Carlos Cabello tuvo que enfrentar la angustia e incertidumbre mientras esperaba la prueba PCR que confirmaría si tenía COVID-19 o no. Murió sin contar con los insumos que necesitaba para sobrevivir al virus
“Era obeso, diabético e hipertenso, lo que contribuyó a que empeorara”, dijo Jorge Rodríguez, refiriéndose a un fallecido en el municipio Caroní, en el balance de COVID-19 la noche del 4 de julio, cuando en Bolívar había 750 casos registrados.
Desde San Félix, Nicole escuchaba el balance con atención. De pronto las cifras de COVID-19 ya no parecían tan distantes, lo que Nicole veía en las noticias a diario la golpeó de cerca esta vez porque, desde ese momento, su padre, Carlos Cabello -que no era ni hipertenso ni diabético, ni obeso- entró a formar parte de las cifras de fallecidos en Caroní por el nuevo coronavirus.
Jamás me imaginé que mi papá iba a morir porque era una persona demasiado llena de vida, y mucho menos de esa manera, alejado de toda nuestra familia”. Pero si él estaba muy mal, y me estaba diciendo que tiene un infarto, ¿por qué me dicen que es un ataque de ansiedad?”. Nicole |
El domingo 21 de junio comenzó el vía crucis hospitalario para Carlos toda vez que los síntomas de la COVID-19 se agravaba. Nunca formó parte de las cifras oficiales hasta luego de fallecido, porque aún después de su muerte se quedó esperando la prueba confirmatoria: Reacción en Cadena de la Polimerasa (PCR), una prueba molecular que puede detectar material genético del virus en el cuerpo de la persona que lo porte -o no-, y que puede incluso detectar síntomas respiratorios temprano.
Carlos esperó esta prueba por más de 15 días. Su esposa y suegra la siguen esperando, recluidas en el CDI de Uchire y en el Uyapar.
Los médicos del país insisten en que se descentralicen los laboratorios en Venezuela para que se acelere el proceso de confirmación del diagnóstico, y así evitar que el contagio se expanda y exponga a personas que están en cuarentena y que tal vez no tengan el virus, junto a personas que sí lo tengan dentro de los albergues.
La PCR de Carlos resultó ser positiva después de un enfrentamiento de versiones entre la doctora encargada del Hospital Uyapar, y la doctora encargada del Hospital Dr. Raúl Leoni de Guaiparo, donde estuvo recluido en sus últimos días. El acta de defunción era clara: paro respiratorio por neumonía causada por la COVID-19.
“Debieron dar más información, es un bloqueo, es algo que no todos están preparados para recibir un diagnóstico como ese”, expresó Lusmelys Hernández, la cuñada de Carlos y una de las que ha acompañado a Nicole, su hija menor, en el proceso.
Paro respiratorio
La madrugada del 3 de julio llovió fuertemente en toda la ciudad. A las 3:00 de la mañana Nicole recibió una llamada: era su padre diciéndole que estaba a punto de sufrir un ataque cardíaco, al fondo sonaban los monitores a todo dar y su voz se entrecortaba por el mal estado de la señal, luego colgó.
Carlos estuvo hospitalizado en el Hospital Dr. Raúl Leoni de Guaiparo por tres días, desde el 1 de julio. El día que falleció, Nicole cayó en pánico porque estaba sola en su casa, y comenzó a llamar a toda su familia, para conseguir un contacto médico que atendiera a su papá, que le salvara la vida.
De inmediato sus familiares fueron a Guaiparo para saber qué pasaba, pero la única explicación que recibieron de parte de la doctora encargada fue que a Carlos le había dado un ataque de ansiedad.
“Nosotros nos sentimos en desesperación y angustia porque aparte de que tenemos que transmitirles a ellos cosas positivas, ellos llegan a sentir fobia, pánico y angustia”, afirmó la cuñada. Lusmelys y toda la familia estuvo en incertidumbre la mayor parte del tiempo.
