El ser humano libre no es egoísta.
La exigencia que algunos seres humanos hacemos de nuestra soberanía personal puede denominarse individualista, pero no tacharse de egoísta.
La persona individualista, si basa su individualismo en las consideraciones éticas anteriormente expuestas, no puede dejar de considerar que comparte el planeta con otros seis mil millones de individuos a los que debe y necesita reconocer una soberanía personal idéntica a la que reclama para sí.
La mayor parte de las personas son naturalmente solidarias y expresan ese sentimiento de muy diversas maneras. Un entendimiento individualista de la solidaridad faculta a cada persona para ejercerla o no, y para hacerlo de manera directa o indirecta, así como para decidir libremente la magnitud del esfuerzo a realizar y el destino de su acción humanitaria.
La acción solidaria, como las demás acciones del individuo, es “eminentemente privada” y carece de sustento moral cuando se realiza bajo coacción o imposición de otra persona o de la mayoría, llegando entonces a convertirse en expropiación y a mermar la soberanía individual y, por tanto, la dignidad humana.
¿Quién es más solidario: el humano libre o el colectivista?
Aunque a los individualistas se nos tache frecuentemente de insolidarios, los colectivistas, en su afán igualitarista, suelen serlo en mayor medida.
El individuo autoconsciente, como valora enormemente su soberanía personal, suele ser mucho más respetuoso de la soberanía de los demás que los colectivistas. La mayoría de los individualistas creen en la solidaridad tanto como puedan hacerlo los colectivistas, con la única pero fundamental diferencia de que no están dispuestos a imponerla coactivamente a quienes no se sientan solidarios.
La solidaridad espontánea y voluntaria es una forma más, y muy digna, de ejercer el derecho al autogobierno individual, y en particular al uso de la propiedad (dinero entregado, tiempo dedicado a atender desinteresadamente a otros, sangre donada o trabajo voluntario realizado, etc…).
La solidaridad forzada no es tal sino “un expolio inmoral que aliena a quien lo sufre y rebaja a quien lo ejerce”, pues está violando brutalmente la soberanía personal de otro.
El ser humano libre es útil a los demás
Además, el ser humano es especialmente útil a los demás cuando actúa en beneficio propio, porque para conquistar su bienestar y su felicidad necesariamente debe crear, inventar, trabajar, invertir o actuar de otras muchas formas, todas las cuales aportan algo a los demás seres humanos. Por lo tanto, la actividad humana en persecución de los intereses propios debe considerarse como beneficiosa y no tacharse de egoísta, como hace la moral colectivista.
Es necesario rehabilitar el lucro como motivación legítima y moralmente correcta de los actos humanos. Por alto que sea el mérito de la acción abnegada de quien se dedica solamente a los demás, no es mayor que el de quien se esfuerza en conquistar metas para sí, y, si analizamos todo lo que el segundo contribuye a la sociedad impulsado por esas metas, es muy probable que su aportación resulte finalmente más útil al grupo que la del primero.
Próximo Domingo: Colectivista y Políticos
Juan José Ostériz