Transparencia informativa y derechos como el de información y libertad de expresión; institucionalidad que funcione aún imperfecta; reconocimiento del pluralismo (social, económico, político) como realidad actuante, son recursos de la sociedad democrática, tutelados por la Constitución, que mucho nos ayudarían a enfrentar con éxito la crisis que significa esta pandemia y sus secuelas en todos los órdenes.
Si los venezolanos estuviésemos mejor informados, seríamos una población en capacidad de colaborar más en la prevención y la atención. Si no se actuara con reticencia, sospecha o temor ante el conocimiento que existe en las universidades, profesionales de la salud que investigan y tratan esta insidiosa pandemia. Si no se usara el drama de los que tienen que volver al país como arma propagandística (¿para qué? ¿contra qué?) ¿Quién puede dudar que estaríamos en mejores condiciones ante la amenaza de esta enfermedad y ojo, de otras, que ya estaban presentes en el cuadro nacional antes de mediados de marzo?
Si el mayoritario país sensato recibió con esperanza y aplaudió el documento suscrito por el ministro Carlos Alvarado y el comisionado de la Asamblea Julio Castro con el compromiso de afrontar unidos un reto humano de tan elevada exigencia, y ya trasciende que está llegando la cooperación de la Organización Panamericana de la Salud ¿Qué sentido lógico puede tener negarlo?
Tal parece que el poder necesita demostrar (demostrarse) varias cosas. La primera que no se ha equivocado ni se equivoca. La otra que puede sólo. Que todo se trata de una batalla histórica contra la adversidad
contrarrevolucionaria, en la cual va obteniendo la victoria a pesar de la conspiración internacional con complicidad interna. Es una falsa premisa de la cual no salen soluciones a nada y cuando brotan, es por accidente y duran muy poco.
Si se hiciera un esfuerzo sincero de unir al país, podríamos acopiar recursos privados y públicos, oficiales y académicos, organizativos y voluntarios que no son sobrantes.
Es defecto intrínseco de toda pretensión hegemónica la suposición exclusivista, origen de lo peor del sectarismo y el error, de que un sector ostenta el monopolio de la verdad y que reconocer a cualquier otro actor es una transacción con el enemigo que debilita. En la superstición ideológica marxista que alimenta el imaginario oficial, aunque por pragmatismo se le dé “palo a todo mogote”, cualquier otro actor, sea en la economía o en la organización social, en la política o el mundo académico del pensamiento y la ciencia es, nada menos, “el enemigo de clase”. Así, obviamente, toda solución se dificulta, porque en el fondo no se busca resolver este o aquel problema, sino resolver la causa de todos los problemas. Es un tipo de fundamentalismo, no el único claro, porque también hay una derecha tan abstrusa como la izquierda abstrusa. Y, como lo sabe el resto de la humanidad, así no es. Porque no es verdad.
Si se actuara con realismo no hay garantía de soluciones fáciles. La situación es muy difícil. Pero estaríamos en mucho mejor posición para buscarlas y encontrarlas.
Ramón Guillermo Aveledo