#OPINIÓN Marlene pelando cebollas: Lágrimas y la Maleta de Mi Padre (Parte I) #24Jun

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<<Quién por su profesión está obligado a explotarse a sí mismo a lo

…largo del tiempo, se convierte en un aprovechador de restos>>

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Gunter Grass

<<El hambre aconseja mal, pero habla claro>>

Federico Vegas

Marlene suspira con razón. Decaída por años de servicio, capa tras capa, charcos de llantos surcan las aguas de una infinita expiación que la hacen sospechar de la impureza humana que cree ser y más que eso ser una roedora que sondea en la basura porque para hablar de pobrezas, implorar no sacia el hambre o redime de Julio que la maltrata, ni la releva de ser la mucama que ninguno profiere, ni la exime de la miseria que la tienen de sparring forzándole a abordar cada día el conteiner de restos sólidos a ver si algo cuadra para completar la cena. Pero en el arrabal al fondo de la pudrición cercana al rancho, maridaje con la pequeña Venecia, centón de pillos y listos, de vivos y malvivientes, todo ese infierno que encierra a la monda bulbos, a la pela cebolla, se cae a pedazos, limítrofe, imperturbable, sobre lo suyo y entre los suyos.

Todos los días, desde los últimos años, realiza un ritual a-ver-como-sobrevive. De poca ayuda le sirve al futuro familiar, un púgil rencoroso y cobarde, y tres mocosos con solitarias que nadan en barrigas de peras. En la tenacidad de la peladora de cebolla yace un raudal de diversas capas sin umbral preciso, donde una entra, mientras otra sale. Del mundo desalentador de Marlene solo se reserva a buen seguro sus lágrimas que no son de cocodrilos, pero aparecen con dientes filosos, y la mordida más fuerte del reino animal, que nada tienen que ver con las lágrimas por pelar cebollas, y sí mucho con su absurda y sistémica privación de la vida.

Desde que Marlene llegó a la capital, en casa todo declinó. La ciudad fue como capas de cebolla que empezaban a pegar en los ojos, capaces de sacar las lágrimas desde el más sano ciudadano hasta al peor truhán de zonas rojas. La capital, como metrópoli decadente, es temible demás. Caracas equivale, en este ciclo inédito jamás visto, a la dimensión desconocida. Ir de un lado a otro, de una capa a otra de la capital, no decía dónde iniciaba la actual, dónde la anterior, dónde el principio, dónde el final… ¿Cuántas capas de inopia interfolian a Marlene como cebolla citadina? En este contexto lacrimal, lacrimógeno, hostil, lágrimas son señales. Toldos de circos nómadas izados en la espesura del viento. Una vez que supo su situación inaudita, evaluó otras ansias, y se educó en los oídos de acera, en las plazas vacías y las horas rotas, y entendió que no había una sola clase de tipos, ni tampoco un solo tipo de lágrimas, solo lágrimas de todo tipo.

-El barrigón.2, consentido de mamá, preguntó con dulzura de platelminto, de tenia y humus… ¡mami, por qué las lágrimas no son dulces¡ Mario de seis, desde la buhardilla rasgada, abrazó a Marlene.

-Son dulces cuando son de alegría dijo Marlene con la cara regada como ribera de guijarro por pelar ingentes sumas de cebolla tentada a pensar que dios no daba cacho a burro. La barrigona.3, angelita con ojos aguamarina, se expresó con sus dudas…

-¿Los ricos lloran? Susanita en tono reflexivo vacila a pesar de su corta edad. La madre de la amiga explicó. El rico igual llora. Paga las cuentas sin revisarlas mucho y sin ocuparse por la plata ya que puede comprar lo que necesite cuando quiera y puede ir a cualquier parte cuando le provoca, aunque hay gente no tan rica que también lo puede hacer, lo importante es sentir, y no tanto juzgar, concluyó la otra madre.

Mamá Marlene siempre olorosa a humo de hortaliza, a bulbo de huerto permaneció cavilando lo de la madre de la compañerita de su barrigona.3 de ojos añil, de cómo pensar siembra pastos de confusión y penuria extrema que dan al temperamento por no mirar otra cosa que el cuenco vacío de la privación, siempre por empeorar y nunca por mejorar…

Llegado al mediodía, mamá se dirigió a su trabajo vespertino. Llevaba en la cabeza el depósito de mugres, y el comentario reciente de la otra madre, contrastando la capa del rico con la del pobre de tres niños y marido ocioso que sustraía, como a cualquier cebolla, las lajas del eje familiar. La duda apesta a vacilación. Recordó el pasado demodé en San Felipe su cuna natal, algo que no vale las penas pero vale el mérito no sin esfuerzo de notar con valentía alfrente como sugería Robert Frost, donde la vida se resume simplemente en dos palabras, seguir adelante. Aunque el miedo muerda y el viento calle, citaba su padre de Mario Benedetti

Su período laboral invariablemente llevó más horas de las de un día normal. Ella se duplica por fuera y adentro. Ésta mamá cuántica que conteste busca en el escaparate de basura y pela cebolla a tiempo justo, suda la gota gorda por la mala vida que nunca quiso y que no entenderá porqué le tocó la del clavo y resiente furias de haber nacido entre los martillazos para pendejas lloronas peladoras de cebollas…

