La cultura consiste en producir en armonía la expresión de todas nuestras pasiones y deseos. La vida es ese movimiento y emoción que se nos presenta en todas las formas. Nos la dieron para disfrutarla no para desperdiciarla.
Muchas veces nos sumergimos en los recuerdos (más aún en momentos tan ácidos como los que vivimos) necesitamos tener un aliciente, un motivo y una razón por qué vivir.
Un rayito de sol, una flor, un abrazo, la sonrisa que el hijo nos regala desde una video llamada y la lluvia, son elementos de alegría en medio de tanta soledad y encierro. No todo es un padecer, nos sobra tiempo para pensar y hacer tantas cosas que de otra forma con el corre corre diario en tiempo normal, no lograríamos hacer.
Asomarse a la ventana es confirmar que allá fuera cada día florece el mundo con su ritmo de luz, de gracia, de belleza y esperanzas. Allá fuera sigue la madre Natura recibiendo los Himnos y trinos que le cantan las aves llenas de alegría.
Somos prisioneros de este momento. Cada hoja y cada flor canta su propia melodía. Allí está la vida que apreciamos, más cuando estamos aislados, encerrados o presos. Es allí donde escuchamos esa voz a la que no préstamos atención entre tanto ruido.
Allá fuera todo invita a alegrarse, a desnudar el alma frente a la gloria del amanecer. Desde nuestro encierro vuela la musa confiando sus alegrías a la fugaz caravana de pájaros que convierte el viento en su brújula y guía. Allá fuera todo es libertad sin miedo, vuelan las mariposas, vuelan las abejas, también los colibríes y turpiales.
La vida está llena de ensueños y de páginas blancas listas a que escribamos en ellas poemas, lágrimas y llameantes alegrías, que desnudemos en la gloria de cada día la música que pugna por salir del pecho del poeta que aunque esté triste compone, canta y delira.
A veces nos sumergimos en los pensamientos, quisiéramos pisar más allá de las huellas que va dejando el tiempo, sobre todo cuando rueda el viento sobre los tejados enloqueciéndolo como si estuviera preso del negro cielo, como es negro el mar, en los puertos del mundo y el corazón de los hombres malos. Son espacios fríos en los que danza el presagio de las esperanzas muertas y de los sueños caídos.
En lugar de seguir preguntándonos cuando terminará la cuarentena que se ha convertido en meses, apurémonos, mantengámonos de pie, animémonos a seguir construyendo la vida con lo poco o mucho que poseamos, para no dejarnos hundir en el estrés que representa el virus, el encierro, la falta de una calidad de vida y de la perenne y cruel falta de luz.
Por encima de los problemas estamos nosotros. Hay tanto por qué vivir y tanto qué hacer para librarnos de tanta congoja. Hay que seguir en nuestra lucha, no vale la pena sentarse a esperar que otros luchen por nuestros sueños, nuestro trabajo y libertades.
No olvidemos que una sonrisa es vitamina para el corazón, alegría para el alma.
Viajemos en un buque imaginario, crucemos el umbral de nuestras elucubraciones y elevemos nuestra valentía en este momento histórico tan caótico y triste, sin perder nunca el mensaje de nuestro mensajero que nos insta a decidir si preferimos seguir caídos sin mirar al cielo o mantenernos lisiados de alegrías.
En esta lucha sin tregua algunos se han convertido en neuróticos ante el obligado encierro de la tiranía de un virus, otros se han dedicado al descanso, a dormir y hacer nada. Ante esta prueba grande que nos golpea tenemos que bracear duro hasta llegar a tierra firme, para que no terminemos ahogados por la pereza, la falta de ánimo y la voluntad.
Si perdemos el contacto con nosotros mismos y la ofuscación nos enloquece, quedaremos totalmente perdidos, sin esperanza de salir de esta pandemia ni de la tiranía del demonio que ha hecho de nuestra vida el peor de los infiernos…
Amanda Niño de Victoria