Evaristo no le hacía caso al #quedateencasa. Él vivía en la calle, no tenía una puerta que cerrar
– Benjamín, lo mejor de ser invisibles es que somos inmunes a ese virus – le dijo Evaristo a su ausente compañero de acera- ninguna persona nos da la mano, ni se nos acerca ni abraza – sonrió con mirada distraída.
– La verdad que no entiendo el mundo Benjamín, unos se quejan de estar encerrados y otros soñamos con soltar la intemperie – cuando Evaristo hablaba, movía sus manos como música, parecían poseer lenguaje propio. Benjamín seguía en silencio.
– La cierto es, Benjamín, en cuarentena nada ha cambiado-. El pelo de Evaristo caía en ricitos grasientos, lo que hacía que moviera su enorme cabeza en una agonizante manía.
– La gente ayuda a los mismos que ayudaban antes y se desentienden de los mismos que se desentendían antes – afirmó haciendo malabares con su cabello.
Benjamín, inmóvil, hundió su cara entre sus manos, como si estuviese rezando.
– Yo tengo miedo, no de la intemperie externa, sino de la intemperie interna, Benjamín – terminó diciendo un abatido Evaristo por el calor y el silencio – y pensar que, una vez salga la vacuna de COVID-19, los países que la están creando, dicen, que deben priorizar entre los más vulnerables o los más esenciales para la sociedad. ¿Te imaginas?
Los pesados párpados de Evaristo fueron cayendo y empezó a hablar en monótono mutismo – Las personas sin hogar sufrimos una permanente cuarentena social, Benjamín, y una cosa es ser pobre por no tener lo indispensable para vivir y otra cosa es tener la miseria de vivir en constante angustia.
– La búsqueda de la abundancia hace ser pobres a muchos – exclamó Evaristo frunciendo el ceño- Y aquí vienen muchos a darnos un pan, y se toman mil fotos como si fuésemos payasos de circo,buscando con el flash, que su Dios perdoné algún falso altruismo.
Benjamín miraba a Evaristo y su imagen era como la reflejada en un espejo de feria, distorsionada por más que uno se girara.
– Y si la pobreza es la madre de todos los vicios, la carencia de espíritu es el padre – murmuró Evaristo examinando sus uñas-.
Benjamín seguía ausente y en silencio, era como si su sola presencia dibujara la ciudad. Invisible.
Fritz Márquez
@fritzmarquez360