor aprende el hijo a compartir todo aquello que el cielo le otorga, aprende a dar posada al peregrino, darle la mano al hermano que sufre. Más que enseñarles o imponerles, educar con el ejemplo es la mejor escuela.

No basta con enseñarles a amar a su prójimo, también ellos cuentan. Es esencial enseñarlos a amarse a si mismos, a valorarse, a ser auténticos, humildes, francos.

El tiempo se acaba y el camino también, deben madurar, mostrar un rostro
contento, sonriente.

Cuando se agota lo bueno y amable del corazón, se enmudece la lira, la abeja soñadora no palpa el olor de la ambrosía, el rostro del que espera en vano, se mustia, el bosque deja de enviar efluvios al sentimiento, dejan de ser esperanzadores los días del hombre que no ve un mejor horizonte para su vida, el bardo pájaro deja de desmenuzar odas en su garganta.

Hemos educado a hombres de bien, caballerosos, íntegros, trabajadores, inteligentes y misericordiosos.

Una mano lava la otra, todos nos necesitamos desde el más encumbrado hasta el más humilde. Día a día al salir de la casa el panorama es desolador. Animales e indigentes sufren la inclemencia del hambre. Un plato de comida dado a un indigente o a un animal de la calle no acaba con su hambre, lo hermoso y humano es comprender que su hambre sigue vigente.

Nuestros hijos han aprendido desde muy pequeños que lo único que mantenemos en nuestro corazón para siempre es todo aquello que damos con amor.

«Quien siembra en el espíritu, planta un árbol a larga fecha»
(Nietzsche)

Amanda Niño de Victoria

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