#OPINIÓN Bajo el signo de la muerte #14Jun

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Los índices socio económicos de Venezuela nos colocan entre los diez países más pobres del planeta. Mas del 95 por ciento de su población gana menos de un dólar diaria, el limite colocado por la ONU para medir la miseria de un ser humano. A nivel de corrupción y violación de Derechos Humanos por varios años continuos hemos obtenido la medalla de oro. En lo político nuestro gobierno no es reconocido como legitimo por la inmensa mayoría de repúblicas democráticas.

Pero mejor no detallar lo mal que estamos porque como lo sabemos y lo sufrimos damos por leído cualquier texto que enumere las heridas sangrantes que nos laceran.

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La pregunta es como un Gobierno que ha creado esta tragedia humana, sin parangón en la Historia, sin respaldo popular y objeto de críticas de su misma nomenclatura, se sostiene en el Poder. La respuesta es triste, dolorosa y al mismo tiempo retadora, el Gobierno vive porque medra sobre un país agónico, sin fuerza organizada para la lucha y la protesta con objetivos de cambio político.

En verdad existe una resistencia activa, amplia, aunque desordenada y por ello sin contundencia, mientras que la mayoría de la población se dedica a la noble e incuestionable tarea de sobrevivir al infierno de limitaciones y necesidades, todas en grado extremo, lo cual supone para superarlas un esfuerzo heroico que agota y prácticamente no deja margen para pelear por un cambio.

Y es allí donde se encuentra la clave para explicarnos como un gobierno aislado y moribundo puede sostenerse en el Poder, en la falta de una acción de calle organizada que lo aísle y someta, dándole paso a escenarios donde actores nacionales e internacionales puedan imponer una transición democrática e institucional.

Pero con un país inmovilizado por la pandemia del COVID-19,la crisis de transporte debido a la falta de gasolina, con una juventud en diáspora dejando a la sociedad sin su principal factor detonante, con los habitantes de los sectores más humildes bajo control social del régimen y con una clase media pegada a un celular esperando un prodigio, el gobierno permanece como administrador de la violencia, el poco dinero que ingresa al país y de las esperanzas de sobrevivir mediante las bolsas clap y bonos electrónicos con los cuales comprar plátanos y auyama.

Claro que está montado sobre una bomba de tiempo porque cada día que pasa el hambre aumenta y el descontento se expresa en decenas de protestas cotidianas, pero esa bomba al parecer nunca explotará porque el oficialismo logró desactivarle el detonador al decapitar, mediante laboratorios de opinión, a los partidos políticos, quienes a pesar de los pesares, son los únicos instrumentos sociales para direccionar a la sociedad de manera integral por el camino del relevo institucional.

El único Poder real que actualmente tiene la oposición democrática es la Asamblea Nacional y la Presidencia emblemática pero sin poder real de Juan Guaidó. Tenemos un Poder Parlamentario legítimo, con apoyo internacional claro y firme, pero internamente desprovisto de una plataforma logística con la cual pueda dar respuesta a la mega crisis que se abate contra el país.

Venezuela esta así colocada en la encrucijada de la muerte. Un pueblo agónico y un gobierno moribundo. El pueblo tiene rabia y grita, el gobierno aguante y dientes afilados, pero ninguna de las partes tiene fuerza para imponerse sobre el otro. El régimen usa todos sus trucos para sostenerse, su temor a una intervención militar externa se diluye entre sanciones y declaraciones, el pueblo aun respira por las hendijas de una esperanza de ayuda internacional. Pero la calamidad avanza, los jinetes del apocalipsis cabalgan frente a nuestros hogares, vivimos bajo el signo de la muerte, enfermedad, hambre, oscuridad nos rodean y nos ponen en filas hacia el exterminio. Solamente si levantamos las banderas de la fe podemos organizarnos, una fe que se convierta en confianza hacia la Asamblea Nacional, una fe que concentre el apoyo en el líder que reconocen y respaldan todos nuestros aliados internacionales, una fe que triunfe sobre el odio y la división. Porque unidos es la única forma cómo podemos hacer acopio de la energía interna que necesitamos y así abrirle las puertas al respaldo internacional que tenemos en las fronteras y frente al mar. Dios con nosotros.

Jorge Euclides Ramírez

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