Para cuando Marlene, la futura Mamá-Sofía, la neo-cuántica doña Flores cayó en cuenta que no se daba cuenta de casi nada, tomó la decisión de su vida. Deseó cambiar 360º. Salir del maltrato. Tomar revancha. Se va a la alacena donde tiene dos libros pequeños que heredó de Yaracuy y su papá. Uno de Miguel Otero Silva, conocido como <<La piedra que era Cristo >> y el otro <<La maleta de mi padre>>,  de Orham Pamuk (Nobel de Literatura). Libritos que más amó de papá que se los dedicó con gran cariño en el 2007, años antes de partir de este cuero cruel, como decía con rencor. Siempre soñó en ser escritor, confesaría en su lecho de muerte e insistió… Tú puedes hacer la diferencia, hacer lo que no pude, pero hazlo por tí, fue el último deseo de su papá antes de ir a darle más problemas a San Pedro con ese lío de si se quedaba para el Limbo o lo mandaba directo a las pailas del infierno de los justos ajusticiados. Papá resaltó y subrayó lo que quiso observar en el librito de Pamuk si era que le daba por meterle al oficio sacrificado de encerrarse de por vida a leer y escribir, cosa muy poco probable, dadas las circunstancias. No obstante se ilustró y como si tratara de pelar capas de cebollas, con su lámpara de mesa de noche leyó.

<<Voy a hablar ahora del significado de ese peso. Es el significado de lo que hace alguien que se encierra en una habitación, se sienta a una mesa, se retira a un rincón y expresa con papel y pluma, el significado de la literatura…mi verdadero miedo, lo que de veras no quería saber, era la posibilidad de que mi padre fuera un buen escritor. Para mí, ser escritor, es descubrir, luchando pacientemente durante años, la segunda persona que se esconde en el interior de uno y el universo que convierte a esa persona en lo que es. Y cuando me refiero a la escritura lo primero que se me viene a la mente no es la novela, la poesía ni la tradición literaria, sino alguien encerrado en una habitación y sentado a una mesa que se vuelve sobre sí mismo a solas y gracias a eso forja con palabras un nuevo mundo (Continúa Marlene con lágrimas del tipo desconsuelo, una mezcla de rabias y confusión)…Escribir es verter en palabras esa mirada hacia el interior y estudiar con paciencia, obstinación y alegría un mundo nuevo, según va cruzando por el interior de sí mismo. El secreto de la escritura no reside en una inspiración que nunca sabes de dónde va a venir, sino en la obstinación y la paciencia. Me da la impresión, (agrega el autor Pamuk con admiración) de que ese hermoso dicho turco, cavar un pozo con una aguja,es la piedra angular.El escritor debe entregarse durante años con toda su paciencia a este arte y oficio sentado a su mesa y conseguir un cierto optimismo. La musa que a unos nunca le aparece, y que a otros les aparece a menudo, ama esa confianza, ese optimismo y en los momentos en que el autor se siente más solo, y cuando cree que la historia que está contando es solo su propia historia, parece que procede del mundo que quiere crear, que había sido ofrecida generosamente por alguna fuerza ajena a mí. El comienzo de la verdadera literatura está en la persona que se encierra con sus libros. Pero no estamos tan solos como se cree en la habitación en la que nos hemos encerrado. Nos acompañan las palabras de otros, las historias de otros, los libros de otros, eso que llamamos tradición. Creo que la literatura es la experiencia más valiosa que el ser humano ha creado para comprenderse a sí mismo… El escritor que se encierra en una habitación con sus libros y sale de viaje ante todo hacia su propio interior, según pasen los años, descubrirá allí la norma inmutable de la buena literatura. La literatura, es la capacidad de hablar de nuestra propia historia como si fuera la de otros y de la de otros como si fuera la nuestra… escribir es hablar de cosas que todo el mundo sabe pero que no sabe que sabe…ese mismo autor, encerrado en una habitación durante años, está demostrando, lo sepa o no, una profunda confianza en el ser humano cuando parte de sus propias heridas ocultas>> (páginas 13 al 32 Orham Pamuk. La maleta de mi padre).

La gente elige su muerte cuando elige como vivir. Luego de leer lo que arriba resaltó papá nunca más fue la misma. Sabía sin saber cómo pero sí porqué que seguro cambiaría su vida. Lágrimas son señas, contraseñas y esta vez no serán de tristeza, serán por amor propio, y no aceptaría más las del dolor o del maltrato. Cerró su primera lección vital. Secó su cara de llanto, de rímel corrido, y durmió entre un sopor que nunca sabes hasta dónde vuelan los sueños que van por nosotros y que nosotros descubrimos que son ciertos. Onírica concibe su primer poema en pleno ensueño y le nombró Habitaciones del alma y despertó segundos más tarde en la negrura lagrimosa del alba templada por el frío de la dimensión desconocida caraqueña y así entonces tomó una libreta sin código, y un tocón de lápiz, y retuvo su primera experiencia metafísica desde la mano que raya sobre el blanco misterio del papel. A papá donde sea que estés, gracias.

HABITACIONES DEL ALMA

Desde el cofín de las murallas…

Hasta los campos del espejo…

Abrasaran los desiertos de telas…

Apalearan el infinito, las tristezas…

Y en la insignificancia, las horas…

…Entrarán invadiendo el alma…

Marcantonio Faillace Carreño

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