La poesía puede funcionar como el espejo de Alicia cuando nos damos la oportunidad de recorrer sus territorios. Nos recibe incluso si saltamos sobre sus líneas espoleados por el dolor y por la certeza de que la palabra “muerte”, pesa como piedra atada al cuello, cuando se trata de gente importante para la vida de uno. Basta que nos atraviese su luz o sombra para que naveguemos a resguardo.
Y como dice Wislawa Szymborska en “Sobre la Muerte”, ésta… “No sabe encajar una broma/ no sabe de estrellas, de puentes/ no de tejidos, de minas, de labranza/ de construir barcos ni de pastelería/ Hablamos sobre el día de mañana/y dice su última palabra/ sin venir nunca al caso.”
Wislawa es la capitana de un barco que suele recogerme a la orilla del río de la vida que a veces trae consigo dolor e indignación, como la producida cuando Víctor Martínez entró en la fase terminal del cáncer que se lo llevó consigo. Su enorme fuerza y amor por la vida, terminó siendo derrotada paralelamente al avance de una enfermedad, que pudo ser tratada hace tiempo, si el descalabro económico no hubiese desarticulado el sistema de Salud, ni hubiese dejado a la suerte, la atención médica y farmacológica de la mayoría de los venezolanos.
Enorme paradoja para quien desde su condición de Defensor de los Derechos Humanos, luchaba en las calles por el tratamiento para los enfermos crónicos, mucho antes de saber que él mismo estaba enfermo y que le esperaba el mismo destino que intentaba evitar para los demás.
No fue un hombre común a pesar de haber llevado la vida de carencias tan cercana a todos los venezolanos pobres a mediados del siglo XX. Su familia emigró a Barquisimeto desde Guanarito, donde nació. Trabajó desde niño y ante las dificultades económicas, su madre escogió el servicio militar como alternativa para forjarle una “disciplina” que en su caso, estimuló la rebeldía que propició su incorporación temprana a las Escuelas cristianas de sindicalismo en Caracas y a la militancia en la izquierda.
Su independencia partidista del PSUV se demostró en la investigación y denuncias, que adelantara como Diputado en la Comisión Delegada del CLEL en torno a las víctimas del abuso policial y su apoyo al COVICIL. Las consecuencias no se hicieron esperar: su hijo Mijaíl fue asesinado en las puertas de su casa, el 26 de noviembre del 2009. Asesinato que calificó como “sicariato político” y que le llevaría a exigir justicia hasta su reciente muerte, por cuanto lo atribuyó “al ejercicio arbitrario del poder”.
Todos le admirábamos y hasta padecimos, su testarudez, pasión y vehemencia en las discusiones sobre la construcción y urgencias del país que necesitamos. Pasión que le ayudó a enfrentar los efectos del cáncer desde el 2018, en las terribles condiciones vividas por la ausencia de servicios. Su coraje y ganas de vivir, le llevaron a tocar puertas que no se abrieron, para exigir el derecho a conseguir los tratamientos que el Estado debe proveer a los ciudadanos.
Solidario hasta la médula, insistió hasta donde pudo, en la lucha que libraba a favor de los Derechos Humanos de los pacientes crónicos. Era capaz de dejar de lado sus propias necesidades. Hospitalizado, estaba pendiente de compartir sus escasas medicinas. Lúcido aunque debilitado, cada vez más cerca del final, le ganó la lucha a sus propios fantasmas y pidió perdón a quienes debía pedirlo.
Wislawa, bien puede ayudarme a decir de mejor manera, por qué nunca estamos preparados, quizás porque la muerte, como sabemos todos:
“Ni siquiera sabe hacer las funciones propias de su oficio/ ni cavar fosas ni clavar ataúdes/, ni limpiar los despojos que su paso deja./ Ajetreada con tanto matar/lo hace de cualquier modo, sin método ni destreza. Como si se estrenara con cada uno de nosotros”
Marisela Gonzalo Febres