El sensible fallecimiento del doctor Simón Saavedra Hernández, exgobernador de Yaracuy y exjuez superior de ese estado, ocurrido en Barquisimeto, donde residía, ha causado gran dolor y pesar entre quienes le conocieron.
Este profesional del Derecho, con postgrado en Italia, nació en Carache, estado Trujillo, siendo sus padres Miguel Saavedra y Eladia Hernández. Contrajo matrimonio con Ana Margarita Tirado, fallecida hace dos años y de cuya unión tuvieron ocho hijos: Jorge, Mariana, Gisela, Irene, Fernando, Ricardo, Miguel y Jesús, todos profesionales.
Desde muy joven cultivó amistad con Rafael Caldera, fundador de Copei y presidente dos veces de Venezuela. Había propuesto que los restos del mandatario reposaran en la catedral de San Felipe, cuya restauración fue posible en el primer mandato del político yaracuyano. Y en reconocimiento a lo que hizo por su entidad federal.
El doctor Saavedra Hernández fue uno de los más dedicados conservacionistas de la naturaleza y dentro de esta actividad pudo traer al país a un gran número de expertos en hidrología, que descubrieron, entre los ríos Yaracuy y Turbio, la existencia de una inmensa mesa de agua, que podría convertir a la región en la más importante zona agropecuaria de Venezuela. Los estudios al respecto quedaron archivados y es posible que nunca sean revisados.
Siempre se distinguió como defensor de los Derechos Humanos, cualidad que demostró fehacientemente durante el ejercicio de gobernador de Yaracuy al desarrollar exitosamente el único programa de rehabilitación de presos comunes, registrado en Venezuela.
No fue una tarea fácil, recordaba, porque tuvo que vencer la férrea oposición del Ejecutivo Nacional, por cuanto su proyecto era invertir el tratamiento presidiario.
La condena en encierro, planteaba, inutiliza a los reclusos, porque no hacen nada, vegetan, agrava la violencia y los convierte en individuos peligrosos, enemigos de la sociedad. En cambio, el trabajo como incentivo para reducir sus penas, permite reintegrarlos a la vida normal. Ninguno de los que participaron en ese programa, reincidió en delitos.
Lamentó que este plan, orientado por especialistas, no fuera acogido después de su mandato, ni siquiera analizado, evaluado o discutido por quienes han sido designadas autoridades penitenciarias desde aquel entonces hasta ahora, a pesar de que él siempre bregó porque se aplicara como experiencia novedosa, que indudablemente hubiera impedido que hoy existan pranes que dirijan sus operaciones desde las cárceles, donde son protegidos y privilegiados por el régimen al punto de que son los que imponen las condiciones en las cárceles y, fuera de ellas, en las zonas de paz. Se enorgullecía de que bajaran considerablemente los costos de prisión, porque los encarcelados cubrían no sólo sus necesidades, sino las de sus familiares y, además, gozaran de un trato digno, lo que jamás se ha vuelto a ver.
Es de resaltar que fue una persona de profundas creencias humanísticas y religiosas, miembro del Opus Dei y fiel católico. Demócrata cien por ciento. Un hombre honesto a carta cabal que vivió del trabajo hasta sus últimos días como abogado litigante. Y un ejemplo de esposo, padre de familia y ciudadano preocupado por su país y por la humanidad.
Al despedirlo de esta tierra, perdure su recuerdo no sólo en su familia, sino entre quienes lo conocieron y las instituciones y pueblos a los que sirvió con sentido de responsabilidad, moral y utilidad. Descanse en paz.