“Pero si él estaba muy mal, y me estaba diciendo que tiene un infarto, ¿por qué me dicen que es un ataque de ansiedad? ¿cuál es su estado de salud real? Realmente nunca nos dijeron nada”, se cuestiona la hija.
Carlos y Raquel llevaban 13 años de casados, ella no se pudo despedir de él ni siquiera de lejos, porque también está recluida en un CDI esperando la prueba PCR desde hace 15 días | Fotos cortesía |
Luego del episodio, a Carlos le quitaron la única fuente de comunicación que tenía después de 13 días de hospitalización en distintos recintos. Lejos de su familia y amigos, la doctora decidió quitarle el teléfono porque a su juicio contribuiría con disminuir la ansiedad.
Carlos murió ese mismo día, solo, y el acta de defunción confirmó después la sentencia: no estaba sufriendo solo de ansiedad la madrugada que llamó a Nicole, ese día sufrió un paro respiratorio por neumonía a causa de la COVID-19, y quería ser auxiliado.
La doctora a cargo del hospital de Guaiparo, hasta el último momento sostuvo que en el centro asistencial no había ningún ingreso con COVID, pero desde el Uyapar la pauta era otra, un día antes de la muerte de Carlos, le informaron a la familia que la prueba había llegado, y que dio positivo.
“Pero teníamos la contradicción de que la doctora de Guaiparo decía que no era cierto porque a ella no le había llegado ninguna prueba, seguimos con la duda de si tenía o no porque no tenemos un papel que justifique eso”, repitió Nicole.
La tasa de muerte por COVID-19 es baja, de 3%, y menos del 10% de las personas tienden a complicarse por el virus o a necesitar terapia intensiva, de acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS). Carlos pertenece a ese grupo minoritario.
El hombre de 52 años murió, no sin antes ser sometido al ruleteo hospitalario característico de los al menos cuatro años de crisis hospitalaria que lleva Venezuela.
En teoría, los pacientes de COVID-19 deben ser cremados cuando mueren, para prevenir fuentes de contagio, pero a Carlos lo enterraron en Jardines del Orinoco, al lado de su madre. “Era su voluntad, que lo enterraran al lado de su mamá”, decía Lusmelys.
Justo cuando lo estaban subiendo al carro fúnebre en una bolsa negra, la funeraria le cobró a la familia 100 dólares adicionales porque se trataba de un caso especial de COVID-19, “eso es lo que se tenía que pagar, fue lo que nos dijeron”, recordó con pesar.
Nicole siguió con la mirada a quienes transportaban el cadáver de su padre, desde lejos pudo ver los trajes blancos que portaban, como en la televisión. De repente la pandemia ya no parecía tan ajena. “Enterraron el cuerpo de mi papá en una bolsa negra… es increíble”.
Ruleteo hospitalario
Carlos no estaba demasiado preocupado por ese virus del que todo el mundo hablaba. Cuando los síntomas iniciaron él pensó que era solo una gripe más, pues se había mojado en la lluvia sin quitársela luego en la ducha.
Pero la tos aumentó, la fatiga inexplicable también, y la fiebre que no bajaba de los 41 grados. Aun así, estaba familiarizado con los problemas respiratorios: en 2003 Carlos fue uno de los contagiados por la gripe porcina o H1N1, casi muere en ese entonces, pero sobrevivió a eso y a la bronquitis que le dio después.
El domingo 21 de junio todo empeoró. Empeoró tanto que sus hermanas tuvieron que sacarlo de la casa para llevarlo a un centro de salud, aunque él protestaba. Su esposa, Raquel Pineda, lo acompañó. Ese día recorrió al menos tres centros y esa fue la última vez que su familia lo vio con vida.
La familia acudió primero a 19 de Abril, un Centro de Diagnóstico Integral (CDI) ubicado en la vía de El Pao. Fue ahí donde le hicieron la Prueba de Diagnóstico Rápido (PDR) a él y a su esposa, ambos dieron positivo -como toda persona que tenga alguna deficiencia inmunológica sea o no causada por el nuevo coronavirus-.
