A don Enrique José Martínez (QEPD) y a quienes le lloran y recuerdan con devoción y amor: a su esposa Petra y a sus hijas Sulay, Aracelis y Daysi, a quienes me uno en el dolor profundo que significa haber perdido a un esposo, padre, amigo y ser humano espectacular.
«En la tierra la muerte es el fin para el hijo de la tierra, el final de toda gloria, mas para para aquel que tiene sus raíces en lo etéreo, es apenas el principio del comienzo de la victoria»
(Khalil Gibran)
El reloj es el inevitable vigilante de la actividad humana: nos manda a la cama, nos recuerda, nos limita, nos empuja, nos reclama y nos levanta, nos marca la hora de nacer y también la de morir.
La tinaja del tiempo mantiene el agua cuya gota va horadando lentamente el canto de la vida; es el arquitecto que construye y destruye a la vez, prepara el fruto y lo extrae, provoca la fecundidad y también la esterilidad, consagra lo estable y lo fecundo, cercena lo transitorio y lo fugaz.
El hombre pasa como las nubes, como las naves, como las sombras. Todo le es limitado, detrás muy cerquita de sus pasos sin prisa va la Parca, silenciosa e invisible pesando sus acciones, contando sus pasos, contando sus años, sus horas, sus minutos y segundos, sonriendo va porque sabe que al final del juego de la vida ella terminará ganando la partida.
Irónicamente cuando más contento, feliz y apegado a su familia se encontraba, sin esperarlo nadie, de pronto como una llamita se fue apagando la vida de don Enrique José Martinez un caballero sin tacha ni reclamo. Un hombre se hace superior no por sus títulos, conocimientos, por lo que sabe, por sus bienes materiales, por lo que conoce y ha vivido, se hace inolvidable y superior por la constancia de su sentimiento humano, por su cariño, armonía, vocación de servicio y por sus alegrías.
La misión del ser humano es un arcano que mientras más se estudia más difícil es resolverlo.
Todos dejamos algo al mundo y a la familia cuando nos llega el momento de levar anclas e iniciar la travesía hacia el inmenso océano de la eternidad. Don Enrique deja muchas enseñanzas, decía que la vida es un eterno ahora, el momento que realmente cuenta para vivir. Pensar y hacer lo mejor que se pueda ahora antes de que nos sorprenda mañana y después de mañana rauda caerá sobre nuestros párpados la eternidad.
Tener siempre un plan, un quehacer, soñar, reír y moverse implica esa prórroga que nos impulsa a avanzar, a seguir por el camino de la vida soñando y contentos o sencillamente renovando las alegrías. Fue don Enrique quien en gracia de Dios supo elegir la mejor parte y si hubo áspera hiel en su existencia alentó toda acritud en el arte de vivir, loco en el arte de vivir, loco y enamorado siempre estuvo de los crepúsculos y mañanas, su vida fue un concierto de armonías. Al final cobró más fuerza su alma cuando el cuerpo se quedaba sin ella, en paz dichosamente agradecido.
Se fue feliz y satisfecho de haber contado siempre con esos ángeles terrenales cuyo amor incondicional le entregaron día y noche sus atenciones, su cariño, su abnegación, comprensión y paciencia, logrando llenar de luz las tinieblas de todos sus dolores y todas sus angustias finales a quienes agradeció infinitamente, dejándoles a cambio todo su amor y su bendición.
Familia: Regresen a la alegría de la casa que allí encontrarán lo que la muerte no puede ya quitarnos.
Abandonen el sitio en que me quedo, regresen a la alegría del hogar, yo me voy con la mía al cielo que me espera, porque lo que aquí ven de lo que yo fui, solo es un cuenco de cenizas, yo me encuentro lejos, muy lejos, bien lejos de este mundo.
Déjenme ya, me fui feliz y contento en paz con la vida que tuve…
Amanda Niño de Victoria