Escribo este artículo el jueves 25 de junio, después de haberme calado una cadena de Jorge Arreaza, quien supuestamente estaba en Rusia. Y digo “supuestamente” porque desde que Chávez deambulaba por los pasillos del Hospital Militar cuando estaba gravísimo, o muerto, a esta gente no se les puede creer nada.
Arreaza se quejaba de las sanciones de los Estados Unidos. Todo lo malo que pasa en Venezuela es culpa de los gringos. “No podemos importar mascarillas, ni ventiladores, ni insulina, ni, ni, ni…”. Me encantaría que Arreaza nos explicara a los venezolanos, con la misma claridad con la que se expresaba hoy, que lo que ellos han solicitado que levanten son las sanciones personales. Si les importara realmente el pueblo venezolano, empezarían a devolver las gigantescas sumas de dinero que se han robado, o sencillamente, no se las hubieran robado. El sempiterno problema del socialismo, que todos somos iguales mientras somos pobres…
Arreaza se deshizo en elogios al régimen ruso. Les agradeció por todo lo que nos habían ayudado (¡qué malos son los gringos!) pero el tío Vladimir (Putin) ha venido en nuestra ayuda, afirmó. Si Rusia en verdad nos estuviera proveyendo con lo que supuestamente nos han quitado los Estados Unidos, no estaríamos así de mal. Y estamos peor. Cada día, cada hora, cada segundo.
Más tarde me llegó vía WhastApp un video donde una avioneta de la Fuerza Armada Bolivariana hacía el traslado de “un compañero” que padecía coronavirus. El supuesto enfermo venía dentro de una cápsula transparente. Su cuerpo se veía tan, pero tan plano, que era imposible determinar dónde estaba la cabeza. De hecho, uno de los camilleros preguntó que de qué lado estaba. Una muñeca de trapo que yo tenía cuando era niña, hubiera hecho más bulto. El narrador se ufanaba de tener “los más modernos adelantos” y yo me pregunté entonces de qué se quejaba Arreaza. Si esa escenita fuera cierta, no necesitaríamos más nada.
Como siempre, cuento de camino tras cuento de camino…
Carolina Jaimes Branger
@cjaimesb