Nadie quiere vivir eternamente en una tormenta. Ver extinguirse los horizontes perfectos, las fiestas retumbantes y la broma suelta en todas las conversaciones. Teníamos tantas costumbres de alegría, que se estamparon en nuestra raigambre. Un sentir bordado en un estilo de vida sencillo, optimista y hasta botarate. Pero se esfumó. Se escondió en el cajón final del olvido. Aprendimos a lamentarnos por haber extraviado esa realidad tan poco atendida y nos volvimos inconformes.
Sí, se podía estar mejor. Era menester cambiar los entuertos. Las manos arqueadas estaban en los gobiernos, para dilapidar y saquear el tesoro público. Estrujamos entonces consignas con un amor inmenso. Anhelamos ese mesías que limpiara la casa grande. Y llegó el creador de fantasía, con su traje verde oliva y su boina pintada. Le creímos a más no poder. Cambiaría la república por otra. Y lo hizo con dictámenes estrepitosos. Tal fue la transformación, que volvió al país irreconocible a los ojos del mundo.
Ahora han hecho un estudio para calibrar el corazón generacional de las últimas dos décadas en Venezuela. La Universidad de Exeter y el gobierno inglés en Caracas tuvieron el ingenio de investigar a nuestros jóvenes, aquellos que nacieron desde la irrupción de Hugo Chávez en la palestra política: evaluar a quienes han vivido en el proceso de deterioro implacable y sistemático de su tierra. Una transformación para la confusión de todos.
El hallazgo más evidente fue el trauma psicológico. Se habla del colapso familiar. El desmembramiento del núcleo. Ciertamente se ha perdido la esencia, por un futuro incierto. Ya no se cree mucho en el mañana, pues el presente se ha vuelto indescifrable. Nuestros muchachos deben mudarse de nación y adoptar otros arquetipos. Tener el pañuelo extendido para la despedida.
Los investigados entre 18 y 28 años exteriorizaron su desconcierto con valentía. Poseen la sensación de haber sido privados de su infancia. Que subsisten en un raro y prolongado aislamiento. Hablan de las dificultades para socializar, obtener suficiente comida y de los recurrentes problemas económicos. Sin ser sociólogo de tomo y lomo, resultan evidentes las inseguridades frente a la calamidad diaria. Han visto a sus padres con las manos en la cabeza en centenar de ocasiones y el llanto de impotencia cuando se busca una meta ya perdida de antemano.
Algunos de los consultados estaban estudiando en la universidad. Otros debieron abandonarla ante la caída de los ingresos económicos. Ya no se siente libres. Han perdido la fe en la política. Esgrimen con insistencia, palabras como tristeza, aburrimiento, miedo, enojo y frustración. No pueden planificar el futuro. Buscar los alimentos o solventar la carencia de los servicios son sus tareas habituales. Andan en el límite entre sobrevivir o no.
Un hecho innegable es que no han tenido la misma experiencia que sus padres. Están en un territorio distinto. No se puede andar despreocupado y reír con tradición. El caos cotidiano es más importante. Venezuela y su laberinto. Nadie les enseñó a andar a tientas y a no soñar con un destino grande.
El dictamen de este estudio, que forma parte del proyecto “Pensamiento y libertad”, también resulta esclarecedor. La especialista en nuestra cultura de la Universidad de Exeter y quien se encargó del proyecto, Katie Brown, enfatizó que superar el conflicto en Venezuela requerirá mucho más que un cambio de gobierno. “Los jóvenes, nacidos y criados durante veinte años de gobierno chavista, presentan un desafío clave para el éxito de cualquier plan de transición».
Se evidencia un gran trastorno emocional en nuestros hijos. El compromiso que tenemos pendiente es enseñarles a creer. Contamos con el talento para lograrlo. Se dijo por mucho que no seríamos Cuba. Muy lejos estaban las privaciones e infortunios de esa isla. Poseíamos otro temperamento. Pero nuestra economía se mutiló peor. El caos fue medido con astucia y malicia. Hasta muchos médicos cubanos prefirieron regresar.
Pero en lo social somos distinto. En la tierra de Fidel, la revolución se volvió su ecosistema. Las generaciones siguientes la adoptaron, se hizo costumbre el proceso y perdieron rebeldía. Charlando con un amigo cubano realmente inconforme de su país, a veces soltaba algunas frases reconociendo aciertos, en situaciones incoherentes.
En cambio, nuestros muchachos siguen en negación. La sonrisa falsa del sistema no les hechizó, como para creerle todas sus fantochadas. Son otros tiempos, tal vez, o se levantaron observando las angustias familiares y escuchando las historias de bonanza del pasado.
Nuestra patria saldrá del abismo para ver la luz de la libertad. No dudo por un instante que así será. Un momento efusivo, determinante y emblemático. Pero el trabajo más arduo estribará en sanar el daño social y emocional del pueblo. Nos volvimos escépticos, incapaces de creer en las posibilidades. Habrá que dictar cátedra de armisticios, para devolverle la sonrisa a una nación que fue ejemplo en el planeta de cómo derrochar felicidad.
José Luis Zambrano Padauy
@Joseluis5571