Hay una pieza musical que sonaba o se oía, hace ya unas cuantas décadas, en aquellos radios Teletone o Tele funke, donde era por ley oír música del folklore venezolano y el decreto según era dos y uno, recordando esto, me vino a la memoria el terremoto de el Tocuyo que sucedió en el momento que escuchábamos mis padres y yo un golpe musical, muy bien interpretado por un cantante de renombre de voz recia y clara de nombre Trino Carrasco y es cuando en ese momento sentimos el gran y atemorizante temblor; por esa razón me quedó grabado el nombre de la pieza musical, que deben tener en sus armonías los coleccionistas de música y que se encargan noblemente de recordarnos aquellas bellas piezas musicales y a su vez lo bello y buena gente que fuimos, lo bello y noble de nuestra idiosincrasia, con la familiaridad que existía y aquel decir «para servirle a Ud.», con una humildad sincera, sin dobleces ni intereses personales; con el único propósito de ser uno más y destacarse entre la caballerosidad y la decencia, la educación copia fiel de Carreño y otro que se llamó «cómo ganar amigos» esa época que estuvo llena de carencias y era el modus vivendi, pero siempre ganaba por rayos luz, la ética, la educación y el respeto, el orgullo era tener fama de trabajador, de buen ciudadano y ser responsable con sus obligaciones; sin fijarse (ni era traumatizante) ser de clase humilde; pero su decencia, aseo personal, su ropa almidonada y bien planchadita no fallaba y su presencia con sus limitaciones las llevaban con orgullo y respeto, era común escuchar «no me inmiscuyo en temas que desconozco, por eso me abstengo de intromisiones», «ni voy a fiestas que no me invitan», esto también me hace recordar que uno de mis tantos tíos era carpintero, trabajaba y no se quitaba la corbata; cualquier día le pregunté ¿por qué no se la quitaba? y contesto; sobrino, hay tres cosas en la vida que no le hacen daño a nadie: la prudencia, el sancocho de gallina y la corbata.
Bueno volviendo a la música de Don Trino Carrasco para que la recuerden los de la tercera edad, el decía que todo aquel que tiene talento sabe por donde comenzar, hago referencia en este artículo sin pensarlo antes, así como improvisado porque el que había escrito se extravió y ya no tengo memoria excelente como para recordar, algo muy valioso para mi, no pretendo tomar para mi las palabras de Don Trino; pero hago el intento de no fallar a mis lectores, ya que el 9 de setiembre cumple años «Reflexiones en Positivo», cerquita de un cuarto de siglo sin faltar ni un jueves, así que les pido disculpas a ustedes queridos lectores; pero siempre agradeciendo su paciencia y generosidad para con mis inquietudes, pero como estoy enviando el articulo a destiempo se me ocurrió escribir algunas remembranzas, aspirando que alguno de los adultos les guste y también ¿por que no? a los jóvenes y sepan como transcurrieron nuestras vidas la formación, la crianza y costumbres.
Me permito contarles una experiencia que en vez de darme vergüenza me hizo sentir orgulloso de que me hayan corregido y recordaré que cualquier sitio donde uno se encuentre, uno debe tener en cuenta qué fue lo que aprendimos en nuestra formación y me vino a la mente el recuerdo de unas fiestas patronales en Río Claro invitado por mi amigo el Negro Julio Guevara; eran unas tardes de toros coleados en la Manga recién inaugurada, creo que para la fecha pasaban la novela El derecho de nacer; recordando que cuando iba al palco de las damas a recibir una cinta con mi caballo de nombre Espartaco, bien aperado como era la costumbre y los jinetes como mandaba la Ley de la época, vestir un liqui liqui blanco, sombrero, manga larga y botas pulidas eso como respeto al caballo y así mismo; en ese momento veo a mi padrino de bautizo (que Dios lo tenga en la Gloria) Don Ángel Ramón Albahaca Machado a quien le debo parte de mi formación, entonces me acerco con todo el respeto y le pido la bendición y me dice ahijado cuando lo bauticé lo hice con mucho amor y respeto si Ud. quiere recibir mi bendición hágalo como Dios manda, desmonte’ del caballo me quité el sombrero y pedí la bendición hincado, con toda humildad y gratitud por haberme recordado lo que en buena parte me habían enseñado. En ese tiempo había respeto por los caballos y el caballero que los montaba debía andar con atuendos, como lo explique anteriormente y no con franelas, brazos al aire y cachuchas como se ven hoy en día, no los critico pero no los aplaudo, se que los tiempos son otros.
Ahora más que nunca el campo es la solución, unidos todos por la paz, la > convivencia, el respeto y la prosperidad de nuestro país.
José Gerardo Mendoza Durán