6.- Marx: Periodista (Paul Johnson, Karl Marx-Los Intelectuales, Ed. Vergara 1990).
En 1842 se convirtió en periodista del Reinische Zeitung y fue su editor durante cinco meses hasta su prohibición en 1843. Después escribió para el Deutsch-Französiche Jarbücher y otros diarios de París hasta su expulsión en 1845, y posteriormente en Bruselas. Allí intervino en la organización de la Liga Comunista y escribió su manifiesto en 1848.
Su perfil de periodista fue, en cierto sentido, bueno. A Marx proyectar, ni digamos escribir una obra le resultaba, no ya difícil sino imposible. Incluso “El Capital” es una serie de ensayos pegados con cola sin una verdadera estructura. Pero tenía la capacidad de escribir reacciones breves, agudas y dogmáticas frente a los acontecimientos, a medida que ocurrían. Tal como le dictaba su imaginación poética, creía que la sociedad estaba al borde del colapso. De modo que cualquier noticia periodística importante podía ser relacionada con este principio general, dándole a su actividad, como periodista, una notable coherencia.
En agosto de 1851 Charles Anderson Dana, seguidor de ese precursor del socialismo Robert Owen, que había llegado a ser un ejecutivo senior del New York Daily Tribune, le pidió a Marx que fuera el corresponsal europeo en temas políticos del diario, con dos artículos por semana a una libra esterlina cada uno. Durante los diez años siguientes, Marx envió casi quinientos artículos de los cuales, alrededor de ciento veinticinco, pese a aparecer su firma, fueron escritos por Engels. En Nueva York, eran copiosamente subrayados y reescritos, pero los vigorosos argumentos eran puro Marx, y ahí reside su fuerza.
En realidad, su mayor don era el del periodista polémico. Hacía un uso brillante de epigramas y aforismos. Muchos de estos no eran de su propia cosecha.
A Matas se deben las frases que los marxistas dogmáticos le atribuyen a Marx: “Los trabajadores no tienen nacionalidad” y “Los proletarios no tienen nada que perder salvo sus cadenas.”
El famoso chiste de que: “la burguesía usa escudos de armas en sus traseros”, vino de Heine, al igual que: «La religión es el opio de los pueblos.”
Luis Blanc le aportó: “De cada uno según sus capacidades, a cada uno según sus necesidades.”
De Karl Shapper provino: “¡Trabajadores del mundo uníos!”, y de Blanqui: “La dictadura del proletariado.”
Marx si fue capaz de producir los propios:
“En política, los alemanes han pensado lo que otras naciones han hecho.”
“La religión, no es más que el sol ilusorio alrededor del cual gira el hombre hasta el momento que comienza a girar alrededor de sí mismo.”
“El matrimonio burgués es la comunidad de esposas.”
“La osadía revolucionaria que arroja a la cara de sus adversarios las palabras desafiantes: No soy nada y debo ser todo.”
“Las ideas dominantes de cada época, han sido las ideas de su clase dominante”.
Además, tenía el don muy poco común de tener los dichos de los demás y usarlos, exactamente en el momento preciso de su argumentación, combinados en forma mortífera. Ningún autor político ha superado las tres últimas oraciones de su Manifiesto:
«Los trabajadores no tienen nada que perder salvo sus cadenas.”
“Tienen un mundo por ganar.”
“¡Trabajadores del mundo, uníos!”
Fue por su olfato de periodista para la oración breve, concisa, más que por cualquier otra cosa, por lo que toda su filosofía se salvó del olvido en el último cuarto del siglo XIX.
7.- Su jerga académica
Si la poesía aportó la visión, y el aforismo periodístico los mayores atractivos de la obra de Marx, su lastre fue la jerga académica.
Marx fue un académico, o más bien, lo que es peor, un académico fracasado. Amargado, frustrada su carrera de docente universitario, quiso asombrar al mundo fundando una nueva escuela filosófica, que era a la vez un plan de acción proyectado para darle poder a él. De ahí su actitud ambivalente hacia Hegel. Marx dice en su prefacio a la segunda edición alemana del El Capital: “Me proclamé abiertamente discípulo de ese gran pensador” y “jugueteé con el empleo de la terminología hegeliana al tratar la teoría del valor” en “El Capital”, pero… mi propio “método dialéctico” está en “directa oposición” al de Hegel.
Para Hegel, el proceso del pensamiento es el creador de lo real, mientras que para Marx: “según su punto de vista, por el contrario, lo ideal no es más que lo material una vez traspuesto y traducido dentro de la cabeza humana.” Por lo tanto, arguye, “en los escritos de Hegel la dialéctica está puesta de cabeza. Hay que volverla a su postura normal si se quiere descubrir el núcleo racional que se oculta en la envoltura de la mistificación.” (El Capital, Edición Everyman, págs. 873, Londres, 1930).
Marx buscó, pues, el renombre académico a través de lo que consideró su descubrimiento sensacional del fallo decisivo del método de Hegel, lo que le permitía remplazar todo el sistema hegeliano con una nueva filosofía; en realidad, una super filosofía que podía tornar pasada de moda a todas las filosofías existentes. Pero siguió aceptando, que la dialéctica de Hegel era “la llave del entendimiento humano”, y no sólo la utilizó, sino que permaneció prisionero de ella toda su vida. Porque la “dialéctica” y sus “contradicciones” explicaban la crisis universal culminante, que era su visión poética originaria desde la adolescencia. Como escribió hacia el fin de su vida (14 de enero de 1873), los ciclos comerciales expresan: “las contradicciones inherentes a la sociedad capitalista y producirán el punto culminante de estos ciclos, una crisis universal.” Esto, forzará a aceptar la dialéctica hasta a las cabezas de los advenedizos del nuevo imperio alemán.