El hombre estaba tan deteriorado que, por miedo al COVID-19, no lo recibieron ahí, por lo que fue trasladado hasta Mundo Sonrisa, en Puerto Ordaz, donde tampoco lo aceptaron.
El padre de Nicole fue acusado de contrabandista de gasolina en la frontera de Venezuela con Brasil, la familia lidió con muchos rumores sobre su contagio, aunque él no ha viajado |
Después lo llevaron hasta el CDI de Uchire, en Unare. El día estaba nublado, y luego arreció una lluvia casi torrencial que inundó la mitad del centro, y Carlos no solo necesitaba un lugar seco sino oxígeno, pero en este centro los familiares tenían que comprar las bombonas que en ese momento no podían costear por lo que tuvo que ser trasladado de nuevo. Raquel se quedó ahí en cuarentena, y desde entonces estuvo separada de su esposo hasta que este murió.
A Carlos lo llevaron hasta el Hospital Uyapar, pero el recorrido no terminaba. Cada vez podía respirar menos, necesitaba la terapia de oxígeno que ahí no había pese a ser uno de los hospitales centinelas “de primera línea” frente a la COVID-19. El hombre estuvo hospitalizado por 11 días, aunque no tenían las herramientas para atenderlo como ameritaba.
En el Uyapar no había oxígeno, pero con inhaladores los médicos se las apañaron para recuperar su saturación de oxígeno en un 90%.
Carlos se asustó porque ya no había donde llevarlo. Quedaba una opción: el hospital Ruiz y Páez en Ciudad Bolívar, a unos 90 kilómetros de Ciudad Guayana y a donde remiten a los pacientes graves.
Pero su decisión fue quedarse lo más cerca posible de su familia, por lo que parientes solicitaron el cupo en el Hospital Dr. Raúl Leoni de Guaiparo, y fue ingresado el miércoles 1 de julio, tres días antes de morir.
En ningún sitio le pudieron dar la terapia de oxígeno que necesitaba, salvo los últimos dos días en los que estuvo ingresado en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) de Guaiparo, ala reacondicionada desde mediados de abril, después de haber estado al menos dos años cerrada.
Oficialmente no hay unidades de cuidados intensivos operativas en ningún hospital de Ciudad Guayana, solo existen áreas habilitadas paliativas, y, aun así, por la opacidad institucional se desconoce qué capacidad tienen y cuántos ventiladores mecánicos y monitores hay, aunque solo un porcentaje minoritario de personas infectadas van a requerir UCI.
Incertidumbre
Carlos acostumbraba comunicarse con su familia por mensaje de texto. Pórtate bien es lo que siempre le decía a Nicole. Ella también estuvo con él en la distancia, en los días malos en los que se sentía mal, solo y deprimido. A veces llamaba desesperado diciendo que no había nadie ahí con él para atenderlo.
Nicole es una de las pocas personas con la que tuvo comunicación directa mientras estuvo hospitalizado. Desde lejos, ella también pasaba revista, pero la mala señal telefónica y la poca información mantuvo a la familia en angustia.
Los familiares de pacientes con el virus deben lidiar con la desinformación y la angustia, algo para lo que nadie está preparado. “Jamás me imaginé que mi papá iba a morir porque era una persona demasiado llena de vida, y mucho menos de esa manera, alejado de toda nuestra familia, sin poder verlo, sin poder abrazarlo, sin poder estar a su lado, sin poder escucharlo sino por momentos”, lamentó Nicole.
Las dudas continúan, a pesar de tener el acta de defunción.
“Por lo menos tuvo un entierro, a nosotros nos decían tantas cosas de cómo iban, que todas las personas que fallecían de esa manera las metían en una bolsa y las tiraban en algún lado”, contó Lusmelys.
Sin despedida
Raquel no pudo despedirse de Carlos y eso le desató una depresión que la acompaña en sus días de cuarentena, en el CDI de Uchire, mientras espera la PCR. Cuando su esposo murió, y ella lo hizo saber, las enfermeras comenzaron a tratarla como si tuviese lepra o al menos eso es lo que ella le cuenta a su hija: “le tiran las cosas encima para no tocarla”, reprocha Nicole.
