A España le pesa una negra fama de intolerancia fuertemente alimentada por las detestables prácticas de la mal llamada Santa Inquisición y los horrores de su guerra civil. Pero la extrema intolerancia aparece en todas las latitudes y tiempos de la humanidad, siempre movidas por quienes intentan borrar todo aquello que represente creencias o costumbres que ellos – los árbitros de la moralidad – hoy consideran inmorales.
Solo hay que recordar la “revolución cultural” China, y el genocidio y destrucción deliberada de manifestaciones culturales y monumentos en Camboya, Croacia, Bosnia, Mali, Afganistán, Iraq y Siria: Todo acompañado de una insolente y vandálica ignorancia que también representan esas estatuas con narices cortadas que abundan en Roma, Grecia, Cuba y Venezuela.
Esa implacable intransigencia hacia libertades e ideas del prójimo también florece en latitudes que se precian de ser democráticas, como la vieja veta de puritanismo norteamericano, con su severa “moralidad”, completa con cacerías de brujas, censuras, boicoteos y linchamientos morales, coronada por una de las más sangrientas guerras civiles del planeta.
Ahora, en pleno primer cuarto del siglo XXI, sufrimos un rebrote virulento de ese antiguo puritanismo intolerante: Una nueva inquisición de “corrección política” que intenta reescribir la historia, erradicar manifestaciones culturales y aún deformar el lenguaje, en medio de una reciente “revolución cultural” que nunca sabe manejar los límites entre lo sublime y lo ridículo.
La encarnan las ignaras turbas que en San Francisco derribaron una estatua del recién canonizado San Junípero Serra en medio de una ola agresiva hacia diversas manifestaciones históricas, culturales y próceres – sencillamente por ofensivos a los ojos de los nuevos Torquemada puritanos.
A nombre del llamado “progresismo” se intenta imponer una peligrosa doble moral que le cuelga a quien discrepa una nueva letra roja escarlata de “ fascista” – importada directamente del Massachusetts del siglo XVII – mientras busca justificar dictaduras comunistas: Que es implacable con cualquier desmán de las llamadas derechas y se hace de la vista gorda ante las salvajadas de las izquierdas – y donde ahora unas vidas tendrían que importar más que otras.
Sin contar siquiera con la demonización, boicoteo, persecución y lapidación de cualquier académico o figura que incomode a los inquisidores de la nueva virtuosidad. Y así, mientras los inconscientes entretienen al mundo atacando fantasmas del pasado, los auténticos monstruos del presente se matan de la risa.
Antonio A. Herrera-Vaillant