8.-Marx: Moralista en lo social y político (Karl Marx- Engels Collected Works. vol. III, págs. 146-74, Londres, 1975)
¿Qué tenía que ver la “dialéctica” y “sus contradicciones” con la política y la economía del mundo real?. Nada en absoluto. Así como el origen de la filosofía de Marx se encontraba en una visión poética, su elaboración fue un ejercicio de jerga académica.
Empero, lo que necesitaba la maquinaria intelectual de Marx para ponerse en movimiento era un impulso moral. Lo encontró en su odio por la usura y los prestamistas, un sentimiento apasionado directamente relacionado (como veremos más adelante) con sus propios problemas de dinero. Esto quedó expresado en los primeros escritos serios de Marx: dos ensayos “Sobre la cuestión judía” publicados en 1844 en el Deustsch-Franzôsische Jahrbûcher.
Los seguidores de Hegel eran en mayor o menor medida antisemitas, y en 1843 Bruno Bauer, cabeza antisemita de la izquierda hegeliana, publicó un ensayo en el que exigía que los judíos abandonaran totalmente el judaísmo.
Los ensayos de Marx fueron una réplica a esto. No objetó el antisemitismo de Bauer; en realidad lo compartía y apoyaba, y lo citó con aprobación. Pero discrepaba de la solución de Bauer. Marx rechazaba la creencia de Bauer de que la naturaleza antisocial del judío era de origen religioso y podía remediarse alejando al judío de su fe. En su opinión el mal era social y económico. Escribió: “Tomemos en consideración al judío real, no al judío del sabat… sino al judío cotidiano.” ¿Cuál era, preguntaba, “el fundamento profano del judaísmo? Y se respondía: “La necesidad práctica, su propio interés. ¿Cuál es el culto mundano del judío?: El regateo. ¿Cuál es su Dios mundano?: El dinero.” Los judíos habían difundido gradualmente esta religión “práctica” en toda la sociedad: “El dinero es el dios celoso de Israel, junto al cual no puede existir ningún otro dios. El dinero rebaja a todos los dioses de la humanidad y los convierte en mercancías. El dinero es el valor autosuficiente de todas las cosas. Por eso le ha quitado al mundo entero, tanto al mundo humano como a la naturaleza, el valor que les corresponde como propio. El dinero es la esencia alienada del trabajo y la existencia del hombre: esa esencia, le domina y le idolatra. El dios de los judíos ha sido secularizado y se ha convertido en el dios del mundo.”
El judío había corrompido al cristiano y le había convencido de que “aquí abajo no tiene otro destino que volverse más rico que sus vecinos” y que “el mundo es una bolsa de comercio”. El poder político se ha convertido en “siervo” del poder monetario. Por lo tanto la solución pasaba por la economía. El “judío del dinero” se había convertido en el “elemento antisocial universal de la época presente”, y para “lograr que el judío fuera imposible” era necesario abolir las “precondiciones”, la “posibilidad misma” de la clase de actividades monetarias que lo generaban. La abolición de la actitud judía hacia el dinero, y tanto del judío como de su religión, haría desaparecer del mundo la versión corrupta del cristianismo que le había impuesto al mundo: “Al emanciparse del regateo y del dinero, y en consecuencia del judaísmo real y práctico, nuestra época se emanciparía a sí misma.”
Pero… ¿qué sucede si el poder político asume todo el poder económico y se vuelve supercapitalista de Estado? Esto no lo intuyó el Sr. Marx.
9.- La revolución, según Marx (A Contribution to the Critique of Hegel´s Philosophy of Law (1844).
La explicación moralista de Marx, fue ampliada en los tres años siguientes (1844-46) en los que decidió que el elemento perverso de la sociedad, no eran sólo los judíos, sino la clase burguesa como un todo.
Utilizó, para acusar a la clase burguesa, un uso complejo de la dialéctica de Hegel, en su peor manifestación académica, pese a que el impulso subyacente es claramente moral y la visión última (la crisis apocalíptica) sigue siendo poética.
Por un lado, estaba el poder monetario, riqueza, capital, el instrumento de la clase burguesa. Por el otro, la nueva fuerza redentora, el proletariado. Así pues: la revolución está en camino y en Alemania será filosófica: “Una esfera que no puede emanciparse a sí misma sin emanciparse de todas las demás esferas lo que, en pocas palabras, es una pérdida total de la humanidad capaz de redimirse sólo mediante una redención total de la humanidad. Esta disolución de la sociedad, como una clase en particular, es el proletariado.”
“Lo que Marx parece estar diciendo es que el proletariado, la clase que no es una clase, el disolvente de la clase y de las clases, es una fuerza redentora que carece de historia, no está sujeta a las leyes de la historia y en última instancia pone punto final a la historia: esto es, curiosamente, un concepto muy judío y muy dogmático: el del proletariado que aparece como el Mesías o redentor.
La revolución está compuesta de dos elementos:
• “La cabeza de la emancipación es la filosofía, y
• su corazón el proletariado.”
Así: los intelectuales serían la élite, los generales, y los trabajadores la infantería. ¡Qué revolución tan igualitaria!
Habiendo definido a la riqueza, como el poder monetario judío ampliado a la clase burguesa como un todo, y habiendo definido al proletariado con su nuevo significado filosófico, Marx avanza entonces, usando la dialéctica de Hegel, hasta el corazón mismo de su filosofía: los hechos que llevarán a la gran crisis, que él nunca quiso analizar.
Próximo domingo: Karl Marx y el marxismo teórico (Parte IV) – Marx: ¿Revolucionario?…
Juan José Ostériz