En sus afanes de gran constructor y modernizador de Caracas que le creaba la imagen de mandatario progresista que muchos todavía hoy se tragan, el general Marcos Pérez Jiménez desarrolló en la capital una urbanización de grandes edificios de apartamentos para las clases populares, para transformar barrios de ranchos de lata y cartón en viviendas dignas para un hábitat decente.
Además de las jugosas comisiones que las obras le dejaban, el dictador procuraba el control social de los habitantes de un área vecina a los centros del poder y cumplir la promesa de eliminar los ranchos de la capital, eslogan para justificar la urbanización “2 de Diciembre” y enaltecer la fecha de su arribo al poder.
El proyecto contemplaba substituir los barrios marginales nacidos de invasiones con la construcción de 9.176 apartamentos en 38 superbloques de 15 pisos y 42 bloques pequeños, así como 17 pre escolares, ocho guarderías, cinco escuelas primarias, 25 edificios de comercios, dos mercados y dos centros cívicos, canchas y parques para unos 60 mil habitantes, comunicados por amplias avenidas a su vez conectadas a las autopistas que ya empezaba a tener la ciudad.
Se hizo bajo el diseño del arquitecto Guido Bermúdez basado en el modelo de «la Cité Radieuse» del suizo Le Corbusier, usado también en la Unidad Habitacional Tlatelolco en México. Según el historiador Jorge Berroeta las barriadas Monte Piedad, las Canarias y Colombia, fueron demolidas para dar paso a la primera etapa de los bloques de la urbanización modelo y luego demolieron los barrios La Palestina y San José en el sector La Cañada. Por último los sectores San Luis y Puerto Rico dieron paso a la última etapa de la construcción.
Sostiene Berroeta que estos barrios, de casas en su mayoría de láminas de zinc, tablas y latón, los habitaban varios líderes sindicales de la industria petrolera, muchos de ellos militantes y simpatizantes de los partidos inhabilitados de la oposición.
La urbanización “2 de Diciembre” se concibió para aparente beneficio de la gente de estos barrios a quienes se les planteó adquirir los apartamentos en compra venta. Posteriormente, se abrieron posibilidades para trabajadores de clase media y de la administración pública.
La explosión de Cali
Estando la urbanización en construcción en Caracas, en Cali, Colombia, aquel 7 de agosto de 1956 una explosión rompió el silencio de la madrugada cuando la ciudad dormía por el estallido repentino de siete camiones militares que llevaban 1053 cajas con 42 toneladas de dinamita destinadas a la construcción de vías en el departamento de Cundinamarca.
Luego de ser movido desde el batallón Pichincha, el convoy se aparcó en la antigua estación del Ferrocarril del Pacífico, destruyendo en la explosión 41 manzanas, dejando un cráter de cincuenta metros de diámetro por 25 de profundidad. La onda expansiva acabó con casas, edificaciones y negocios, con la plaza del mercado Belmonte junto a seis barrios afectados, San Nicolás, El Porvenir, El Hoyo, El Piloto, Fátima y Jorge Isaac.
Del origen de la explosión se dijo fue por recalentamiento de los camiones, otra hipótesis que a un soldado se le disparó su arma en forma accidental, pero la más aceptada es que un hombre que fumaba arrojó la colilla de cigarrillo cerca de un camión, que ocasionó una reacción en cadena, pero no pudo contarlo.
Cali tenía unos 400 mil habitantes, de ellos cuatro mil fallecieron a causa de la explosión y unos doce mil resultaron heridos en este suceso conocido como “La Explosión de Cali”, ocurrido entre las carreras uno a ocho, entre calles 25 y 26, del barrio San Nicolás, donde se encuentra la estación del ferrocarril.
Desde el inició de la tragedia, en las primeras horas de la mañana se destacó la intervención del capellán Alfonso Hurtado Galvis, quien pudo socorrer a cientos de víctimas: «el hongo dejado por la explosión se parecía al formado por las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki, pero más pequeño en proporción, se podían observar partes mutiladas de cuerpos humanos, entre ellos piernas, brazos, torsos. Pocos o ningún cuerpo se encontraban completos. El panorama era dantesco: muertos y heridos por doquier».
