Entre 1528 y 1546, por espacio de 18 años, los integrantes de una poderosa firma comercial alemana, le fue adjudicada la naciente Provincia de Venezuela, un vasto territorio emplazado en el norte del mar Caribe, reciente descubrimiento de la corona de española.
Para 1528, la corona de España tenía serios problemas con la liquidez de sus arcas y una deuda escandalosa -a cambio de la corona-, con los banqueros de Augsburgo, que ascendía a lo que hoy serían unos US$25 millones, por lo que procura un trato con los Welser (Belzares), principal financista, una familia de banqueros que ya comenzaba a importunar con las obligaciones vencidas.
Pero los Welser no solamente eran poderosos banqueros, sino que disponían de toda una red de factorías y de agentes que se extendía por todo el continente europeo, dedicados a comerciar hilos italianos, escandinavos e ingleses, con especias orientales, plantas medicinales, colorantes, joyas, pieles, implementos agrícolas y manufacturas para el hogar. Además eran expertos armadores, lo que les aseguraba un lugar prominente en ese apetecible ramo de la industria marítima.
El rey Carlos I, que también era emperador del Imperio Romano Germánico (bajo el título de Carlos V) imposibilitado de liquidar la deuda, concedió a Bartolomé Welser y su familia -por cuatro años-, una porción de tierra en el Nuevo Mundo, la ocupación, gobierno y usufructo del territorio que ya se conocía como Venezuela, especificándoles: “Cóbrense de lo que logren sacarle a aquella comarca y déjenme en paz”.Qué disponía el acuerdo
A los Welser se les concedió unos 900 kilómetros de territorio, límites definidos por el Cabo de la Vela (la actual frontera con Colombia) por el Oeste, y el Cabo de Maracapana por el Este (cerca de la ciudad de Barcelona). Varias islas cercanas a la costa quedaron también bajo jurisdicción de los alemanes.
En la citada región a ocupar, fundarían dos ciudades, y varias iglesias para favorecer “en todo lo posible a los misioneros españoles”. Asimismo construirían tres fortalezas desde las cuales se organizarían las expediciones para buscar el codiciado dorado.
El trato también cedía el derecho de introducir al país ganado caballar y les eximía del impuesto sobre la sal. Tampoco pagarían aranceles sobre la introducción de manufacturas, conocido como “el almojarifazgo” y tendrían “bodega libre” para aprovisionar sus buques en las atarazanas de Sevilla. Igualmente les dio facultad para esclavizar a todos los aborígenes que se mostrasen rebeldes y la importación de esclavos de origen africano, que fueron unos 4.000, para explotar las minas de metales preciosos.
El ensayista Ibsen Martínez, en su formidable artículo Welser, para el Diario El País, precisa que el trato celebrado entre la corona y los nuevos dueños de Venezuela, determinaba que por los metales preciosos “que arrancasen a la tierra no pagarían el acostumbrado quinto real sino un décimo durante los primeros 4 años. A partir de entonces, pagarían un noveno anual, luego un octavo anual, y así, hasta llegar al quinto de ley después de diez años de explotación”.
Hasta la muerte por El Dorado
Para la aventura expedicionaria los Welser nombraron al explorador alemán Ambrose von Alfinger, gobernador de la Provincia de Venezuela, quien ya era representante comercial de los banqueros en la isla de La Española (hoy República Dominicana y Haití).
La expedición contó con “400 marineros alemanes”: 300 soldados reclutas españoles y 100 alemanes que acompañarían al gobernador Alfinger a reconocer todo el territorio de las Indias, la Sierra de Perijá hasta las tierras del río Magdalena, en Colombia.
En 1529, fundó la villa de Maracaibo, pero no logró encontrar las cantidades de oro que los banqueros habían previsto y en su enfebrecida osadía por el Dorado, recibió un flechazo mortal en la garganta, en el sitio de Chitacomar, en el territorio independiente de los chitareros, una tribu hoy extinta.
Alfinger falleció en 1533. Fue reemplazado por Georg von Speyer, quien no tuvo mejor suerte y luego de tres años correrías desastrosas, en 1539, renunció y al año siguiente murió.
Una sucesión de expediciones fallidas ocurrió en la búsqueda de El Dorado, y la mayoría de los conquistadores alemanes fallecieron a causa de fiebres palúdicas o en enfrentamientos con las tribus indígenas.
Notablemente diezmada la aventura alemana, el propio heredero de la acaudalada Casa Welser, también llamado Bartolomé, llegó a Venezuela en 1540 para sumarse a una larga expedición organizada por el tercer gobernador alemán de la región: Philipp von Hutten, hijo de un burgomaestre, quien se adentró a la desesperada búsqueda en el interior del continente, con 100 hombres, entre alemanes, españoles y criollos, en dirección a Colombia, por las riberas del río Casanare, en los llanos occidentales, causando gran agitación y desorden a su paso. La expedición se alargó cinco años.
Agravado los problemas, el rey Carlos V nombró a Juan de Carvajal como gobernador interino y lo envió a Santa Ana de Coro, la capital de la colonia alemana. Cuando los extenuados expedicionarios regresaron a Coro en 1546, fueron juzgados y ejecutados por un regidor de la Real Audiencia comisionado desde Santo Domingo.
Carvajal sugirió al regidor la ejecución de los aventureros, quien encargó a un esclavo cortarles las cabeza con un machete «y como el instrumento tenía embotados los filos con la continuación de haber servido en otros ejercicios más groseros, con prolongado martirio acabaron con la vida aquellos desdichados, más a las repeticiones del golpe que al corte de la cuchilla».
Consumado el juicio, el monarca español dio por terminado el acuerdo inicial de cuatro años con los Welser, por incumplimiento de contrato de arrendamiento, los cuales se transformaron en 18, entre saqueo y muertes, concluyendo así la experiencia colonial alemana en América.