Para recordar:
“¡Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos”
(Isaías 6: 5)
La pandemia no termina. Y hasta que no se encuentre una vacuna, 50% que no disminuirá. Lo más sorprendente, es que al principio de la enfermedad, en Venezuela se fue bien estricto en cuanto al confinamiento.No obstante, presuntamente, fue más riguroso por causa de la ausencia de gasolina.
Al aparecer tras el arribo de la gasolina Iraní, la llamada subsidiada, sufrió un impresionante aumento yse convirtió una afrenta poderla adquirir por partedel pueblo.Yla llamada Internacional fue incrementada descomunalmente y los que pueden pagar, sin querer, anuncian que acá hay mucho dinero, y que no está pasando nada.
También, con la llegada de esa gasolina, parece mentira, se anuncian más casos del COVID-19 y aunque se necesitaba flexibilizar las medidas,se pudiera disminuir la obligación del uso del tapaboca (y para bien, muchos nos acostumbramos a él), y nada mal,todo lo que sirva para protegernos de las infecciones, del virus pandémico u otras enfermedades.
Por su parte, el pueblo de Israel, desde la época de andar caminando por el desierto, fue llamado a ser un pueblo distinto y“santo” (Isaías 7:6).Tal vez por eso, según texto inicial,el profeta Isaías, al tener un encuentro con Dios, habló de sentirse inmundo.
En ese sentido, Dios le dio suficientes leyes, reglas, normas de salud a su pueblo, consejos útiles para nosotros, si los sabemos aprovechar. Como: Al tocar un cadáver, había que limpiarse o lavarse (Levítico 21:11; Ezequiel 44:25).No se podía tener contacto con alguien con flujo, fluidos seminales, animales inmundos, ya que estarían impuros por un tiempo (Levíticos 22:4-6). Eso los protegía de muchas enfermedades.
También les pidió que no se contaminaran con ídolos (Ezequiel 20:18);que no bebieran alcohol, “licor” (Jueces 13:4);que perecerán, no irán al cielo, los que comen carnes de puerco, otras carnes inmundas y ratón (Isaías 66:17);que no consultaran a médium y espiritistas (Levítico 19:31).Por cierto,esto último, muy usado por gobernantes, políticos, personalidades, sociedades enteras, infiltrado sutilmente en algunas religiones.
Dado el tema, el tapaboca y las infecciones, ha representado una de las mejores formas de evitar el contagio del corona virus, al igual que lavarse las manos, y tomar en cuenta todas las medidas posibles. Pero ese recurso, del tapaboca, por años ha salvado muchas vidas, desde evitar simples gripes, tuberculosis o contaminaciones hospitalarias.
Hay algo curioso y jocoso que observamos al usar el tapaboca y entre otras hemos visto: Tapabocas puesto en el cuello; debajo de la nariz;en la barbilla; puesto en la frente;como cintillo y algunos lo cuelgan en la oreja. Y es cierto, cansa, hasta puede producir hipoxia. Pero, es otra verdad que el aire puro, respirar profundo, es una de las mejores recetas de salud para el planeta, siempre y cuando no haya tanta contaminación.
En este sentido, si el pueblo, si nosotros, si los países reconociéramos que Dios es Santo, Único y Salvador, nuestra conducta sería diferente y se nos alejarían muchas enfermedades y no nos estaríamos cuidando de las autoridades, sino de estar limpios ante Dios. Bien dice la Biblia: “Nada inmundo entrará en el cielo” (Apocalipsis 21:27).
Tal vez por ello, E. White, en un libro titulado Mensajes Selectos, tomo 2, capítulo 4, pp. 520-529, afirmó que debemos dar mucha importancia a la limpieza de nuestras casas, personal, lavar las ropas y camas, ventilando los cuartos; que los pacientes con fiebres pudieran mejorar si reciben aire puro, agua, ventilación, alimentación adecuada, asolear cuartos y debido descanso.Por ello, los cuidadores y visitantes no deben hacer ruido al cuidar los pacientes.Todo esto ayudaría a quitar muchas infecciones y enfermedades.
Finalmente dice allí: “Dios no obrará un milagro para librar de la enfermedad a los que no tienen cuidado de sí mismos, sino que violan continuamente las leyes de la salud, y no realizan ningún esfuerzo para impedir la enfermedad”(Ídem, p. 529).
Eduardo Iván González González
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