Aunque el personal de salud no siempre puede contar con indumentaria sanitaria de protección.
A veces, Raquel aprovechaba de contarle a su hija las condiciones en las que está durante su estadía en el CDI cubano. Lo describe como estar presa, en un lugar sin aire acondicionado, con fallas frecuentes del suministro de agua y con un solo baño para todos.
Mientras Raquel procesa la pérdida, en aquel sitio espera que todos recuerden a su esposo como la persona alegre que era: “el niño grande”, el que armaba las tánganas en las fiestas familiares, y le pintaba la cara a quien osara quedarse dormido, el que metía un bollo de hilo en las hallacas de Navidad, y hacía trampa en dominó y en juego de cartas para ganar a toda costa. Todos sabían cuando Carlos estaba a punto de hacer una picardía, porque apretaba los ojos a todo dar para aguantar la risa.
“No se lo deseo ni a mi peor enemigo, hay momentos en que decaemos, pero hay que estar con pie firme”, dijo su tía.
Carlos y Raquel tuvieron 13 años de matrimonio, a ella le duele no poder estar con su esposo los últimos días.
Señalamientos
Los familiares de Carlos tuvieron que enfrentarse a rumores y señalamientos. De un momento a otro el difunto pasó a ser desde traficante de gasolina en Santa Elena de Uairén -el epicentro del contagio en el municipio más grande del estado Bolívar- hasta Brasil por las trochas a migrante por las trochas de Colombia hacia Venezuela, y que había infectado a toda su familia.
“No se lo deseo ni a mi peor enemigo”, repitió la tía.
En realidad, Carlos se dedicaba a la venta de hortalizas y casabe luego del quiebre de CVG Alcasa y no viajó desde hace más de un año, el contagio fue comunitario.
Nicole debió enfrentar la muerte de su papá con dos miembros de la familia también recluidos en centros de salud, en cuarentena |
Algunas personas tomaron fotos de la casa familiar, y en una ocasión, una persona publicó los nombres completos, las cédulas y la ubicación exacta del domicilio de la familia Cabello. Las cadenas de rumores en WhatsApp sobre su papá se expandieron mientras él aún estaba en el Uyapar, toda vez que sus parientes buscaban la forma de que él recibiera oxígeno y mientras Nicole, desde lejos, rogaba que todo saliera bien.
Toda la familia fue señalada, a las sobrinas de Nicole no les permiten comprar en la bodega cercana a sus casas porque piensan que están contagiadas y que van a infectar a toda la barriada de Santa Rosa de COVID-19. Los vecinos hicieron una denuncia al consejo comunal donde ellas viven para que fueran médicos a su casa para que le hicieran las pruebas. “Ni nos ven, pasan súper lejos de la casa”.
El discurso oficial en medio de la pandemia por el nuevo coronavirus no contribuye con atenuar la estigmatización de familiares y pacientes infectados, al contrario, fortalece las brechas.
Hasta ahora los voceros oficiales culpan a los migrantes y a quienes pasan por las trochas de las fronteras venezolanas con Colombia y Brasil, de engrosar la cantidad de contagios en el país. Admiten a regañadientes los contagios comunitarios y en el balance pero, no revelan las condiciones en las que están los puestos de asistencia sanitaria integral (PASI) y de qué forma están manejando la pandemia en las fronteras y dentro de las urbes. La dotación hospitalaria sigue siendo una incógnita en la mayoría de los centros de salud porque impera la censura.
Bolívar es el tercer estado con más casos de COVID-19. Hoy la cifra asciende a 856 personas contagiadas, y Caroní es el tercer municipio con más casos. De acuerdo con el balance oficial hay al menos 22 casos en la municipalidad.
En medio de la desinformación, la censura, y la crisis hospitalaria sobran los señalamientos y aumentan las cifras de los fallecidos por el virus que ya hoy suman 75 en el país.
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