El estallido ocasionó un temblor de tierra de magnitud 4.3 grados en la escala de Richter, estruendo percibido en poblaciones vecinas como Buga, Palmira, Caloto, Santander de Quilichao y Jamundi y fue tal la fuerza del estallido que muchas de las tumbas del cementerio central se abrieron.
El diario local «El País» publicó ese día cuatro ediciones extraordinarias sobre la tragedia, en el cementerio central fueron enterrados 3725 cráneos y partes de cuerpos, todos en una fosa común y en las inmediaciones de las calles 25 y 26 se erigió una cruz de hierro para recordar el triste incidente.
Los siete camiones provenían de Buenaventura en el valle del Cauca, en la costa pacífica, el más importante puerto de Colombia, ubicado en 2018 en el puesto doce en actividad portuaria de América Latina y el Caribe.
Este incidente ocurrió durante el gobierno del entonces presidente general Gustavo Rojas Pinilla, quien atribuyó la tragedia a la oposición, recién firmado el Pacto de Benidorm hacia la constitución del Frente Nacional. Al estar el país polarizado en cuanto a los partidos tradicionales Liberal y Conservador, la tragedia tomaría tintes políticos, porque se decía que Cali era una ciudad de marcada oposición al gobierno, a lo que el régimen alegaba «sabotaje político».
Al conocerse la tragedia, entidades colombianas como la Cruz Roja, la Secretaría de Acción Social y Protección Infantil, hoy Instituto Colombiano de Bienestar Familiar ICBF, los grupos de scouts, las hermanas de la Caridad y el clero emprendieron la ayuda. Encabezada por el papa Pío XII, la Santa Sede inició la ayuda internacional junto a Estados Unidos, México, Japón, La Unión Soviética, China y el continente europeo en solidaridad con los caleños. El gobierno de Canadá donó casas prefabricadas ubicadas en las inmediaciones del barrio Aguablanca, que comenzaron a llamar “pueblo de lata”.
En un acto oficial de solidaridad, para acoger a un número de personas que se quedaron sin hogar, Pérez Jiménez mandó a construir en Cali el bloque de viviendas correspondiente al número 8 programado para la urbanización “2 de Diciembre”, edificación que dinamizó la expansión de la ciudad hacia los barrios al norte, La Flora, Santa Mónica y Versalles.
Muchas de las acciones que precipitaron la caída de Pérez Jiménez tuvieron como escenario algunas de las calles de la urbanización “2 de Diciembre”, donde la Junta Patriótica adversa al gobierno, tenía algunos comandos de operaciones.
En los días previos al 23 de enero de 1958, las continuadas acciones de protesta contra la dictadura, a la cual se sumaron militares y las acciones de diversos sectores, provocaron que la madrugada del 23 de enero el dictador huyera del país, abriendo el camino a nuevos escenarios políticos.
Una de las celebraciones más entusiastas tuvo por escenario la urbanización por estrenar y aún en adjudicación, muchos apartamentos fueron invadidos mientras la ciudad, desbordada de alegría celebraba la huida de Pérez Jiménez y el fin de la dictadura. Solamente el bloque 8 no celebró el final de la tiranía porque fue construido en Colombia para los afectados por la explosión de Cali.
Como acuerdo popular y para enaltecer la fecha que acabó con aquel gobierno, sus habitantes decidieron llamarla urbanización “23 de Enero”, reconocido por el gobierno de Rómulo Betancourt que elevó el sector a parroquia, separándolo de su original parroquia Sucre.
Al norte de Cali, orgullosa y muy bien cuidada, se levanta la edificación que llaman Unidad Residencial República de Venezuela, con el agradecimiento los caleños y de quienes recibieron apartamentos donados por Venezuela.
Juan José Peralta