A veces me invento frases de aliento para no perder el ánimo. Como “el dormir es un compromiso y el soñar una necesidad”. Estamos obligados a cerrar los ojos por ocho horas diarias para subsistir. Pero andar con una meta que parece fantástica, resulta la verdadera razón para luchar y creer en que todo puede cambiar para mejor.
Por eso me golpea en el alma que hayamos perdido la capacidad de imaginarnos un buen futuro. A todo le conseguimos un rastro de burla o de que hay un felino encerrado. Que todo yace irreparable. Se quebró el cristal y no hay forma de unir los pedazos. Hasta se elogia con soltura cuando alguien despotrica de quien sea. Como una extensa novela de mil dramas.
No dudo que nos toca construir, pues estamos en un hito inmejorable. Contamos con una verdadera posibilidad para cambiar y darle vuelta a una nación triste. Ya no me sorprender el golpearme en las narices y a cada rato, con un sinnúmero de desconfiados, recelosos y desalentados. Estamos empecinados en ser pesimistas. En andar vacíos de confianza, como una botella con muchos orificios.
Somos un país vulnerable. Nos sentimos insuficientes para el combate. Nuestro fervor está disperso o debajo de la alfombra de los desperdicios secretos. Todo es un campo minado de peligros. Nos han impuesto un mensaje, endosado en la mente, para no considerar que se pueden solucionar los percances. Y lo digo con convicción: sí se puede. Podemos darle un alto a la vejación y al engaño, aunque lo hayan instaurado para mantenernos inactivos.
Contamos con los fundamentos necesarios para que Venezuela deje el enclaustro mental. No hace falta idearse un nuevo conjuro, como antídoto para las farsas creadas por la dictadura. No hay fórmulas raras para quitarnos el concreto de las ansias de perseverar. Solo debemos empezar a creer que de verdad lo lograremos.
Podemos darle fin al insomnio sobre el futuro. Ni siquiera se requiere de idearnos un sueño. No es necesario. Ya se encuentra ahí, esperando por nuestro interés para insistir en alcanzarlo. No es eludir, aunque nos hayan decepcionado por tanto años. Hay un plan para hacernos felices. Por eso debemos abandonar la casa de las feas durmientes. Despertar del delirio de que solo llegaremos a fracasar de nuevo.
Hoy mi padre me soltó una frase alentadora: “estoy seguro de que este es el año”. Descubrí en segundos que, pese a su edad y a su ceño desgastado, estaba urgido por volver a soñar. Abandonaba de un portazo, el recinto de la duda. Contrataba una fe a borbotones y me llenó de entusiasmo.
Venezuela tiene signado un destino venturoso. Resulta cierto que se ha errado por años. Hemos querido que el Estado lo solucione todo y sea el padre de las decisiones. Fueron esos nuestros primeros traspiés. No se invirtió en la diversificación, el emprendimiento y el desarrollo industrial. Se decidió parchar con gastos, los baches económicos.
No necesito oráculos perfectos para saber del bienestar venidero. Existen muchas promesas por cumplir. No intento iniciar un debate. Solo deseo abrir una compuerta para volver a triunfar. Dejar de ser aprensivos. Estas dolencias de hoy tienen remedio y prevalece una acometida internacional que reconoce nuestros sufrimientos.
Me sorprende cómo cada día, se consigue una pieza más para armar los alegatos. Las pruebas decisivas de los desmanes nacionales. Más elementos para actuar desde todos los rincones. Contar con más adeptos para la libertad de una nación tan valiosa como la nuestra.
No está despejado este sinuoso camino para la libertad. Tampoco es el momento de los brazos caídos. Se demanda por nuestras emociones para creer. No estamos para contar traidores. Son muchos, tal vez, pero también innecesarios. Mejor resulta aglutinar interesados en apoyar las disposiciones próximas. Se olfatean cercanas las situaciones definitivas. Ahora es menester volver a la tarea de andar con el rostro descubierto hacia cielo y de tener una fe inalterable sobre el futuro.
José Luis Zambrano Padauy
@Joseluis5571