Caminantes con canas: No nos damos por vencidos

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Sus canas hablan de experiencia. Como miles ambos, nativos de Maracay, estado Aragua, iniciaron la ruta de caminantes venezolanos y a diferencia de muchos en estos tiempos de pandemia, ellos van hacia el interior de Colombia con una sola meta: triunfar.

“Y quien dijo que, por la edad, se nos han acabado las ganas de luchar” señala Julio Nieves, de 57 años electricista, quien en compañía de Máximo Noguera, comerciante de 66 años, tienen como destino el municipio de Socorro, en Santander, a 121 kilómetros de Bucaramanga, donde están necesitando  trabajadores para la faena del campo.

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Su físico no demuestra su edad y ellos así lo sienten. Estos dos maracayeros se le miden al reto  de ir a trabajar al campo a pesar de su falta de experiencia pero, ellos que empezaron a trabajar desde muchachos, saben que la vida no siempre es lo que uno quiere.

Nacieron y crecieron en la misma ciudad pero no se conocieron sino hasta hace 9 meses cuando ambos compartían el trabajo de calle en San Antonio. Noguera comenta que se vino a la frontera como muchos que perdieron sus trabajos y no veían qué hacer para que les alcanzara el dinero para comer y vivir decentemente.

“La cosa se puso muy difícil y nos tocó dejar todo, porque tanto Julio como yo tenemos casa propia: yo  en Camatagua y él en Maracay. Yo cobro pensión del seguro pero eso no alcanza para nada. El hambre y las necesidades nos pusieron en camino a San Antonio y allí vivimos meses” comenta Noguera.

Les iba bien a los dos en la frontera. Ya tenían algunos puntos de venta ambulante en las calles y podían enviar dinero para sustentar a otros familiares. “Pero desde que empezó el año la Guardia comenzó a perseguir a los buhoneros. Se fue cerrando la ciudad para el trabajo y luego vino lo del COVID y hasta allí llegamos” cuenta Nieves.

Siendo amigos conversaron, hicieron sus contactos y alguien les habló de que se necesitaba gente para trabajar en una finca. No lo pensaron mucho y decidieron reunir la poca plata que les quedaba, Máximo retiró los bolívares de su pensión, compraron cigarros, los vendieron a pesos y con eso iniciaron su ruta caminante.

Ambos confiesan que hace años cada uno pensaba que a estas alturas de la vida iban a estar jubilados, disfrutando de sus casas y sus cosas, jugando con los nietos. Nieves reflexiona: “Nuestra vida es hoy otra cosa, y aquí estamos, caminando, como lo hizo uno de mis hijos que ahora está en Perú, trabajando en una empresa atunera”

Para ellos la frontera era un mundo lejano. Antes de todo esto nunca habían salido del país. “Nos decían que los colombianos nos trataban mal, que no nos iban a dejar caminar, que había violencia y muchas otras cosas. Hasta ahora nos han ayudado y no se han metido con nosotros”. Noguera reflexiona sobre esto y cuenta una experiencia que vivieron en el camino: “No se si es por la edad, por las canas o porque nos ven serios. La gente nos llama y nos dan pan, jugo, frutas. Veníamos con un grupo de muchachos y un señor nos llamó a nosotros dos. Nos dijo si queríamos ganarnos unos pesos, le dijimos que si y cargamos leña. Cuando terminamos nos dio 20 mil pesos, que nos sirven para mucho. Pero además, el señor contento con nosotros, también nos dio almuerzo”.

Noguera: Muchos caminantes van a Venezuela derrotados

En su camino se han encontrado con los caminantes de retorno. El par de amigos a veces conversan con ellos y les piden información. Julio Nieves, el electricista, siente tristeza por muchos de los que vienen de retorno con maletas, con sus hijos, familias completas.

“Vienen derrotados físicamente y en su manera de pensar. Comentan que les fue mal o que el COVID, la falta de empleo y los desalojos los dejaron sin nada que hacer. Casi todos son jóvenes. Yo siempre he dicho que uno se labra su destino. Este par de canosos que usted ve aquí caminan con optimismo y no se si es por la experiencia que nos dan los años. No conocemos otra cosa: hay que ponerle pasión y ganas a lo que se hace. Muchos de los que regresan, no tienen las ganas y ya se dieron por vencidos. Nosotros no”.

En uno de los refugios, subiendo a Pamplona, comen. No saben si será el único plato del día. Se propusieron a gastar solamente lo indispensable. No descartan algún día, volver a Venezuela. Asus casas en Maracay o Camatagua.

Máximo Noguera lo dice claramente: “Muchas cosas deben cambiar en Venezuela. Debe haber trabajo, condiciones dignas para vivir. Mientras eso no ocurra no vale la pena volver y nos quedaremos aquí produciendo”.

Ellos dos sueñan con futuro. Es simbólico el nombre de su destino: Socorro. Ellos caminan, demostrando que son útiles, que quieren trabajar, que son honestos y responsables. Sueñan con volver a ver a sus hijos, quizás en Maracay bajo la mata de mango, jugando con los nietos.

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