10.-Marx: ¿Revolucionario?
(Paul Johnson, Karl Marx-Los Intelectuales, Ed. Vergara 1990)
Más llamativa aún es su hostilidad hacia sus colegas revolucionarios que habían tenido esa experiencia, es decir, trabajadores que adquirieron conciencia política.
Conoció gente así, por primera vez en 1845, cuando hizo una corta visita a Londres y asistió a una reunión de la Asociación Educativa de Trabajadores Alemanes. No le gustó lo que vio. Estos hombres, eran en su mayoría operarios calificados, relojeros, tipógrafos, zapateros; su jefe era un guardabosque. Eran autodidactas, disciplinados, serios, de buenos modales, muy anti bohemios, deseosos de transformar la sociedad, pero moderados en cuanto a los pasos prácticos a seguir. No compartían las visiones apocalípticas de Marx y, sobre todo, no hablaban 26 su jerga académica. Los consideró con desdén: carne de cañón revolucionaria, nada más.
Tras el fracaso de la revolución tuvo que irse (1849), y se estableció en Londres, esta vez, definitivamente. Durante algunos años, en las décadas de 1860 y 1870, estuvo de nuevo involucrado en la política revolucionaria, dirigiendo la Asociación Internacional de Trabajadores.
Cuando él y Engels crearon la Liga de los Comunistas y, de nuevo, cuando organizaron la Internacional, Marx se aseguró de que los socialistas procedentes de la clase obrera fueran eliminados de todos los cargos de importancia e integraran comisiones meramente como proletarios reglamentarios. Su motivo era, en parte, esnobismo intelectual, y en parte que los hombres con una experiencia personal de las condiciones en las fábricas tendían a ser contrarios a la violencia y partidarios de mejoras modestas y graduales: su experiencia personal les hacía ver con escepticismo la revolución apocalíptica que él afirmaba ser no sólo necesaria sino inevitable.
Algunos de los ataques más violentos de Marx fueron dirigidos contra hombres de este tipo. Fue así como, en marzo de 1846, sometió a Guillermo Weitling a una especie de juicio ante una reunión de la Liga Comunista en Bruselas. Weitling era pobre, hijo ilegítimo de una lavandera, y nunca conoció el nombre de su padre; era un aprendiz de sastre autodidacta que a fuerza de trabajar duramente se había ganado un gran número de partidarios entre los trabajadores alemanes. La finalidad del juicio era insistir en la “corrección” de la doctrina y bajarle los humos a cualquier trabajador que careciera de la preparación filosófica, que Marx consideraba esencial. El ataque de Marx a Weitling fue notablemente agresivo. Marx dijo que era culpable de llevar adelante una agitación sin doctrina. Esto estaba muy bien en la Rusia bárbara donde: “se pueden organizar sindicatos exitosos con jóvenes estúpidos y con apóstoles. Pero en un país civilizado como Alemania debe darse cuenta de que no puede lograrse nada sin nuestra doctrina.” También: “Si se intenta influir sobre los trabajadores, especialmente los trabajadores alemanes, sin un cuerpo de doctrina e ideas científicas claras, entonces se está meramente haciendo un juego vacío y sin escrúpulos de propaganda, que conducirá inevitablemente a establecer, por un lado, un apóstol inspirado y, por el otro, asnos que lo escuchan boquiabiertos.”
Weitling replicó que no se había convertido en un socialista para aprender doctrina manufacturada en un estudio; hablaba en representación de trabajadores concretos y no se sometería a las opiniones de teóricos que no habían tomado contacto con el mundo real y sufriente del trabajo. Esto, según un testigo ocular, “enfureció tanto a Marx que golpeó la mesa con el puño con tal violencia que la lámpara tembló. Poniéndose de pie de un salto gritó: “¡Hasta ahora la ignorancia jamás ha ayudado a nadie!” La reunión terminó con Marx, caminando a zancadas por la habitación en un ataque de furia.
Este fue el patrón de futuros ataques, tanto a socialistas de origen obrero como a cualquier dirigente que hubiese logrado un gran número de partidarios entre los trabajadores por proponer soluciones prácticas a problemas concretos de trabajo y del salario, antes que la revolución doctrinaria.
Así fue como Marx la emprendió contra el tipógrafo Pierre-Joseph Proudhon, el reformador agrícola Hermann Kriege, y el primer socialdemócrata alemán y organizador sindical realmente importante, Ferdinand Lasalle.
En su manifiesto contra Kriege, Marx que no sabía nada sobre agricultura, especialmente de Estados Unidos, donde Kriege se había establecido, denunció su propuesta de darle a cada campesino 67 hectáreas de tierras públicas; dijo que: “los campesinos debían ser reclutados con promesas de tierra, pero una vez establecida la sociedad comunista, la tierra tenía que ser de propiedad colectiva.”
Proudhon era un antidogmático. “Por amor de Dios, escribió Marx en un arranque de sinceridad inusual en él: “después de haber destruido todo el dogmatismo (religioso) a priori no intentemos, no vayamos, justamente, a inculcarle otro tipo de dogmatismo a la gente…. No nos convirtamos en las cabezas de una nueva intolerancia.”
Marx odiaba esta postura. En su violenta diatriba contra Proudhon, “Misére de la Philosophie”, escrita en junio de 1846, le acusó de “infantilismo” e “ignorancia” grosera de la economía y la filosofía y, sobre todo, mal empleo de las ideas y técnicas de Hegel: “Monsieur Proudhon no conoce de la dialéctica hegeliana más que su vocabulario.”
En cuanto a Lasalle, fue objeto de las burlas antisemita y racista más brutales de Marx, era el “Barón Itzing”, “el negrito judío”, “un judío grasiento disfrazado con brillantina y joyería barata.” Marx le escribió a Engels el 30 de julio de 1866: “Ahora no tengo la menor duda de que, como señala la conformación de su cráneo y el nacimiento de su cabello, desciende de los negros que se unieron a Moisés en su huía de Egipto (a menos que su madre o abuela paterna tuviera cruce con negro). Esta combinación de judío y alemán con un fondo negro tenía que generar un híbrido increíble.”
Próximo domingo: Karl Marx y el marxismo teórico (Parte V): La Propiedad Privada y el Socialismo…
Juan José Ostériz