En diciembre de 2015 la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) obtuvo una prodigiosa victoria: Votó el 74.17% del electorado y las fuerzas democráticas obtuvieron 112 de 164 escaños del parlamento. Esa mayoría pudo ser aún mayor de no ser por pequeños sectarismos que restaron al menos tres curules.
De inmediato, el régimen comenzó a tejer una nueva “legalidad”: La legislatura saliente designó inconstitucionalmente un “tribunal supremo”, integrado por incondicionales de la peor ralea.
La tarea fundamental de ese “tribunal” ha sido dictar sucesivos fallos para anular la efectividad de la Asamblea, mientras el régimen y su coro de tontos útiles erosionaban su credibilidad, desacreditando a la MUD, a sus dirigentes, y finalmente a la propia legislatura, para luego generar divisiones en una mayoría cuyo “pecado” fundamental ha sido insistir en salidas legales, cívicas e incruentas a la profunda crisis política, económica y social.
Paralelamente, el régimen construía una “realidad jurídica” virtual con una írrita “constituyente” que es simple caja de resonancia de los dictados del poder central. Con eso montó una extemporánea “elección” presidencial en mayo de 2018, y de gobernadores a fines del mismo año. Ahora corona su forajida trayectoria, saltándose de nuevo todos los mandatos constitucionales para inventar un falso “consejo electoral”, integrado por partidarios y tránsfugas.
El legítimo poder legislativo ha desconocido todos los actos ilegales e inconstitucionales del régimen y de su “tribunal”: Declaró la usurpación asentada en una fraudulenta “reelección” del dictador, y asumió la función ejecutiva ante la vacante constitucional, con apoyo y reconocimiento de más de 60 naciones –casi todas las democracias occidentales; así como de la Organización de Estados Americanos y diversas instancias internacionales.
Tenemos ahora un juego trancado, con un régimen de facto que por la fuerza ejerce poderes omnímodos; y una inerme y simbólica autoridad legítima, desprovista de poderes reales. Ninguno de los dos – por sí solo – está en condiciones de resolver los apremios básicos y fundamentales de una población sumida en una creciente miseria y desesperación.En Venezuela es notoria la baranda que enfocan las cámaras de televisión en el Consejo Electoral las noches en que maquillan los resultados de cada fraude comicial. Con su reciente zarpazo los esbirros del “tribunal” apenas le han dado una mano de pintura a la pavosa baranda. Seguimos con las mismas miasmas, cayendo en barrena hasta que una gota imprevista rebase alguna copa inesperada.
Antonio A. Herrera-Vaillant