Efraín era un hombre habilidoso. Engañaba al coronavirus los viernes y sábado. Y, de domingo a jueves, vivía en una especie de claustro benedictino en su ciudad de eterna postguerra.
Él siempre andaba en algo: Compraba, vendía, hacía live de cualquier cosa, aconsejaba con la rigurosidad pastoral recién descubierta, trabajaba con toda seriedad el arte aristocrático de no hacer nada.
– ¡Efraín!, ¿En qué andas ahora? – preguntó Thao alzando las cejas de sorpresa.
– Soy técnico en redes de internet – contestó con tono despectivo que daba entender justo lo contrario. Una semana antes era trading en mercado financieros y dos más atrás, gestor de pasaportes.
Una expresión de perplejidad dominó el rostro de Thao. No podía entender cómo en el barrio decían que Efraín era un hombre de éxito cuando en realidad sus logros se los debía a su rapidez y astucia. Acciones que el barrio también celebraba.
– Pero, Thao, – se le acercó Efraín en silencio, tanto que Thao sintió en sus párpados el calor de su aliento – el negocio ahorita es vender los cupos. Le susurró al oído.
Thao se ruborizó por un instante, necesitaba moverse, hacer mercado, tener alguna reserva para un por si acaso. La razón y la cobardía son en realidad lo mismo – pensó con rotundidad tras una pausa-.
El atajo en estos tiempos desafiantes para abastecerse de lo básico era una tentación en su mundo lleno de principios anticuados y prejuicios recientes. Thao estaba convencido que los muchos Efraín lejos de facilitarle el camino lo habían llevado justo en la desolación donde estaba. Debía decidir.
Thao miro de reojo a Efraín, su humor y simpatía eran sus armas para estar en todo. Volvió a dudar.
– La conciencia te vuelve más egoísta, piensa en tus hijos- le dijo Efraín con tono de frialdad- ¿y si pasa algo en la madrugada y no te puedes mover? – continúo con su contagio progresivo de picardía.
Thao cerró sus ojos, puso sus dedos sobre sus párpados, como si quisiese aprisionar en su cerebro algún curioso botón de: olvidar o actuar.
Fritz Márquez
@fritzmarquez360