Don Guillermo tiene el coronavirus desde hace cuatro años. Sus hijos le aplicaron la distancia social a partir del día que lo dejaron en el ancianato “Nuestra Señora del Perpetuo Abandono”.
¡Guillermo, vive las horas que te quedan! – dijo Doña Lía, fumando su cigarro con un aire de satisfacción como si el mundo se resumiera en un jalón– De paso, viejo – prosiguió luego de aspirar el Astor compulsivamente – la vejez comienza cuando el recuerdo es más fuerte que la esperanza. Te ves de 90 y tienes 72.
No quiero desnudarme ante tus ojos indiscretos y superficiales – le replicó don Guillermo, con mirada de cobardía – además – continúo, agarrando aire – Cuando tuviste la crisis de identidad que caíste en cuenta no eras la de antes; la crisis de autonomía luego del ACV, y llamé a tus hermanas, que dijeron era manipulación, no te dije nada. – Don Guillermo hablaba despacio y sus palabras parecían salir en contra de su voluntad.- Sólo te enviaron una caja de comida importada y un ridículo globo en forma de tu edad: 80.
El secreto de una buena vejez no es otra cosa que un pacto honrado con la soledad – respondió Doña Lía, preparando otro cigarro –Viejo, si antes de la cuarentena no nos visitaban, menos ahorita. Somos desabrigados en el momento que nos traen acá.
Días después, la madre Resignación me comentó que de los 76 abuelos del ancianato en Barquisimeto, en los últimos dos años sólo ocho habían sido visitados.
Muchas personas no cumplen los ochenta porque intentan durante demasiado tiempo quedarse en los cuarenta – sonrió Dona Lía – además – continuó mientras detallaba la combinación de su vestido de flores con su peineta – envejecer no es nada; lo terrible es seguir sintiéndose joven.
Don Guillermo sonrió con picardía senil al tiempo que descubría los labios finamente arqueados de Doña Lía. En la juventud aprendemos, en la vez comprendemos. – Murmuró sin rabia – Viviré.
Don Guillermo había envejecido y estaba aprendiendo a madurar.
Fritz Márquez
@fritzmarquez360