Hablar del hacer político y la realidad social que atraviesa nuestra nación venezolana se han convertido en temas que muchos ciudadanos han preferido evitar para no morir de desengaños. 28 millones de ciudadanos que vivimos tapando el sol con chistes y buena cara ante el mal tiempo.
Percibir que la resistencia se ha volcado a las redes sociales como mecanismo más claro de acción; los políticos hemos extendido el ejercicio de nuestro hacer a las denuncias de sucesos… casi competimos con los comunicadores sociales en reclamar las ausencias del Estado en el cumplimiento de sus fines; los excesos del totalitarismo, y las libertades secuestradas. Tal vez en pandemia volvernos cronistas sea otra habilidad descubierta.
Continuaré expresando con sarcasmo parte del acontecer; en Venezuela se viven varios tiempos; uno es el de la necesidad: las encuestas recientes de ENCOVI proyectan la pobreza en un 96%; y otro es el de la política, donde los principales actores se encuentran en estado catatónico, estrategia bien extraña para lograr una transición a la Democracia, esperando que el devenir haga lo que acostumbra con la historia.
Mientras tanto, el régimen madurista plantea de nuevo un tablero electoral sin condiciones justas para la participación ciudadana; el juego del atropello. Ante esto la respuesta es tan clara como el escandaloso numero de la pobreza: un 88.6% de la ciudadanía se abstendría de participar en el proceso comicial para elegir una nueva Asamblea Nacional, según datos de Datanálisis.
Estos números al final reflejan una crisis de confianza en las instituciones; además de la mediocridad en el manejo de la gestión pública en la atención social y crecimiento económico del país. El madurismo sólo sería eficiente gobernando en cementerios.
Alarmarnos por tal desastre es un paso importante; ser “resilientes” y adaptativos con respecto a la “nueva normalidad” en pobreza no saca adelante a ningún Estado. Más cuando parte de ese 4% de la nación vive del dinero robado al 96%, mantenidos por el hambre colectiva que padecen desde los niños en desnutrición hasta los que se encuentran en su etapa de vejez con ayuda de una misera pensión.
Es momento de generar percepciones distintas del país que habitamos; de evaluar la responsabilidad de quienes nos hemos asumido en la lucha política en todos los niveles sobre lo que hacemos y omitimos; sacudirnos del agotamiento del pragmatismo sin resultados cercanos.
El colmo en este proceso social doloroso seria el de autocensurar nuestras intenciones de progreso por imaginarlas irrealizables, el huir despavoridos al recurso del chiste como único elemento que nos permita además de drenar descontentos, el temer plantear nuestras diferencias con un modelo político asfixiante y una dinámica en respuesta sin creatividad.
Más allá de la crítica que considero necesaria para recomponer la lucha tengo la percepción de que nunca hubo mayor urgencia del ejercicio de la ciudadanía en Venezuela como en este tiempo que ocupamos, para salvarnos a nosotros mismos de las perversiones de la irracionalidad criolla, traducidas en el país desbaratado que tenemos y para reanimar a la política como actividad humana en el logro de los intereses colectivos, percepción que comparto en el supuesto de querer sobrevivir a la individualidad y sus resultados invisibles.
Macarena González Machado